Se dice que la culpa puede ser buena para aprender, lo mismo
que la infidelidad puede ser buena para generar competencia y mejorar. En
serio, esto no lo digo yo, se ha establecido así desde la ciencia.
Me encanta.
Me giro hacia temas de los que nadie habla con claridad y
que todo el mundo constriñe porque vivimos bajo ese tejado de cristal que
protege, pero que también condiciona nuestras vidas. Nuestras vidas sencillas,
no la vida de Carla Bruni o Dominique Strauss Kahn, eso ya son las ligas
mayores de lo inenarrable; básicamente porque no nos acercaremos nunca, ni por
asomo, a su trastienda. Mucha erótica del poder, pactos de ambición, y lo
siniestro convertido en estilo de vida. Es algo que nada tiene que ver con nuestras habitaciones de cama
tamaño estándar. Bueno, en principio.
Luego, mirando una foto de la princesa japonesa Masako que
está, según dicen, a punto de colgarse de una lámpara, me veo pensando en lo
impenetrable que es, de verdad, la vida y causa de una pareja.
Hay una maravillosa película de Bergman que se ha traducido
como “Escenas de la Vida Conyugal” que es buen punto de partida en el intento
por comprender e ilustrar la complejidad que representa una pareja. Por sueca
que sea la obra un espectador atento se puede reconocer en más de un momento de
la trama. Una esposa y un marido en este caso, pero cualquier pareja forma una
alianza, que yo, desde mi humilde experiencia, me atrevo a decir que es
impenetrable desde fuera.
“Masako está
triste” eso dicen todos, las revistas del corazón y los más serios medios de
prensa. Yo digo que nadie sabe nada al respecto.
Si alguien tuviera que hablar de mí, de cualquier parte de
mi historia amorosa, me lo apuesto todo a que no podrían dar ni con una frase
certera o cercana a lo que realmente pasó. Y me pongo yo como ejemplo porque es
la única historia que de verdad conozco.
Tengo amigas (y familia) cuyas relaciones sobreexpuestas en
Facebook no guardan la menor relación entre la realidad y la foto de perfil.
Una vez, una X, se tomó un whiskey doble y me soltó un par
de datos que me dejaron ojiplática. Y no porque tuviera que ver con sexo.
En una pareja hay mucho, pero mucho más que sexo. Hay una
especie de área propia en la que suceden cosas que, producto del tiempo, de una
circunstancia, de la vulnerabilidad, de la pasión, de la confianza, admiración
o complicidad, celos, acuerdos,
pactos tácitos, deudas adquiridas… y, por supuesto, los respectivos muertos que cada uno lleva en el maletero,
donde se tejen redes únicas e inescrutables.
Las historias de amor, por llamarlas así para que nos
entendamos, a veces, no tienen nada que ver con el amor. Al menos, no con ese
amor hermoso y virtuoso en nombre del cual se compromete la pareja “media” y
que está bien descrito y tipificado desde que los monos y las monas.
Estar en pareja es la experiencia más peculiar, fortuita y
compleja que se me ocurre. Y no me
refiero sólo a las parejas establecidas (que merecen capítulo aparte), sino a
todos los encuentros que hayamos podido tener, y que luego del olvido
selectivo, nos han dado la forma que hoy tenemos.
Encuentros breves, divertidos, dolorosos, a destiempo,
explosivos, profundos, fugaces, de verano, de noches enteras… Resulta emocionante,
imborrable, irrepetible.
Muchas personas se vuelven unicelulares, por opción u
obligación, pareciera que no son más de lo que vemos ahora. Mmmmm...
He tenido historias que se han diluido en el olvido sin más,
pero hay otras que viven conmigo y que llenan esa cajita de fotos, tickets,
canciones, cartas, notas en paquetes de tabaco, dibujos y papelitos amarillos
que quedarán cuando ya no haya nada más.