Chica de Artó

Chica de Artó
Artó

jueves, 26 de junio de 2014

Dicho y hecho!

aldeo.cl

Uno de mis tíos durante un almuerzo familiar le tiró el plato a su madre, mi abuela, porque no le pareció bien el trozo de carne. Yo tenía cuatro años y estaba escondida debajo de la mesa, escapaba de mis primos que me perseguían en un juego alegre y emocionante, completamente ajeno a la trifulca del comedor. Ahí debajo, sin ver muy bien lo que pasaba, escuché todo lo que se dijo. Nunca logré querer a mi tío. Nunca.
Muchos años después, él enfermó de cáncer y sufrió un deterioro físico tremendo y yo seguí sin poder quererlo. No lo quise cuando estaba sano, no lo quise cuando estuvo enfermo, no lo quiero ahora que está muerto.
Por decir cosas como estas mi madre “se quiere morir” y mi padre, desde lejos, mira para otro lado advirtiendo que a él no le gusta que le perturben el día.
Decir las cosas que uno piensa, en mi familia, a mi alrededor, siempre fue un derecho casi exclusivamente masculino. Decir que la carne no te gustaba y de paso tirar lejos el plato, o lanzar fuego por la boca, era algo que sólo los hombres podían hacer sin tener luego ni que recoger los trozos. 
Después ya venía la esposa, la madre o la hija para poner paz y limpieza donde sólo había desparramo de porquería, ya fueran palabras disonantes que aún flotaban o restos de comida y loza quebrada esparcida por el suelo.

jueves, 19 de junio de 2014

Ojos de niña, la mirada inquieta.



Cuando alguien dice “madre hay una sola” siempre otro contesta, medio en broma medio en serio, “¡menos mal!”.
Ahora hay muchas combinaciones posibles de familia y es estupendo que así sea. Lo que seguramente no cambiará nunca es la carga compleja y determinante que tiene la relación con los padres.

Lo que una madre o un padre vive con sus hijos es toda una madeja de emociones. Una historia marcada por instantes y tradiciones eternas que dan forma a un vínculo multicolor, tan lleno de nudos que muchas veces no hay vida que alcance para resolver.

Si tú le preguntas a una mujer con más de un hijo, siempre te dirá que para ella, todos sus hijos son iguales. Primer sobresalto, porque no habrá hermano que, en el fondo, no tenga ganas de salir a rebatir esta afirmación tan “mítica”.

jueves, 12 de junio de 2014

Copas y coronas



Fui a comprar un marco de fotos y encontré uno muy adecuado en una de esas cadenas de tiendas que venden mil cosas lindas e innecesarias a precios muy razonables (razonables para mí, no para el menor de edad que las ensambla en Blangadesh) y le digo al chico de la caja si puede ponerme uno de los cientos de papeles para envolver que tiene ahí para que no se vaya a quebrar el cristal, y me dice: “los papeles son sólo para las velas”. Hice un breve intento de convencerlo, pero me di cuenta de que sería imposible.

Él tenía su respuesta aprendida y bueno… ya se sabe que eso de que “el cliente siempre tiene la razón”, es un fenómeno comparable a escribir con pluma.

El chico además de estar uniformado por fuera y por dentro tiene la encomiable labor de proteger los intereses de otro. De alguien que está tan leeeeeeejos de él que ni lo ve. 

Deseándole un buen día y esperando que lo nombren “empleado del mes” me tuve que  ir con el marco bien agarradito para que no se me fuera a romper.

jueves, 5 de junio de 2014

Un buen trato



Estoy agotada. He tenido uno de esos días en que eliges mal la ropa y te pasas las horas intentando entrar en calor sin conseguirlo. Lo primero que haces al llegar a la oficina es chocar de mala manera con la punta del escritorio (morado gigante en el muslo); se te caen las cosas de las manos todo el rato, desde el bolígrafo al tenedor, todo, y la humedad ambiental hace que tu pelo parezca de lana. El viento en contra, y encima, con partículas que parecen piedras volcánicas que se meten en los ojos y arrasan con el rímel.

Camino diez calles en busca de un lugar para coger impulso y ánimo. Me meto en un café para ver si puedo darle un giro a la jornada comiéndome algo muy rico y muy dulce . Viene la camarera, a la que seguramente le pagan poco, pero yo no tengo la culpa, y ni buenas tardes ni nada, “cerramos en 20 minutos”, me tira la carta y se va.

Justo lo que me faltaba, pagar para que me traten mal. Me voy porque nunca es buena idea discutir con la persona que tocará tu comida. Me duelen los pies y sigo teniendo frío y ahora, hambre.