Chica de Artó

Chica de Artó
Artó

martes, 23 de julio de 2013

Suspicious minds


Habría que hacer un gran esfuerzo para proteger la inocencia de todo el que esté a nuestro alcance y, especialmente, la propia. Preservar ese estado del alma que nos hace buenos, curiosos y libres, sobre todo libres. Libres de todo mal, libres de cargas, pecados, culpas, malas intenciones y responsabilidades.
Desgraciadamente hay personas, niños que, demasiado pronto, la pierden. Se ven expuestos a situaciones violentas, terribles, vejatorias que aunque no las entienden, y tal vez ni siquiera las dimensionen en su espanto, les arrebata  la mirada limpia y pura propia de su condición de inocente que nada ha hecho y que nada debería temer.
Todos, algunos de manera muy sutil y paulatina,  y otros de golpe, dejamos atrás esta condición humana preciosa para dar paso a un caminar complejo y mucho más temeroso y rotundo.
Los que no logran atrapar aunque sea una pequeña porción de candor se convierten en personas asfixiadas por la desconfianza y viven en un estado de permanente suspicacia. La verdad, es difícil mantener cierta candidez porque ser adulto es durísimo, sobre todo, porque estás casi siempre desamparado, y sin amparo, entregarse al mundo es muy poco recomendable.
Tal vez, el impacto más grande, o la revelación más impresionante que he tenido al madurar ha sido darme cuenta que estoy sola frente al mundo. Yo diría que ese fue el momento en que perdí la virginidad, o la inocencia. Me di cuenta, casi de golpe, y me sorprendí enormemente al comprobar que ya no hay consejo que valga, no hay apoyo y no hay espacio para errores sin consecuencias, que la vida de mujer grande es sola, que ser adulto es acepar que vas sin amarre y que eso de “nacemos solos y morimos solos”, que tanto dicen en las malas series, y que no significó nunca nada, va cobrando sentido y verdad por feo que suene.
No es falta de cariño, no es que no le importes a nadie…Tal vez, incluso, sea justo lo contrario. A la gente que le importas y que te quiere, en buena medida la sostienes tú, y al que no contienes tú, dejó de protegerte porque te has hecho mayor.
Reconozco que me ha costado encajar este aspecto de hacerse adulto. Más que arrugas, pecas, pieles y canas, he notado como aparecen y no dejan de sucederse las situaciones en las que todo es cosa mía, decisiones  y sus consecuencias, todas para mí. Lluvia de tormentos.
Tus padres están ahí, te quieren, te preguntan cómo estás, te dan algún que otro consejo, pero por la mañana has de tomar tú solo al día por los cuernos.
Hay personas a las que esto no les sucede y no les va a ocurrir nunca, ya sea porque les arropa una importante herencia ($€) y/o porque nunca se darán cuenta de nada.
Sé que en esto de madurar vengo algo tarde porque no me refiero a tener sentido común, que es algo de lo que, más o menos, soy portadora desde hace un rato ya, sino a madurar en serio. A entender tu vida como propia y a asumirla entera, sin reparos o reparto de culpas. Se siente entonces cierta orfandad, una desnudez que te deja expuesta al mundo sin abrigo, sin el manto protector que cuando eras adolescente te causaba agobio y que ahora, ya sin él, te sitúa en el punto cero, es decir, a partir de ti.  
Lo bueno es que los logros se hacen por fin propios, hay que dar menos gracias y los aplausos, aunque ya no sean tan sonoros y te los tengas que dar tu mismo, son inequívocamente tuyos.
Yo, desde que me hice mujer, me felicito por lo menos una vez por semana. 

martes, 16 de julio de 2013

Pozo ciego


Fui a ver la película sobre Hanna Arendt y me quedé con los pensamientos arremolinados. La película no es muy buena, pero esa no es la cuestión. Me invitó a pensar en su figura y a revisar algunos de sus magníficos postulados.
Si miro los periódicos y noticiarios de hoy mismo, veo que siguen sin querer  llamar a las cosas por su nombre y la repetición termina por banalizar el mal. En honor a lo que decía la magnífica señora Arendt (ella lo achacaba a la incapacidad del malhechor para decidir sobre el daño que ejecutaba) se banaliza hasta el más espantoso de los actos.
Un “tipo” quema a sus hijos pequeños en una hoguera meticulosamente preparada y de esto de hace un espectáculo público donde lo relevante es desentrañar las “razones” que pudieron llevar al individuo a cometer este acto atroz. Esto presume que se debería poder determinar un argumento que permita entender y aceptar lo ocurrido (?). 
Se decide por unanimidad, desde la plebe y en el juzgado, que esto es un caso de violencia machista porque el objetivo era causarle daño a la esposa que había decidido separarse.
Yo, puedo estar equivocada, con toda probabilidad, pero veo que esto no tiene nada que ver con un asunto de hombres contra mujeres, tal y cómo se ha planteado.
Se trata de una atrocidad y puede que no sea más que la consecuencia de lo que engendra el machismo y que debería dejar de ser tratado (¡por Dios!) como un asunto de géneros porque NO tiene nada que ver con eso. Por esa regla de tres el asesino tendría que haber acabado con la vida sólo de la hija y dejar vivo al hijo o haber hecho mirar a la esposa mientras lo hacía o… Puag.
Habría que dejar de detenernos en el acto violento, en la acción, para poder ver el fenómeno, el tremendo pozo que es el machismo y lo que de ahí sale.
Muchos hombres son las primeras víctimas porque crecen atemorizados por un padre que maltrata a su madre, a la que ellos quieren, lo cual sólo les provoca dolor, pena y angustia hasta que se convierten en otro hombre machista y maltratador.
No creo que esté bien seguir diciendo que hay que poner de un lado a las mujeres víctimas y de otro a los hombres victimarios, no creo que esté bien plantear el problema como si de dos bandos se tratase. Es demasiado primario. Se trata justamente de acabar con las separaciones por género, se trata de buscar la igualdad, y no sé cómo se puede llegar a ella desde la división.
El mensaje que se transmite al hablar de machismo de esta manera omite el origen del mal y eso es tapar el sol con un dedo, y un error por supuesto. Es como cuando se habla del “problema de la inmigración” sin mencionar lo mal repartida que está la cosa. Es absurdo.
Un hombre que le pega a una mujer es malo, entonces ¿el que no le pega es bueno? Yo digo que habría que partir un poquito desde más arriba la conversación. O sea, desde la base.
Hombres y mujeres deben respetarse cualquiera sea su condición, nacionalidad, color de pelo, opción sexual, tendencia política, etc. ¿Me explico? Y, el machismo en particular, hay que tratarlo mucho antes del golpe,  hay que establecer su intolerancia dentro de la sociedad y a nivel interplanetario si me apuras, en todas sus formas y, desde la raíz, que es el mal entendido de poner a una persona por encima de otra, en este caso, por su género. Hay que igualar el suelo para que germinen individuos naturalmente justos.

martes, 9 de julio de 2013

Incendiaria


Juro decir la verdad, toda la verdad y nada más que la verdad… en este artículo.
No puedo entender, y no porque yo sea subnormal, sino porque no tiene ninguna lógica, cómo es que temas tan íntimos y unipersonales como el aborto, el matrimonio (homosexual o de a tres) y el consumo de drogas (blandas, duras y las que quieras) son asuntos que se tratan como potenciales explosivos de alto alcance en algunas sociedades donde se insiste en tratar a sus ciudadanos como lelos a los que hay que indicarles siempre, en todo momento, y hasta con respecto a su cama, lo que tienen que hacer.
Un día, estaba yo parada en un semáforo esperando la luz verde para cruzar, pero como no venía nada inesquivable crucé en rojo. Salió disparada detrás de mi una vieja a la que casi atropella una moto, y la señora la emprendió contra mí. Yo tenía prisa, pero me devolví. No porque yo sea muy valiente para cuestiones de enfrentamientos callejeros, sino porque me revienta la gente que siempre le echa la culpa a otros de sus actos fallidos.
El de la moto puteó a la vieja y la vieja a mí.
-       Mire señora, no tengo porqué aceptar sus insultos ¿qué se ha pensado?
-       Usted, ha cruzado en rojo ¡estúpida! Se da el gusto de decirme.
-       ¡Claro que he cruzado en rojo! ¡y podría cruzar en rojo y en pelotas y eso a usted qué le importa! ¿Quién la manda a seguirme? ¿Acaso soy yo su madre? ¡No! Usted es la estúpida si va por ahí haciendo lo que hacen los desconocidos. Tiene suerte de no haber muerto antes con lo tonta que es.
-       En este país, me dice la muy rematada, eso no se hace.

Ya no me devolví porque con lo del país me mató y es verdad que está mal cruzar la calle en rojo ¡pero yo no la empujé a ella! Explicarlo es complicado y hay personas con las que no se puede no más. Y yo, de verdad, tenía muy poco tiempo. En general tengo muy poco tiempo para los bobos. Procuro, en la medida de lo posible, que salte el contestador para que dejen un mensaje.
¿Cómo, de qué manera, te puede cambiar a ti la vida si tu vecino del cuarto es un gay que comparte piso con una lesbiana que se ha hecho seis abortos y los fines de semana fuman marihuana? No me digas cosas como el ruido o el humo. Me refiero a que, dentro de las normas de convivencia habituales, no tenemos nada que ver ni qué decir respecto a lo que hagan otros con su vida. Cada uno con lo suyo. Ocúpa-te de ti. Asumamos nuestra vida, eduquemos a nuestros hijos, arreglemos o desarreglemos nuestros matrimonios… come sano o hínchate a McDonald’s, tú verás.
Creo profundamente, desde el fondo de mi corazón y hasta la superficie de mi piel, que cada uno puede hacer lo que quiera con su cuerpo entero, con su vida, con su amor, esté donde esté y mientras sea su voluntad y no afecte a un otro que no quiera.
Hay muchos lugares del mundo donde esto está claro y forma parte de los básicos del ciudadano. Donde a nadie se le ocurría ni mencionar o discutir con quién se puede casar otro. Que se case el que quiera, con quién quiera y fume lo que quiera. Y si eso le lleva a la muerte (como ocurre con miles de mujeres que mueren a manos de sus maridos) que no sea por falta de libertad.
El aborto no es comparable a la eutanasia, pero ambas son decisiones personales, que no afectan ni cambian el rumbo del que no está directamente implicado.
Pero hay otros países donde se ningunea a las mujeres, a los homosexuales, a los viejos y a los niños nacidos.
No voy a poner como ejemplo a los millones de niños que muren de hambre porque no es necesario. Yo, aquí, ahora,  veo, a diario, cómo un montón de niños se pasan horas y horas desatendidos, enchufados a video juegos espantosos. Y esto es malo. Lo dice la ciencia. Tendrán en el futuro daños científicamente cuantificables; y a mí no se me ocurría ir a sus casas a decirle a sus padres lo mal que lo están haciendo.
En un país desarrollado, que lo es, como EE.UU. hasta hace muy poco era ilegal casarse con una persona de otra raza (me duelen los dedos al escribir esta palabra) y ahora sale Obama y dice: Love is love y el resto del mundo contesta: ooooohhh ¿En serio?


martes, 2 de julio de 2013

Motivos personales


Alguien me decía el otro día que hay quiebres en nuestras vidas, hechos que nos cambian el rumbo y a veces, en el momento, no los detectamos con la profundidad o persistencia que alcanzarán.
La mayoría pone marcas a propósito de nacimientos, matrimonios o defunciones. Yo también tengo de eso, pero se me ocurren más criterios de capitulación.
Hace unos días fui a ver “Antes de Anochecer” (R. Linklater) la última entrega de una trilogía que comenzó en 1995 con “Antes de Amanecer” y que constituye, sin duda, un capítulo de mi vida. Ha llovido un poco desde entonces, pero recuerdo bien que salí del cine loca de emoción deseando, intentando, que aquella historia de amor fuera la mía.
Y empecé a pensar en los nombres de esos quiebres que han dividido mi trayectoria en capítulos. Más que una trilogía, lo mío tendría que ser una serie, porque si yo te contara todo lo que he hecho para vestir mi vida…
Es interesante recordar ahora lo intencionado, mi afán, por armar un argumento vital con elementos lo más emocionantes posible. Claro que ha habido azar, pero también empeño. Que nadie piense que esto va por el lado de lo accidental o las coincidencias. Yo he opuesto toda la resistencia posible a lo que algunos se obstinan en llamar destino.
Ha habido muertes y uniones significativas (y más), pero también otro tipo de cosas son las que han alterado el protocolo. Me acuerdo, por ejemplo, cuando leí “Mujeres” de Bukowski, tenía como 13 años ¡Madre mía lo que fue eso! Un mundo prohibido, vulgar, miserable, que me encantó.  Le siguieron otros autores inapropiados, algunos desvíos del camino y más de un desvarío.
Hubo quebranto, pero yo no quería saber nada de penas, corazones rotos y lágrimas negras. Así que procuré no prestar demasiada atención a ese tipo de escenas, lo que no resultaba nada fácil porque en esa época yo vivía en la primera parte de la “Divina Comedia”.
Algunas situaciones de fuerte tensión sembraron una alerta incandescente que titilaba acuciante en mi interior; no llegó a ser una voz en mi cabeza, pero casi: “Otra cosa, mariposa” me susurraba a mí misma.
No se trata de huir o abandonar, sino de evitar lo que se viene encima. De esquivar ese devenir impuesto como consecuencia de actos que no son tuyos.
El primer crac, quizás el más sonoro, fue el asomo europeo. Un gran quiebre. Yo no lo sabía en ese momento, pero ahora lo veo claro.
¿Cómo iba a poder quedarme impávida luego de haber visto a la Gioconda o de haber desayunado en la Plaza real? Volví con las fotos y esos odiosos “bonitos recuerdos”. Demasiado por detrás y tan poco por delante me puso suspicaz.
Alimenté la inquietud, la mala conducta, con películas, lecturas y 
un montón de conversaciones con mi amiga Ximena que venía de otro planeta, y a la que yo observaba estupefacta cantar, tocar la guitarra y fumar con elegancia. Nos pintábamos los labios y nos creíamos musas, divas que escribían versos salvajes como Anaïs o Marguerite.
Luego me compré miles de zapatos, pero la voz no se callaba. Había ido tanto al cine, tanta Nouvelle Vague, que, claro, a la primera provocación no pude resistir la tentación de ir a buscar esa aventura extranjera que le diera cuerpo al deseo, que concentrara mis impulsos y me llevara hacia la vida inesperada con final abierto.