Chica de Artó

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Artó

jueves, 1 de agosto de 2013

Para vos, reina


Hace un tiempo empecé a darle cuerpo a una idea de esas difíciles de explicar. Se trata, dicho muy a la rápida, de escribir cosas para leer después de que la gente que ha sido importante para mí haya muerto, discursos para funerales, vamos.
Quise escribirlos ahora porque si bien hay una cronología lógica de acontecimientos vitales, la vida, muchas veces, no es nada lógica ni ordenada.
Ya tengo algunos terminados y al leerlos pensé: me gustaría leérselos a los protagonistas, lo cual será imposible si sigo la instrucción, así que decidí emprender otra serie y escribir pequeños homenajes que, ojo, no serán necesariamente alabanzas, sino sólo algo que quiero decirle a otras personas, pero siendo amable que, según mi padre, es clave para resultar efectiva (ja).
Voy a comenzar por lo primero, por el origen, por mi madre.
Por favor, no llores.
Ser madre es lo más inesperado que le puede suceder a una mujer sensible como la mía mama. A pesar de los nueve meses que se supone tenemos para prepararnos, estoy segura que ella, como casi todas, cuando me tuvo en brazos no sabía lo que se le venía encima, porque nadie lo sabe y ella, encima, venía de recibir un golpe horriblemente traicionero de la vida y de la muerte.
La historia siguió su curso por obra y gracia del Espíritu Santo y mi madre, si bien no perfecta, hizo lo que pudo con lo que tenía, con la geografía humana que la rodeaba y con su manera de ser tan peculiar y bailarina.
Hay cualidades que se le exigen a una madre, unas funciones muy determinadas de protección, vigilia, defensa; una madre tiene que ser proveedora, educadora, paciente, comprensiva, anteponer, apoyar siempre… y la lista es larga, larguísima pero, estarán de acuerdo conmigo, en que una muy  importante es dar cariño (y que se note).
Ese ha sido siempre su fuerte. De un mar de matices y posibilidades mi madre se especializó en darme cariño incondicional, consiguiendo hacerme grande a fuego lento, a base de quererme y hacerme sentir querida y brillante en todo momento. Luego yo me transformé en lo que quise y elegí ser como soy, pero bordada con el cariño inmenso que siempre me ha entregado. Y estoy segura que por eso mis costuras son tan fuertes.
Yo, es cierto, soy un poco rara para ella. Mi hermano se fue a Marte, pero yo soy marciana. Vivo y le expreso mi cariño de forma muy diferente a cómo quisiera, lo sé.
Me atrevo a decir que la diferencia entre nosotras se hace aguda cuando hablamos de amor porque lo entendemos distinto;  ella lo ve y lo vive como un volcán rosa chicle y yo soy más verde musgo. Somos diferentes, pero eso es todo.
Ella se ha movido por razones que yo no busco comprender, sólo quiero que sepa que valoro el amor que me entregó durante mi crecer y que ahora, que ya soy mayor, aprecio su énfasis, me alegro y me siento abrazada por sus gritos emocionados cuando entro por la puerta de su casa, por su manifiesta alegría cuando levanta el teléfono y le digo: hola mamá. Que agradezco sus aplausos ante mis “hazañas”, sus piropos diarios por mi infinita belleza y gracia.
Quiero que sepa que espero, aún, su atención, su impresión, escucho sus lamentos, sus alegrías, y sus mitos y leyendas con ganas;  y que por el hábito que me ha creado, espero cada día sus “te quiero mucho” y su infaltable “qué linda eres, hija”.
¡Qué linda eres, mamá! ¡Feliz Cumpleaños!

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