Dos veces en poco tiempo me he visto frente a hombres
distintos hablando sobre cosas que, al parecer, no sabían.
Pero la que se ha quedado de piedra soy yo.
Sorprendida ante sus ojos abiertos, sus silencios nerviosos
y sus risas forzadas y hasta un pequeño enfado para enfatizar la negación: “eso
dirás tú, pero no es mi caso”. Nunca es su caso.
¿No es tu caso? No se trata de ti. No es nada particular.
Así son las cosas, no más.
Hace poco dije que la mujeres nos callamos y, entre
nosotras, no nos contamos la verdad sobre demasiadas cosas. Pues entre los
hombres parece que pasa un poco lo mismo.
Y debe ser por eso que no saben que en el matrimonio la
felicidad es una variable y no una constante y que la sagrada unión, con el
tiempo, se vuelve cada vez menos sagrada. Se pierde interés y las puertas del
deseo se abren cada vez menos en tu casa y más en portales menos familiares.
Se me hace raro que un hombre grande, vale decir, de más de
30 no entienda bien de qué va el asunto de estar en pareja y se sienta
traicionado por la vida cuando descubre que todo es mucho menos “ideal” de lo
que él pensaba.