Chica de Artó

Chica de Artó
Artó

jueves, 28 de agosto de 2014

Mujeres sin hijos y otras vanguardias



Me encantan las revistas, casi todas. Cuando voy al médico intento llegar un poquito antes de la hora para hojear todas esas revistas que uno no compraría, pero que son fascinantes. 
Desde el clásico Hola o Vanity Fair, hasta las más juveniles y amarillas.

Revistas para el público femenino todas ellas. Donde salen muchas mujeres, una más estupenda que la otra. No voy a descubrir la sopa si digo que todas tienen contenidos bastante “ideales” (inventados) y están llenas de “ilusión y fantasías” (mentiras) aunque en algunas se esfuercen por disimularlo.

Una de mis secciones favoritas son las entrevistas, sobre todo  a modelos o actrices. Todas tienen tanto en común… Chicas que no engordan a pesar de comer de todo y que no han hecho nunca una dieta, a las que no les interesa la moda  y en cuyos armarios sólo hay tejanos y camisetas blancas de lo sencillas que son, mujeres a las que no les interesa el dinero y que sólo buscan en un hombre que tenga sentido del humor;  que siempre supieron que querían ser actrices o que, sin ellas buscarlo, las descubrieron en el metro de New York o en una discoteca de Berlín.

Bueno, todo esto, vaya y pase.

Lo que ahora me ha empezado a jorobar bastante es que las revistas que intentan tener un tono más progresista (acorde con los nuevos mercados) vayan armando estereotipos de mujer, supuestamente de avant-garde, que son tan irritantes como los más antiguos del mundo.

viernes, 15 de agosto de 2014

El dolor de los demás



Susan Sontag una escritora formidable, pensadora brillante, hablaba mucho antes de la era de las redes sociales del significado opuesto que puede tener una imagen, la misma imagen, para distintas personas.

Lo que para algunos puede ser la foto de una tragedia, para otros es un emblema de la más pura alegría. 
Porque para unos un muerto es una pérdida atroz y para otros cuenta como victoria.
Frente a un río de teorías que hablan de si es bueno o malo “mostrar” y cruzar una sinuosa línea ética para exhibir ciertas cosas, es habitual encontrar que muchos se cubren con la manta de una muy cuestionable libertad de expresión para enseñar al público escenas terribles, cadáveres de niños y trozos de personas esparcidos entre escombros;  y yo creo que esto está mal, pero muy, muy mal.
¿Has visto alguna vez en algún medio de comunicación con licencia para emitir, una sola imagen de algunos de los miles de muertos que hubo en el atentado de las Torres Gemelas?. La respuesta es simple si dejamos al margen las cloacas y lo clandestino. No se difundieron imágenes de aquella terrible tragedia, no se mostraron al mundo esos muertos más que en brillantes ataúdes cubiertos por impecables banderas, y muy brevemente y desde lejos.
¿Por qué? ¿Acaso porque no había trocitos de gente por ahí para enseñar? ¿O porque a la gente que saltaba por las ventanas no se les pudo hacer buenas tomas? No, no se vio nada de eso, por respeto a los propios muertos, a sus familias y porque mostrarlo no ayuda a entender nada, sino sólo a alimentar un morbo salvaje.
¿Por qué en cambio no paramos de ver niños palestinos, sirios, o de algunas zonas de África muertos o medio muertos mirando a cámara?
Porque el dolor y el respeto ante la muerte, la enfermedad o la guerra  no es igual para todos.

viernes, 8 de agosto de 2014

Causas nobles



Me pasa que en momentos como este, en que la realidad mundial pareciera estar tan ferozmente golpeada por la tragedia, busco en los medios, en la prensa sobre todo, la manera, las claves, los argumentos que me permitan entender un poco lo que ocurre.

Me voy directo a los artículos más reputados, firmados por periodistas, escritores o pensadores de renombre y luego me paseo por sitios alternativos, publicaciones independientes, algún blog… y leo. Leo un montón. Análisis profundos y notas ligeras. 

Y lo que me queda al final es una idea hiriente de la atrocidad que significa una guerra. Y la convicción de que no podría (yo, que no vendo armas ni tengo intereses económicos comprometidos), ponerme ahora a tomar partido por un bando o por otro. No es que me quiera situar por encima del bien y del mal. Simplemente es que me parece que la guerra entera, toda ella, con sus causas originales, todo lo que implica y sus efectos devastadores, es de una tristeza infinita. Desoladora vista como un todo, como un fenómeno del que nadie debiera formar parte, ninguna parte.