Aquí se está hablando de “síndrome postvacacional”, de cómo
superarlo y de cómo volver a la “rutina”. Se están dando recetas variadas para
volver a la vida cotidiana sin morir de angustia.
Pues yo no sé nada de eso y estoy feliz de que se acabe el
verano.
Feliz de que haga frío, feliz de que corra viento fresco, de
que los días estén nublados, de que los niños abandonen los parques y piscinas para
volver al colegio. ¡Oh sí!
Estoy encantada con la posibilidad de cerrar, por fin, las
ventanas y no tener que ver ni oír a mis vecinos.
De que las calles se vacíen de gente eufórica en bañador y
bronceada o directamente quemada.