Chica de Artó

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Artó

martes, 26 de marzo de 2013

Abriles Olvidados.


Se dice que la culpa puede ser buena para aprender, lo mismo que la infidelidad puede ser buena para generar competencia y mejorar. En serio, esto no lo digo yo, se ha establecido así desde la ciencia.
Me encanta.
Me giro hacia temas de los que nadie habla con claridad y que todo el mundo constriñe porque vivimos bajo ese tejado de cristal que protege, pero que también condiciona nuestras vidas. Nuestras vidas sencillas, no la vida de Carla Bruni o Dominique Strauss Kahn, eso ya son las ligas mayores de lo inenarrable; básicamente porque no nos acercaremos nunca, ni por asomo, a su trastienda. Mucha erótica del poder, pactos de ambición, y lo siniestro convertido en estilo de vida. Es algo que nada tiene que ver  con nuestras habitaciones de cama tamaño estándar. Bueno, en principio.
Luego, mirando una foto de la princesa japonesa Masako que está, según dicen, a punto de colgarse de una lámpara, me veo pensando en lo impenetrable que es, de verdad, la vida y causa de una pareja.
Hay una maravillosa película de Bergman que se ha traducido como “Escenas de la Vida Conyugal” que es buen punto de partida en el intento por comprender e ilustrar la complejidad que representa una pareja. Por sueca que sea la obra un espectador atento se puede reconocer en más de un momento de la trama. Una esposa y un marido en este caso, pero cualquier pareja forma una alianza, que yo, desde mi humilde experiencia, me atrevo a decir que es impenetrable desde fuera.
 “Masako está triste” eso dicen todos, las revistas del corazón y los más serios medios de prensa. Yo digo que nadie sabe nada al respecto.
Si alguien tuviera que hablar de mí, de cualquier parte de mi historia amorosa, me lo apuesto todo a que no podrían dar ni con una frase certera o cercana a lo que realmente pasó. Y me pongo yo como ejemplo porque es la única historia que de verdad conozco.
Tengo amigas (y familia) cuyas relaciones sobreexpuestas en Facebook no guardan la menor relación entre la realidad y la foto de perfil.
Una vez, una X, se tomó un whiskey doble y me soltó un par de datos que me dejaron ojiplática. Y no porque tuviera que ver con sexo.
En una pareja hay mucho, pero mucho más que sexo. Hay una especie de área propia en la que suceden cosas que, producto del tiempo, de una circunstancia, de la vulnerabilidad, de la pasión, de la confianza, admiración o complicidad, celos,  acuerdos, pactos tácitos, deudas adquiridas… y, por supuesto,  los respectivos muertos que cada uno lleva en el maletero, donde se tejen redes únicas e inescrutables.
Las historias de amor, por llamarlas así para que nos entendamos, a veces, no tienen nada que ver con el amor. Al menos, no con ese amor hermoso y virtuoso en nombre del cual se compromete la pareja “media” y que está bien descrito y tipificado desde que los monos y las monas.
Estar en pareja es la experiencia más peculiar, fortuita y compleja que se me ocurre.  Y no me refiero sólo a las parejas establecidas (que merecen capítulo aparte), sino a todos los encuentros que hayamos podido tener, y que luego del olvido selectivo, nos han dado la forma que hoy tenemos.
Encuentros breves, divertidos, dolorosos, a destiempo, explosivos, profundos, fugaces, de verano, de noches enteras… Resulta emocionante, imborrable, irrepetible.
Muchas personas se vuelven unicelulares, por opción u obligación, pareciera que no son más de lo que vemos ahora. Mmmmm...
He tenido historias que se han diluido en el olvido sin más, pero hay otras que viven conmigo y que llenan esa cajita de fotos, tickets, canciones, cartas, notas en paquetes de tabaco, dibujos y papelitos amarillos que quedarán cuando ya no haya nada más.    

martes, 19 de marzo de 2013

Unos tanto y otros tan poco.


La elección del nuevo Papa, no sé bien por qué, es un tema que me interesa. Supongo que es un poco culebrón tipo Dallas con esas luchas de poder que tanto atraen al ciudadano medio que tan lejos del poder estará siempre.
He seguido la noticia en los grandes canales suspirando incrédula, una vez más, por la cantidad de “imprecisiones” que se dicen y se dan por verdad de la buena.  Es desconcertante, abruma tanta historia y opinión de “experto” sin la menor relación con la realidad, o apenas.
Todos mirando que si el Papa va a cambiar la Iglesia y la va a transformar, poco menos que en una comunidad ecológica de amor libre.
La iglesia católica es lo que es, con dictaduras, holocausto, sida, mujeres, niños, guerras y un largo etcétera a sus espaldas y ahí mejor no entrar. Lo que ha pasado ahora es que la inmediatez de las redes y la tecnología le ha jugado un pelín en contra para mantener el tupido velo sobre asuntos que, en otro tiempo, no hubieran logrado salir de magnas habitaciones. Las sábanas se hubiesen lavado con agua bendita y todo tan inamovible como siempre.
Lo que me pregunto es por qué se le quiere exigir a la iglesia , al Papa Francisco en particular, un plan renove y una serie de medidas para acabar con  la corrupción y los espantosos escándalos sexuales acontecidos en pleno cuore Vaticano cuando aquí, en casa, estamos todos callados como putas.
Y, encima, que si el Papa es argentino por sobre todas las cosas. Me inquieta hasta la náusea la relevancia que tiene, por ejemplo, la nacionalidad de las personas.
Me molesta, me irrita y escuece que se ponga por delante todo lo nimio, lo fortuito, lo accidental, periférico e intrascendente en cosas que, además, no son ni asunto nuestro. Qué facilidad para desviarse del centro. Qué insistencia tan pesada con eso de darle bombo a lo que en realidad no importa nada.
En una institución como la iglesia católica (¡una iglesia! ¡religión!) ¿qué hace que el Papa sea bizco o argentino? Que sea jesuita y de ahí hacia arriba se podrá analizar en busca de luz - el que la quiera buscar-, para intentar ver por dónde irá en  su pontificado, pero ¿para qué más cuenta dónde naciste si eres el representante de Dios en la Tierra (de Pedro en realidad)? Y en eso estoy yo pensando... Cuando veo a Cristinita decir que le pidió a Francisco que interceda para lo de las Malvinas. Y lo bueno será que  Bergoglio algo hará, dirá, o Dios sabe qué y entonces sí es importante que este sea argentino, y el otro inglés, y los pobres chipriotas, y a ver si el próximo Papa va a ser negro… porque si Obama... Pues, cualquier cosa.
Y ahora ya llegan los príncipes, presidentes, delegaciones internacionales, autoridades, "“gente de primer nivel” para asistir a la misa" titulan los cientos de medios que cubren tan sacro evento. Y vuelve la náusea.
¡Madre mía qué antiguo todo! Vale, la religión es antigua y por ahí hay poco que rascar pero, llámame loca, veo demasiado viejo, obsoleto, oxidado y falso,  el método para distinguirnos los unos de los otros.  

martes, 12 de marzo de 2013

Delitos y faltas


Leí hace poco que la gente es feliz en su desgracia. La explicación a esta lapidaria frase venía dada por una especie de estoicismo, de aceptación de aquello que nos “tocó” vivir. Matrimonios sin amor (encabezando la lista), trabajos que odiamos, cosas que nunca tendremos, belleza que nos fue negada.
El estoico parece ser aquel que acepta el  destino impuesto, lo asume como inevitable  y me imagino que  dirá algo como: bueno, qué le vamos hacer. Y así es feliz.
Pero esto, digo yo, es mucho desvirtuar el origen. En realidad el estoico es el sabio que consciente de estar dotado con la facultad de razonar, ejerce el control de las emociones no para ser feliz, sino para hacer el bien.
No nos vamos a liar aquí demasiado, lo digo sólo como punto de partida.
A mí eso de " lo que nos tocó” es algo que me cuesta aceptar porque se parece, sospechosamente, a “esto no es mi culpa”.
Me revelé contra mi destino y dejé de buscar en otros la razones de mi desdicha en cuanto se despejó la negra nube de la adolescencia ¡Pum! Estalló todo por los aires y se rompió el camino amarillo. Ahora ya no es tan fácil y automático hacer el pulso, la rigidez de lo cotidiano es de hierro, la voluntad riñe con la comodidad que tiene como escudo al deber. 
A pesar de todo, y aunque es más bien poco lo que decidimos sobre nosotros mismos y nuestras circunstancias, hay elecciones de las que no podemos escapar ni culpar a Dios. Bueno, o sí.
Hay cosas que, aunque no nos guste, son  nuestra responsabilidad y que por mucha tele y fútbol que se vea para anestesiar la conciencia, son nuestras faltas, nuestros fallos, nuestros delitos por obra u omisión. La crisis en la que estamos, por ejemplo,  es también un poco culpa nuestra, pero vamos a lo íntimo.
¿A quién le vamos a echar la culpa por habernos enamorado de Pedro el malo (¡desgraciado que nos hizo tanto sufrir!)? ¿Por qué hay que cargar, y seguir cargando contra nuestros padres por no hablar inglés? ¿Les podemos achacar también a ellos no haber sido capaces de inventar nunca nada?
Es un poco brutal, pero llega un momento en la vida de un hombre en que…” (refrán catalán) en que te das cuenta de que no lo has hecho bien. No has hecho el bien y, encima, no eres feliz.
Por delante: el tiempo perdido sin contestar…
Nunca es tarde, dicen algunos. Eso es una mala mentira. Hay muchas, pero muchas, muchas cosas  para las que pronto es demasiado tarde. Ya no te digo esos que salen a buscarse pasados los cincuenta años. Hay que buscarse, pero hay que encontrarse rápido si se quiere correr con opción a ganar. Y no me refiero a ganar para alcanzar el éxito, fama o reconocimiento universal, sino a ganarle a la apatía, a la desidia, al sin sentido. Al olvido.
Creo en la lucidez, en la curiosidad como forma de vida, en la búsqueda permanente, en el movimiento y agitar de los sentidos, en la provocación del deseo y en pinchar esa nostalgia con tintes de conformismo que se empeña en hacer nido sobre nuestras cabezas. Me da miedo la calma.
No hay que fiarse del agua mansa, dijo un sabio muy estoico y muy sabio.

lunes, 4 de marzo de 2013

A propósito de "Amor".


Después de ver la película de Michael Haneke, “Amor”, salí perpleja del cine.
A partir de ahí, vino la tormenta interior y un remolino de recuerdos, fantasmas, visiones y augurios que me tiraron de golpe sobre el sillón de las incertidumbres.
Dicen que de joven era usted hermosa” le dicen a Marguerite Duras en el comienzo de “El Amante”.
Esta es una verdad como una torre de oficinas: la juventud es hermosa y la vejez es fea.
Cuando pienso en la vejez pienso, por razones diferentes -casi opuestas-, en mi abuela Julia y en mi abuelo Eduardo, y también en mi otra abuela (coincidencia) Margarita.
Margarita murió de un infarto mucho antes de ser vieja. No la merecían los que la tenían. De eso estoy segura.
Así que son los recuerdos de mi abuela Julia los que me gritan las reflexiones.                                     Me doy cuenta ahora, y no antes, de que ella era vieja, y sufría todos y cada uno de los embistes de la condición. Pero cuando yo era pequeña y me metía en su cama no tenía ni la menor conciencia de que mi abuela fuera vieja. Para mí era bella, olía de maravilla y sus besos eran premios.  Yo quería ser como ella, y todavía quiero.
Mi abuelo, por otra parte, hablaba de la vejez, supongo que como parte de su pasión por educarme siempre y en todos y cada uno de los momentos que existen. Decía cosas feas. Decía que a los viejos no los quiere nadie... formando parte de su vida.  Decía cosas chocantes, como que los viejos huelen mal y a la gente joven le dan asco. A mí me dolían los oídos cuando hablaba así, a pesar de que entendía (o eso creía yo) que hablaba de “otros”.
Mi abuela Julia murió sin causarme jamás nada parecido a lo que mi abuelo describe, y ahora él es el viejo de la familia.
La vejez es durísima, es gris, solitaria, triste, muchas veces inclemente, dolorosa en lo interno y en lo externo.  Devastadora, oscura e inevitable.

Según postula Haneke, el amor es lo único que la hace “vivible”. Creo que tiene mucha razón.  Hace falta el amor de alguien que te quiera y al que te una historia, conciencia, culpa, devoción y gratitud.
Intuyo que ese “Amor” puede tener variadas formas. Puede ser un marido, una esposa, un amante, hijos, hermanos, sobrinos de sangre. Puede. Pero conozco a muchos viejos, con familias numerosas que han muerto en el absoluto abandono.
Intento diluir el espanto, y se me ocurren otras maneras, otros mecanismos, fórmulas o estrategias para que la vejez no nos devore sin más.
 Marguerite (siempre Marguerite) dice: “las escritura nos salvará” ¡Oh sí!
El arte como forma de vida. La creación. La Obra.
Para el resto de los mortales, puede ser el dinero, que es una muy buena opción y que si guarnece al amor, mejor que mejor. Con un servicio doméstico bien pagado la vergüenza disminuye considerablemente. Creo. 
¿Pero sin afecto no hay nada? ¿O hay la más vil de las miserias?
Pienso en mi vejez porque no quiero ni pensar en la de mis padres. Prefiero la mía como idea y me obligo a verme vieja.
No consigo ver la luz. No tengo ni idea de si hay algo que se pueda hacer para conservar la dignidad hasta el fin de los días. Tiendo a creer que he de invertir, mientras pueda, en las personas que están conmigo. Por miedo si quieres, por miedo a Dios si me apuras un poco más, y albergo la secreta esperanza de que los míos también tengan miedo cuando yo sea vieja.
Tengo que escribir el libro y  plantar el dichoso árbol que dará la sombra bajo la cual me sentarán un día sin preguntarme nada; si hay suerte. 
Ces’t tout dijo Marguerite Duras que murió con todo el amor que pudo beber y pagar.