Chica de Artó

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Artó

jueves, 20 de septiembre de 2018

Camino al divorcio. Capítulo #2



“No se van sin que los eches y vuelven sin que los llames”.
El matrimonio se rompe en pequeños fragmentos afilados, cada vez más pequeños y más afilados a causa de una cantidad infinitesimal de discusiones.
Peleas, sobre todo, por la superioridad moral.
Llegados a este punto, se trata de salir lo más libre de “responsabilidad” posible.
Nace un empeño feroz por demostrar que somos mejor que el otro. Mediante ataques de un verde venenoso vamos a minar de culpa al culpable. Señalarlo, asustarlo y castigarlo sin piedad. 
Y toda esta etapa tiene una característica muy curiosa: está asombrosamente bien repartida. Es bastante igualitaria; tal vez no en forma, pero sí en fondo.
Hacemos lo posible por colgarle el muerto al otro. Alguien tiene que ser el que ha roto la “familia” y de ser posible, no seré yo. Esa es la idea de base. Y esto es así de aquí hacia allí y de allí hacia aquí.
Bueno, hasta este momento, todos de acuerdo en que había que putearse. Protegiendo a los niños y tratando de no llamar a la Guardia Urbana, pero abocados a hacer sentir miserable al otro. 
Alguien dirá que a esto no se le puede llamar acuerdo, pero visto lo que viene después esto era una señor acuerdo.

lunes, 3 de septiembre de 2018

Camino al divorcio. Capítulo #1



"Si algo puede salir mal, sale mal".

Escribo esto no para las enamoradas, sino para las mujeres que están buscando la salida. Sabiéndolo o no.

Por hacer uso de la siempre didáctica comparación, voy a decir que un final se supone más sencillo (o por lo menos más rápido) que un comienzo. No lo es.
Cuando uno emprende una relación en pareja pensando que será para siempre, o más o menos, hay un largo periodo de adaptación, de acomode, de entrega; un trabajo diario para construir y sortear las dificultades que aparecen por el camino. Son años de invertir vida para avanzar juntos y bla, bla, bla que a mí ya se me olvidó.
Pero hay algo de ese comienzo que, a la hora de la ruptura, vuelve como la mejor de las olas del mar para darte en plena cara, revolcarte por la arena y dejarte espatarrada en la orilla a vista y paciencia de todo el mundo.
El defecto de origen.
Ese defecto que vimos desde el principio. Ese que estuvo siempre presente, que era evidente, vamos, pero al que no quisimos hacer caso porque al lado de tanta maravilla e ilusión decidimos omitir.