Me encantan las revistas, casi todas. Cuando voy al médico intento llegar
un poquito antes de la hora para hojear todas esas revistas que uno no
compraría, pero que son fascinantes.
Desde el clásico Hola o Vanity Fair, hasta las más juveniles
y amarillas.
Revistas para el público femenino todas ellas. Donde salen muchas mujeres, una
más estupenda que la otra. No voy a descubrir la sopa si digo que todas tienen
contenidos bastante “ideales” (inventados) y están llenas de “ilusión y
fantasías” (mentiras) aunque en algunas se esfuercen por disimularlo.
Una de mis secciones favoritas son las entrevistas, sobre todo a
modelos o actrices. Todas tienen tanto en común… Chicas que no engordan a pesar
de comer de todo y que no han hecho nunca una dieta, a las que no les interesa
la moda y en cuyos armarios sólo hay tejanos y camisetas blancas de lo
sencillas que son, mujeres a las que no les interesa el dinero y que sólo
buscan en un hombre que tenga sentido del humor; que siempre supieron que
querían ser actrices o que, sin ellas buscarlo, las descubrieron en el metro de
New York o
en una discoteca de Berlín.
Bueno, todo esto, vaya y pase.
Lo que ahora me ha empezado a jorobar bastante es que las revistas que
intentan tener un tono más progresista (acorde con los nuevos mercados)
vayan armando estereotipos de mujer, supuestamente de avant-garde, que son tan irritantes como los más
antiguos del mundo.