Chica de Artó

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Artó

jueves, 18 de septiembre de 2014

Después de una traición



Una traición puede tener muchas formas y una venganza también. Dicen que el libro que acaba de publicar la  ex pareja del presidente francés es una represalia. Puede ser. Desvela cosas íntimas y dice cosas “terribles” del mandatario socialista (que al parecer de socialista tiene bien poco) que la engañó con una joven y popular actriz, de lo cual la vengativa Valerie Trierweiler se enteró por la portada de una revista.

Y un poco más allá está Berlusconi pagando 3 millones de euros al mes a su ex mujer que, de  momento, no ha tenido la necesidad de escribir ningún libro ni de dar entrevistas.

También me acuerdo de Mia Farrow, que a pesar de ser una reconocida activista en favor de la paz, hizo todo lo posible para destripar a Woody Allen en Times Square por haberse “enamorado” de su hija.

Sinceramente, creo que es muy difícil quedarse calladita ante una traición. Y no me refiero a las infidelidades solamente, las hay de muchos colores y formas. Digerir una traición es, me atrevo a decir, imposible. 

Vernos atravesadas por una daga envenenada de alguien a quién tenías por “uno de los nuestros” es imposible de encajar bien. El rencor es una mala hierba que crece a pesar de todo; tarde o temprano aflora  y no como una rosa.


Un abandono es una traición, también lo es un reproche gritado a los cuatro vientos, una indiscreción, desvelar un secreto y usarlo como dardo; la mezquindad de alguien con quien has sido generosa,  o que tu partner se ponga de parte de quien te ha herido.
También están esas pequeñas traiciones que se repiten en el tiempo y que  acaban por enquistarse.

Algunas, las que se hicieron “sin querer” se pueden, al cabo del tiempo, comer con un poco de helado de chocolate y bueno, con mala memoria darlas por muertas, pero las que vienen desde arriba o esas que te rompen la inocencia por la mitad no se pueden archivar sin más, de alguna manera terminan saliendo disparadas.

Hay personas que pasan buena parte de su vida intentando hacer algo con esta patata caliente para finalmente acabar (ayudado por el vino de la cena) haciendo un brindis muy inoportuno en el cumpleaños de papá, como ocurre en la película “La Celebración” de Thomas Vinterberg (que me encanta) donde el hijo mayor alza su copa para decir que el padre lo manoseaba desde la más tierna infancia; y eso no puede considerarse una venganza, es simplemente la consecuencia natural de un hecho previo.

Ocurre con muchos libros que son rápidamente descalificados por los entendidos por considerarlos simples obras del despecho. Pues de simple nada, creo yo. El despecho es una cosa muy compleja y difícil de manejar.

¿Por qué alguien que hace algo malo a otra persona, y que sabe que actuó mal, puede esperar que eso no tenga ninguna consecuencia, que no pase nada? Sinceramente, o es muy pelotudo o cree estar por encima de todo.

A nuestra pequeña escala, todos deseamos hacer algo con el daño que nos han causado, un libro, un brindis, un cara a cara… y también cabe esperar la vuelta de mano si hemos obrado mal. No se puede ir por la vida flotando.

Por eso los funerales, las cenas de Navidad y aniversarios importantes son tan complicados para muchas de nosotras. Porque es inevitable que las gotas del rencor no asomen al calor de ese roce que hace el cariño (según dicen) y terminen manchando el blanco mantel que con tanto esmero ha puesto nuestra madre.

Cuando salga en castellano el libro de Valerie, me lo compraré, lo confieso. Me quiero reír de Hollande aunque no me haya hecho ningún mal.

Por mi parte, he decidido portarme bien, ser buena nena, nada de hacer balas con migas de rabia. Por eso no pienso ir a ningún funeral o boda, por el momento.

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