Lo que para uno es un nueve para el otro es un seis.
Hablaba ayer con unas mujeres a las que quiero mucho, y a
las que además, me une la sangre. Una de ellas no podía entender el
comportamiento descariñado de alguien muy importante en su vida . “¿Cómo es
posible que sea así conmigo?”, decía, refiriéndose a que una de sus hijas no es
todo lo afectuosa y atenta que ella espera.
Yo, con toda la sutileza que soy capaz de tener (que a veces
no es mucha) le intenté plantear que, tal vez, había algo… cierto rencor
antiguo que aún está ahí clavado y que le impedía a su hija ser más amorosa.
“Tal vez faltaste cuando ella te necesitó”, le dije. Y hasta me permití citar
hechos concretos por los que, tal vez, su hija podría ser un poco fría. Pero
ella mencionó otros y acabó segura de que la indiferencia de su hija nace de un
corazón frío y celoso que se alimenta de cierto gusto por el conflicto.
¿Y te
digo algo? Acabé encontrándole bastante
razón.