Chica de Artó

Chica de Artó
Artó

viernes, 12 de septiembre de 2014

¿Y ahora quién podrá ayudarme?



Cuando nos hacemos grandes las relaciones con las personas más cercanas se transforman drásticamente, entre otras cosas, los cariños se comienzan a ejercer de manera más “igualitaria”; se terminan los superhéroes, las hadas madrinas y todos esos personajes que venían en tu rescate.

Nuestros padres se desplazan de la primera línea de fuego y cuelgan el cartel de "no molestar"  y todos los que de alguna manera nos cuidaban se vuelven medio transparentes.

Y nosotras entramos en el universo del adulto dando sendos pasos hacia la  tan ansiada autonomía para ganarnos un lugar propio en el mundo.

Bueno, ganar ganar… sí, en muchos sentidos sí.  Se gana libertad, poder de decisión, independencia, pero también se pierde un poco. Como en casi todo.

Decían el otro día que una de las claves para ser feliz es el sentimiento de compasión, entendido como eso que nos conmueve y nos impulsa a ayudar a otra persona. Donde va metido lo de dar para recibir, la socorrida empatía con eso de no hacerle a otro lo que a uno le gustaría que le hicieran, etcétera. Cosan tan repetidas y manoseadas que han acabado por sonar ridículamente bíblicas, y nada más.

Qué pena; porque  yo de verdad creo que buena parte de la felicidad viene de poder al menos sentir o creer que contamos con alguien.

En los días en que miro y miro, y busco casi con desesperación la buena voluntad de otro y no la encuentro es cuando más me alejo de la felicidad.

Como desamparada, bajo esa mezcla de “pobrecita yo” y de que realmente no hay para donde mirar ni a quien recurrir llego a sentirme tremendamente desvalida frente al mundo que me mira como lobo feroz.  Y ese lugar sobre el que creía estar tan bien  puesta se diluye a ratos.

Porque están todos tan ocupados en sus cosas…  Uno también claro, pero eso no le quita angustia a los días en que añoras auxilio, ayuda, socorro del peso de vivir y tanto quehacer y no se encuentra más que ruido de coches que pasan raudos.

Yo invoco entre dientes virtudes divinas para continuar erguida: paciencia, fortaleza, aguante, resiliencia y más cosas que no tengo por naturaleza, pero lo bueno es sentir una mano de carne y hueso sobre el hombro cansado.  La de alguien dispuesto a gastar horas y energía para hacerte sentir alivio.

Alguien que haga algo en tu favor, por ti, para ti y que, idealmente, no te lo eche en cara, y no te lo cobre luego, y no te repita hasta el infinito que “si no fuera por mí, tú no…”

Hay lugares donde por una cuestión de civismo la gente se ayuda entre sí un poco más (en Ontario, supón) pero hay otros  donde es hasta mal visto ser deferente con otra persona y encima hay que tener cuidado si alguien te tiende la mano porque lo más probable es que sea para tocarte una teta o robarte la cartera.

No sé a quién hay que llamar o de dónde podría venir el rescate en los momentos de apuro (cuando está lejos de nuestro alcance recurrir a un servicio de pago). Algunos tienen un salvador personal, otros suerte y los hay que encienden velas aromáticas, yo  lo único que veo claro es que la sección de libros de autoayuda no para de crecer.

Imagen: Obra de Artó

No hay comentarios:

Publicar un comentario