Me encantan las revistas, casi todas. Cuando voy al médico intento llegar
un poquito antes de la hora para hojear todas esas revistas que uno no
compraría, pero que son fascinantes.
Desde el clásico Hola o Vanity Fair, hasta las más juveniles
y amarillas.
Revistas para el público femenino todas ellas. Donde salen muchas mujeres, una
más estupenda que la otra. No voy a descubrir la sopa si digo que todas tienen
contenidos bastante “ideales” (inventados) y están llenas de “ilusión y
fantasías” (mentiras) aunque en algunas se esfuercen por disimularlo.
Una de mis secciones favoritas son las entrevistas, sobre todo a
modelos o actrices. Todas tienen tanto en común… Chicas que no engordan a pesar
de comer de todo y que no han hecho nunca una dieta, a las que no les interesa
la moda y en cuyos armarios sólo hay tejanos y camisetas blancas de lo
sencillas que son, mujeres a las que no les interesa el dinero y que sólo
buscan en un hombre que tenga sentido del humor; que siempre supieron que
querían ser actrices o que, sin ellas buscarlo, las descubrieron en el metro de
New York o
en una discoteca de Berlín.
Bueno, todo esto, vaya y pase.
Lo que ahora me ha empezado a jorobar bastante es que las revistas que
intentan tener un tono más progresista (acorde con los nuevos mercados)
vayan armando estereotipos de mujer, supuestamente de avant-garde, que son tan irritantes como los más
antiguos del mundo.
He visto que se habla sin parar de las mujeres que no quieren tener hijos
como algo de lo más cool. Se pone como ejemplo a Cameron Díaz, Oprah
Winfrey o Britget Jones que se declaran contrarias a la idea de ser
madres porque “les gusta dormir”, “los encuentran bonitos, pero chillones”,
“…es que son pegajosos” y más brillantes conclusiones por el estilo como
“soy muy egoísta para ser madre”.
Conocer las verdaderas razones que hay detrás de “la decisión” de no tener hijos es muy, muy difícil. Lo que sí es un dato objetivo es que todas
estas declaraciones publicadas a mansalva no tienen nada que ver con la
realidad y resultan muy ofensivas, y no sólo para las mujeres que levantamos a nuestros vástagos
apenas amanece para llevarlos al colegio.
Descubramos el nuevo y misterioso mundo de las mujeres solteras y fabulosas
que no quieren tener hijos como si nunca hubiesen existido. Volvamos a tirar al
río a Virginia Woolf, y no mencionemos a Simone de Beauvoir y ni qué decir de
Chavela Vargas.
Plantearlo como un fenómeno sin precedentes o como una especie de “moda” me
parece que es pasar por encima de todas las mujeres que históricamente no han
llegado a tener hijos y es pisotear las razones de las mujeres que, por lo que
sea, ayer,
hoy o en el 2050 no los tendrán.
Muchas mujeres brillantes no han tenido hijos para dedicarse por entero a
otra labor que les resultaba vital. Escribir, pintar, cantar, bailar…
Y las habrá que no los tengan para gestionar empresas, correr maratones o
mezclar moléculas. Pero estoy convencida de que, en la vida real, no hay
mujeres que no tengan hijos para poder dormir.
Porque muchas mujeres, las más privilegiadas (valga decir) siguen teniendo
que optar. Porque la exigencia a una mujer no tiene límites y somos nosotras mismas
las que muchas veces nos vemos obligadas a poner esos límites, cuando no es la
vida la que nos limita.
Ya hay bastante materia con mal olor en las alcantarillas de la vida cotidiana como para que más encima nos
vengan a meter el dedo en la boca con esos argumentos de niñas bobas que
pretenden quitar dramatismo a una situación que, desde todo punto de vista,
está completamente alejado de ser “progre”, “hipster”, “momo” o de
cualquiera de
esos conceptos de mierda incapaces de darle
real sentido a un rol tan lleno de carga como el de madre. Tanto por ser como por
no ser.
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