Chica de Artó

Chica de Artó
Artó

jueves, 29 de agosto de 2013

Mareados, y no es el gas


Estamos confundidos. Se ha hecho "viral" un video del reencuentro de un niño dado por muerto con su padre, en Siria. 
Hemos caído en la trampa del mal, que consiste en provocar tanto miedo y hacer tanto daño que se termina por agradecer lo inaceptable; y ahora a cualquier cosa le llamamos esperanza, nos alegramos de haya quedado vivo un (uno) niño de entre cientos que han muerto, tiroteados o gaseados. 
Hay que hacer la diferencia porque se ve que hay una línea roja entre los tipos de muerte. Una sería inmoral y la otra no - ¿Cómo dice?-. Eso, que matar a tiros a cientos de personas, niños y todo lo que es la humanidad, está un poco mal, pero se puede hacer sin que nadie diga nada durante años; lo que no está bien es hacerlo con químicos, eso es absolutamente intolerable.
No se puede permitir que unos señores, no occidentales, tengan armas químicas que podrían ser utilizadas no ya para matar gente que vive lejos, sino lanzarlas hacia dios sabe dónde… pero no es por eso que América está enfadada es porque las usan contra población civil ¿Qué se han pensado?

martes, 27 de agosto de 2013

El orden del cariño


¿Será verdad que clasificamos y ordenamos a las personas que participan en nuestra vida como si fueran figuritas de porcelana?
Suponiendo que sea así, acaba de caerse desde lo más alto de mi estantería imaginaria (o mapa mental) un imponente elefante de cristal, que aunque feo, siempre fue importante y su presencia ahí arriba formaba parte de mi visión del mundo. De pronto, una frase lanzada al viento y pum, pa’bajo, se hizo pedacitos.
Dejando ya la metáfora y para que nos entendamos, me pasa que las palabras funcionan en mí con el peso más rotundo que se pueda imaginar. No se me ocurre otro elemento más influyente en mi visión de la vida entera que las palabras y creo que es, en buena medida, lo que ordena y ubica en un lugar determinado a las personas que forman mi vida.
Me olvido de muchas cosas y, seguramente, presté poca atención a las matemáticas y demás cosas fundamentales de la vida, pero ciertas frases que me decían o que escuché por casualidad, se me grabaron a fuego. Las buenas y las malas.

martes, 20 de agosto de 2013

Sola solita sola


Siempre digo, y sostengo, que la vida de adulto es muy dura por muchas y variadas razones, y la de la mujer adulta, sin afán de parecer prepotente, es mucho, pero mucho más dura aún.
Desde que somos niñas a muchas nos advertían que nada es gratis, que “la fama cuesta”, decían en la serie… siempre pagando por todo. Todo llega, pero previo pago, ¡Oh sí!, doy fe.
Estaba pensando, por ejemplo, en lo que cuesta tener un momento a solas. Una cosa tan pequeña y simple que parece un tontería, pero que no lo es.
Tener un momento donde nadie quiera algo de ti, donde nadie te esté mirando, donde suene lo que tú quieras, donde no importe el peinado ni el maquillaje, un delicioso momento para pisar hojas, intentar beber lluvia, o para enterrar las manos en la arena mojada sin pensar en las uñas, un momento para dar un buen salto en el barro o para no estar y que se moje lo que se moje. Cuestan tanto que a veces preferimos renunciar a ellos. Tener un momento para alguna actividad a solas requiere toda una estrategia previa de entretenimiento colectivo, satisfacción generalizada, prescindir de horas de sueño y renuncias varias.
Virginia Woolf decía para que una mujer pueda “hacer algo” (crear algo) debe tener un cuarto propio. La teoría que ella planteaba es más compleja, pero dejémoslo en que se trata de tener un espacio donde sólo puedas estar tú y nadie pueda entrar. ¿Para qué? Ni para esconderse ni para escapar, es para poder hacer (lo que sea) libre de la mirada de otros, para sentir que eres individuo, que tienes una vida tuya y que lo bueno y lo malo de tus pensamientos, acciones y sensaciones son tuyos.

martes, 13 de agosto de 2013

No todo lo que brilla es oro

Por esas cosas de la vida fui a parar a un lugar que se llama Montreux, cerca de Ginebra, en Suiza. Si googleas, seguramente te saldrá como el pueblo en el que se hace un festival de jazz y donde se fue a morir Freddie Mercury.
Quien dice pueblo para referirse a este lugar se equivocará rotundamente porque en realidad es una especie de Jardín del Edén. Un espacio perfecto, lleno de beautiful people donde ni la naturaleza es natural, salen florecitas hasta de los inodoros. Todo ha sido puesto buscando la perfección, el orden y la opulencia.
Me pregunto yo, qué habrá visto Mercury en este lugar que le pareció adecuado para dejar en él su último aliento. Bueno, aparentemente, es un lugar de reposo cuya vista al quieto lago te entrega calma y bienestar. Así que me lo imagino mirando al infinito desde una magnífica terraza hacia el agua que todo lo aclara, que todo lo purifica, mientras su cuerpo se descomponía poco a poco.
A mí me hizo pensar en lo que cuesta conseguir la imagen dulce y limpia de un lugar así, en toda la falsedad que en realidad hay en lo idílico.

martes, 6 de agosto de 2013

Gracias por la sangre


Siguiendo con mis notas para leer antes de que se muera la gente que me importa, voy a por el otro factor participante en mi creación, mi padre.
Sé que no llorará, así que puedo ahorrarme la advertencia (ja).
A mi padre no voy a hablarle desde el vínculo parental porque, siendo clara, he de decir que su fuerte nunca ha sido la gestión familiar.
Para mí, mi papá fue durante muchos años una figura imaginada a base de lo que me contaba mi Abuela (su madre) y todas esas cosas extrañas y medio mágicas que me decía mi madre. Entre las dos combatían los insultos que lanzaba mi Abuelo (su padre) para referirse a él.

Arrebatos de pasión


“Soy tan sensible a la belleza, por eso pierdo la cabeza con tanta facilidad…”, dice la canción de mi siempre acertado Calamaro.
Ahí está Bertolucci (Italia 1940), enverdecido, y no de esperanza exactamente, sino de deseo; y tan salido con la belleza de la joven actriz Tea Falco (Catania 1986) que le ha hecho una película entera, mala, pero película al fin (“Io e Te”).
Yo no lo condeno, porque es así, hay cosas a las que somos sensibles que nos fascinan y nos hacen ir corriendo a tocarlas a costa de lo que sea, aunque quemen o terminen por hacernos llorar.