Alguien me decía el otro día que hay quiebres en nuestras
vidas, hechos que nos cambian el rumbo y a veces, en el momento, no los
detectamos con la profundidad o persistencia que alcanzarán.
La mayoría pone marcas a propósito de nacimientos,
matrimonios o defunciones. Yo también tengo de eso, pero se me ocurren más
criterios de capitulación.
Hace unos días fui a ver “Antes de Anochecer” (R. Linklater) la última entrega de una trilogía que
comenzó en 1995 con “Antes de Amanecer” y que constituye, sin duda, un capítulo de mi vida. Ha llovido un poco desde entonces, pero recuerdo bien
que salí del cine loca de emoción deseando, intentando, que aquella historia de
amor fuera la mía.
Y empecé a pensar en los nombres de esos quiebres que han
dividido mi trayectoria en capítulos. Más que una trilogía, lo mío tendría que ser una serie, porque si yo te contara todo lo que he hecho para vestir mi vida…
Es interesante recordar ahora lo intencionado, mi afán, por
armar un argumento vital con elementos lo más emocionantes posible. Claro que
ha habido azar, pero también empeño. Que nadie piense que esto va por el lado
de lo accidental o las coincidencias. Yo he opuesto toda la resistencia posible
a lo que algunos se obstinan en llamar destino.
Ha habido muertes y uniones significativas (y más), pero
también otro tipo de cosas son las que han alterado el protocolo. Me acuerdo,
por ejemplo, cuando leí “Mujeres” de Bukowski, tenía como 13 años ¡Madre mía lo
que fue eso! Un mundo prohibido, vulgar, miserable, que me encantó. Le siguieron otros autores
inapropiados, algunos desvíos del camino y más de un desvarío.
Hubo quebranto, pero yo no quería saber nada de penas,
corazones rotos y lágrimas negras. Así que procuré no prestar demasiada
atención a ese tipo de escenas, lo que no resultaba nada fácil porque en esa época yo
vivía en la primera parte de la “Divina Comedia”.
Algunas situaciones de fuerte tensión sembraron una alerta
incandescente que titilaba acuciante en mi interior; no llegó a ser una voz en
mi cabeza, pero casi: “Otra cosa, mariposa” me susurraba a mí misma.
No se trata de huir o abandonar, sino de evitar lo que se
viene encima. De esquivar ese devenir impuesto como consecuencia de actos que
no son tuyos.
El primer crac, quizás el más sonoro, fue el asomo europeo.
Un gran quiebre. Yo no lo sabía en ese momento, pero ahora lo veo claro.
¿Cómo iba a poder quedarme impávida luego de haber visto a
la Gioconda o de haber desayunado en la Plaza real? Volví con las fotos y esos
odiosos “bonitos recuerdos”. Demasiado por detrás y tan poco por delante me
puso suspicaz.
Alimenté la inquietud, la mala conducta, con películas,
lecturas y
un montón de conversaciones con mi amiga Ximena que venía de
otro planeta, y a la que yo observaba estupefacta cantar, tocar la guitarra y
fumar con elegancia. Nos pintábamos los labios y nos creíamos musas, divas que
escribían versos salvajes como Anaïs o Marguerite.
Luego me compré miles de zapatos, pero la voz no se callaba.
Había ido tanto al cine, tanta Nouvelle Vague, que, claro, a la primera provocación no pude resistir la tentación de
ir a buscar esa aventura extranjera que le diera cuerpo al deseo, que
concentrara mis impulsos y me llevara hacia la vida inesperada con final
abierto.
Hermoso, gracias por no haberte quedado inpávida con el desayuno en la plaza Real.
ResponderEliminarV.C.J