Desde el avión |
El enfrentamiento con lo que es tu origen puede resultar un
poco violento según como se haga la entrada. Si vienes desde otro país al tuyo
(mi caso justo ahora) el choque resulta aún más desconcertante, porque llevas
un montón de tiempo sintiendo que estás en el margen y que debes venir en
avión hasta el centro para poder
ejercer de “guinda de pastel”; y resulta que el añorado pastel no es tan rico
ni tan cremoso como parecía desde lejos.
Fenómeno que también aplica a circunstancias más personales
como cuando dejas de ser hija para ser madre, o hermana para ser prima lejana,
o amiga que ahora es foto, etc.
Pero hoy voy a referirme a esta llegada a mi ciudad natal y
al reencuentro con lo que en rigor es mío y que me ha dado algo más que un
pasaporte.
Todos sabemos lo fortuito que es el lugar en el que nacemos,
la familia que te toca y la mayoría de las circunstancias en las que apareciste sin
que nadie te preguntara nunca nada. No obstante, esto determina toda tu vida.
Lo más fácil y lo primero que te sale del alma son unas
ganas casi incontenibles de salir huyendo cuando ves ese gran letrero de
bienvenida con la imagen publicitaria de un presentador de la tele que suponías
muerto desde hace décadas.