Chica de Artó

Chica de Artó
Artó

lunes, 23 de diciembre de 2013

La Navidad como final


The good wife

Cada vez que termina “The good Wife” (la serie) me quedo mirando las letritas hasta que desaparece el nombre de Tony Scott, que se tiró de un puente y murió, claro.
¿Por qué se habrá tirado de un puente el hermano de Ridley?  Cada vez que veo las letras blancas sobre fondo negro desaparecer lo veo a él lanzándose del puente hasta perderse y también veo a su hermano seguir poniendo “Tony” en los créditos aunque ya no esté y no puedo dejar de pensar que lo hace para joder.
Acabo de ir a ver una película donde sale Gandolfini, el de Los Sopranos, que también se murió y cuando vi que al final le ponen unas letras doradas, dedicándole la película, me dio la misma sensación de que no encaja, si ya está muerto, no lo va a ver…
No es que no crea en las buenas intenciones, pero son tan dudosos todos estos gestos. Es difícil ver homenajes entremedio de tanto marketing ¿no?
Debo ser yo, de seguro, pero con la Navidad me pasa un poco lo mismo. Me incomoda y me hace sentir mal, y por distintas razones, me pongo a pensar en la muerte más que en otras cosas y termino por sentir siempre una horrible pena a pesar de las luces de colores y los regalos. Me provoca aflicción.

lunes, 16 de diciembre de 2013

Música para la voluntad


Sabina 

Fui a la peluquería y por supuesto salí con el pelo veinte centímetros más corto de lo que quería ¡No hay caso!  Le dije, con todo el énfasis que pude, que me cortara sólo las puntas. Ahora tengo un pelito de nada y 50 billetes menos.
Es demasiado habitual que pidamos una cosa y nos den otra y que encima tengamos que pagarla como si nos encantara.
Salí con la goma en  la mano para nada más llegar a la esquina atarme, como buenamente se pudiera, los restos de pelo. Me vine mirando las figuras del pavimento en busca de razones y en porqué yo no puedo hacer como esa señora rusa…

lunes, 9 de diciembre de 2013

Fuera de juego



Me declaro oficialmente fuera de las pistas (al día de hoy). No es una declaración de intenciones, es la mera constatación de un hecho. Estoy fuera de juego. No ha sido deliberado ni obedece a una estrategia, tampoco es la conversión de mala en buena ni nada que se le parezca. Es algo que ocurre (aunque no quieras) porque llega un momento en que simplemente no entras en el juego de la seducción permanente porque sabes cómo empieza y también cómo termina, la emoción se ha quedado por el camino. No estoy diciendo, insisto, que me haya convertido en una señora respetable, sino simplemente en que si he de jugar lo haré en otra liga.
¿Te digo una cosa? ¡Es infinitamente más fácil vivir así! Es glorioso poder hablar con cualquier hombre (o lo que quieras) sin que te importe lo más mínimo resultarle agradable. El trabajo se hace mucho más expedito, cualquier trámite mucho más sencillo, los movimientos más complejos se agilizan y todos tus deseos se acercan a las manos porque vas a por ellos, sin darle ni una sola vuelta.

martes, 3 de diciembre de 2013

Con el viento... bamboleo


Foto: Alexis Fuentes Valdivieso

Hace un par de días me llamaron “oscilante”. Bueno, no es lo peor que me han dicho, claramente no es un insulto, sino una observación, de esas bien intencionadas, con la finalidad de ayudarme a mejorar.
Me acordé enseguida de un profe que el primer día de clase nos pidió traer para la próxima una imagen que nos representara ¡Una! No fui capaz, simplemente no logré encontrar de entre todo lo que hay disponible una sola imagen con la que se me antojara quedar representada. Ni un retrato ni algo simbólico, no me puedo asociar a una sola cosa… o condición. Llevé un apretujado collage (haciendo un esfuerzo no menor).

Con ocasión de la reciente fuga que hice de mi vida cotidiana para volver al ruedo laboral más intenso, pude comprobar que es cierto que se puede oscilar, bambolear de aquí para allá, siempre y cuando el péndulo te lo permita.

martes, 26 de noviembre de 2013

Este país: fin


Mercado Central de Santiago


Ahora no tanto, pero “gente de esfuerzo” era una expresión muy común para referirse a los pobres. La usaban sobre todo, otros pobres.
Durante mucho tiempo no supe bien qué quería decir, supuse que era una manera algo más respetuosa para referirse a los que no tienen dinero.
Pero luego me di cuenta de todo lo que significa y la enorme verdad y dureza que encierra ese esfuerzo, para esa gente, que no soy yo, que no eres tú.
Desde niña me tocó transitar mucho por la zona del Mercado Central, de la Estación de trenes  que no llegué a ver nunca con trenes, y que como  casi todos los barrios con terminales del mundo,  es un lugar popular, lleno de gente caminando rápido, sudando en verano y soplando vapor en invierno, trabajando con esmero para vender sus productos en jornadas sin fin.
Puente

miércoles, 20 de noviembre de 2013

Este país: capítulo II


Sabina


Y sigo yo pensando que aquí todo el mundo está desquiciado, y mira que lo digo yo, que soy totalmente “locapordento".
Pasado y superado el proceso de adaptación, me encuentro finalmente con mi estado natural y me doy de bruces con las razones que una vez tuve para tomar distancia.
Un día alguien dijo: “Chile tiene dos problemas: la delincuencia y la familia”.  Aquí, en mi país, nunca me han robado, sólo te digo eso.
Cuestiones sanguíneas aparte, me doy cuenta de que el temple local no se debe sólo a una alimentación rica en picante, sino también a que la mayoría de las personas vive desde las entrañas. Hombres y mujeres, todos, actúan movidos por los más profundos (o profanos) sentimientos.
Los hombres están todo el tiempo adulando  a “las minas” , con el piropo en la punta de la lengua, intentando a ver si,  por obra o gracia, les sale un polvo, un roce o un tocamiento casual. Todos, sin excepción te miran el culo y las pechugas como primer saludo… luego ya veremos.

miércoles, 16 de octubre de 2013

Este país: capítulo I


Desde el avión
El enfrentamiento con lo que es tu origen puede resultar un poco violento según como se haga la entrada. Si vienes desde otro país al tuyo (mi caso justo ahora) el choque resulta aún más desconcertante, porque llevas un montón de tiempo sintiendo que estás en el margen y que debes venir en avión  hasta el centro para poder ejercer de “guinda de pastel”; y resulta que el añorado pastel no es tan rico ni tan cremoso como parecía desde lejos.
Fenómeno que también aplica a circunstancias más personales como cuando dejas de ser hija para ser madre, o hermana para ser prima lejana, o amiga que ahora es foto, etc.
Pero hoy voy a referirme a esta llegada a mi ciudad natal y al reencuentro con lo que en rigor es mío y que me ha dado algo más que un pasaporte.
Todos sabemos lo fortuito que es el lugar en el que nacemos, la familia que te toca y la mayoría de las circunstancias en las que apareciste sin que nadie te preguntara nunca nada. No obstante, esto determina toda tu vida.
Lo más fácil y lo primero que te sale del alma son unas ganas casi incontenibles de salir huyendo cuando ves ese gran letrero de bienvenida con la imagen publicitaria de un presentador de la tele que suponías muerto desde hace décadas.

martes, 1 de octubre de 2013

El silencio de Dios


"El Silencio" (Bergman)

Hay momentos en la vida en que se alborota tanto tu mundo interior como lo que te rodea. Algún hecho, algo,  viene y te sacude a lo bestia. No tiene porqué ser algo malo, me refiero a esas cosas que pasan y alteran el orden de los factores y, por tanto, al producto (tú).
Cuando ese evento es algo individual, algo que te afecta a ti principalmente y sólo por añadidura a otros, es mucho más complicado que cuando entra una ola por la ventana y se lleva todo por delante, porque estos acontecimientos propios nos crean una crisis donde el nudo rodea sólo tu cuello. El intríngulis es todo para ti.
No sé si te ha pasado, pero hablo de cosas como llevar (o no) un embarazo adelante, una declaración de amor que te desarma, una invitación a emprender un insólito proyecto (que se parece mucho a un sueño que tuviste una vez), una persona que irrumpe en tu vida y en dos días se transforma en algo monumental, una necesidad acallada que estalla… Acontecimientos que te enfrentan de cara con algo que no estaba pensado, pero que ahora está ahí y hay que integrarlo.

martes, 24 de septiembre de 2013

Mi vida sin mí


Foto: Alexis Fuentes Valdivieso

Resulta que tengo que irme de mi vida por unos días y me siento terriblemente afligida. Voy y vuelvo, pero lo que me cuesta asumir esta lejanía, permitírmela, me hace cuestionar todas mis dotes para existir como mujer con voluntad propia, “moderna”, defensora de su espacio y sus derechos ganados a punta de entrega.
La dificultad para tomar decisiones, casi siempre, estriba entre un exceso de ingenuidad, falta de confianza y creer que somos indispensables y es, en mi opinión, esto último lo que más nos complica. Sobre todo a nosotras que, aún hoy, vivimos bajo la mirada de una sociedad extremadamente exigente y que espera que podamos con todo, siempre.
Y encima, vamos y creamos nuestro micromundo donde nos situamos como núcleo, alrededor del cual gira todo lo que hemos colocado ahí para dar sentido a la vida: hijos, trabajos, casa, gatos, dinero, plantas, cuadros, libros, discos, zapatos, ropa bonita, el bienestar general… todo. Cada uno ordena su vida como estima adecuado, pero siempre nos ubicamos en el centro con la convicción de que sin nuestra labor, presencia y acción precisa, nada funcionaría.

martes, 17 de septiembre de 2013

El ser y la nada

Foto: Cristian Duque García

Hace tres noches se oía un tremendo barullo en la escalera, carreras, gritos de “rápido, rápido”… Sólo alcancé a ver que se llevaban al señor del estacionamiento en camilla y decían algo de que no movía las piernas.
Un hombre que siempre, siempre, siempre, estaba sentado, mirando entrar y salir a medio barrio. El estacionamiento es un negocio familiar, y él uno de los hijos del dueño que nunca hizo nada más, según dicen.
Es un hombre bastante gordo, así que bajarlo no fue fácil para los dos camilleros que ponían todo su empeño en no resbalar, chocaban con los muros y la barandilla, y la manta que le habían puesto no evitó que todos viéramos demasiada piel. Me entré antes de que llegaran abajo un poco impresionada, más que nada, por lo grotesco de la escena.
Don Pedro vive solo, pero tiene un hijo que entra y sale de vez en cuando. Desde la ventana de mi cocina se ve su balcón porque además vive justo encima del parking, y algún domingo o festivo mientras hago el desayuno puedo verlo ahí, también sentado, nunca con una revista, nunca con un periódico deportivo o una radio, siempre medio tumbado aparentemente tomando el sol. Alguna vez tuvo un perro que no sé si huyó o murió.
Al día siguiente me subo al ascensor y ahí está el hijo de Don Pedro, y como ya sabemos que hace un poco de frío y a veces calor, le pregunté: “- ¿Y qué tal tu padre?” - “Kapút”, me dijo. Aún faltaban tres pisos hasta la salida, pero no pude decirle nada más. No me impresionó tanto que se hubiera muerto el señor del estacionamiento como que su hijo me dijera “Kapút”. Tal vez el chico tenga muy buenas razones para expresarse así. Es cierto que, a veces, muere alguien y se respira mejor, pero su terrible indiferencia me abofeteó.

martes, 10 de septiembre de 2013

No más de 30


 Foto: Cristian Duque García
La primera vez que fui a New York me di cuenta que venía cinco años tarde en esto de vivir. Me alojé en un albergue juvenil porque era muy joven y estaba iniciando mi versión personal de “On the road” (J. Kerouac).
Ya el primer día, hablando frente a la máquina de Coca-Cola, con el resto de los huéspedes que se movían por el viejo edificio de Amsterdam St. me di cuenta de que, no obstante mi corta edad, yo tenía 5 años más que casi todos, y por tanto, 5 años que me llevaban de ventaja en la gran aventura de descubrir el mundo.
“Todo a su tiempo” nos decían nuestros padres cuando queríamos maquillarnos o salir a una fiesta de noche, haciendo todo lo posible por retrasar nuestro salto de niña a mujer.  Y no sé si hacían bien o mal porque en realidad no es demasiado importante ponerse o no ponerse rimel, lo que sí es importante es darle buena forma a ese deseo por experimentar y descubrir que, más o menos, tenemos todos.
En algunos, esta curiosidad nunca pasa de meterse humos pa’dentro, pero hay otros que el "despertar" lo quieren hacer cambiando de lugar, moviéndose un poco para ver lo nunca visto, y en el caso de las chicas la resistencia del medio se hace mucho más pronunciada porque las mujeres no pueden ir solas por ahí… Pueden, pueden y deben.
Yo estoy totalmente en contra de arriesgar la vida, pero también estoy totalmente en contra de vivir demasiado apegada a la norma y, siendo espabilada y cautelosa, se pueden hacer cosas nuevas sin terminar ni el hospital ni el cementerio.
Hay viajes interiores, dicen… No tengo ni idea, lo que sí tengo claro, y quisiera gritarlo a voz en cuello, es que los tiempos no son tan laxos como se cree y que eso de todo a su tiempo es justo así, pero al contrario.

martes, 3 de septiembre de 2013

De gorrión a pantera


Te habrá pasado más de una vez que alguien te acusa, te recrimina apuntándote con el dedo haber cambiado, o se burla porque has dejado de hacer algo que antes era muy tuyo, o que fueras de una manera y ahora seas de otra totalmente distinta.
A mí esto me molesta horrores, porque sí, he cambiado y no ha sido fácil.
“Cambiar” a pesar de que debería ser básico en todo homo sapiens, no lo es tanto y por eso, creo yo, puede resultar molesto.
La vida debería cambiarte si eres más o menos permeable porque lo que nos ocurre tiene efectos que van dando forma a nuestra experiencia y la manera en que miramos el mundo. Pasamos de estar enamorados al agobio total, de tener a no tener, de estar en familia a estar solos y en familia otra vez, se nos muere el gato, la abuela y nacen hijos o no, pero pasan muchas cosas que si no te hacen cambiar mal vamos, digo yo.
No obstante, conozco gente que presume de haber sido siempre igual. Personas que se enorgullecen de tener el carácter de madera. Es una opción, pero a mí no me parece lo más sensato; lo estático en general me pone muy nerviosa.

jueves, 29 de agosto de 2013

Mareados, y no es el gas


Estamos confundidos. Se ha hecho "viral" un video del reencuentro de un niño dado por muerto con su padre, en Siria. 
Hemos caído en la trampa del mal, que consiste en provocar tanto miedo y hacer tanto daño que se termina por agradecer lo inaceptable; y ahora a cualquier cosa le llamamos esperanza, nos alegramos de haya quedado vivo un (uno) niño de entre cientos que han muerto, tiroteados o gaseados. 
Hay que hacer la diferencia porque se ve que hay una línea roja entre los tipos de muerte. Una sería inmoral y la otra no - ¿Cómo dice?-. Eso, que matar a tiros a cientos de personas, niños y todo lo que es la humanidad, está un poco mal, pero se puede hacer sin que nadie diga nada durante años; lo que no está bien es hacerlo con químicos, eso es absolutamente intolerable.
No se puede permitir que unos señores, no occidentales, tengan armas químicas que podrían ser utilizadas no ya para matar gente que vive lejos, sino lanzarlas hacia dios sabe dónde… pero no es por eso que América está enfadada es porque las usan contra población civil ¿Qué se han pensado?

martes, 27 de agosto de 2013

El orden del cariño


¿Será verdad que clasificamos y ordenamos a las personas que participan en nuestra vida como si fueran figuritas de porcelana?
Suponiendo que sea así, acaba de caerse desde lo más alto de mi estantería imaginaria (o mapa mental) un imponente elefante de cristal, que aunque feo, siempre fue importante y su presencia ahí arriba formaba parte de mi visión del mundo. De pronto, una frase lanzada al viento y pum, pa’bajo, se hizo pedacitos.
Dejando ya la metáfora y para que nos entendamos, me pasa que las palabras funcionan en mí con el peso más rotundo que se pueda imaginar. No se me ocurre otro elemento más influyente en mi visión de la vida entera que las palabras y creo que es, en buena medida, lo que ordena y ubica en un lugar determinado a las personas que forman mi vida.
Me olvido de muchas cosas y, seguramente, presté poca atención a las matemáticas y demás cosas fundamentales de la vida, pero ciertas frases que me decían o que escuché por casualidad, se me grabaron a fuego. Las buenas y las malas.

martes, 20 de agosto de 2013

Sola solita sola


Siempre digo, y sostengo, que la vida de adulto es muy dura por muchas y variadas razones, y la de la mujer adulta, sin afán de parecer prepotente, es mucho, pero mucho más dura aún.
Desde que somos niñas a muchas nos advertían que nada es gratis, que “la fama cuesta”, decían en la serie… siempre pagando por todo. Todo llega, pero previo pago, ¡Oh sí!, doy fe.
Estaba pensando, por ejemplo, en lo que cuesta tener un momento a solas. Una cosa tan pequeña y simple que parece un tontería, pero que no lo es.
Tener un momento donde nadie quiera algo de ti, donde nadie te esté mirando, donde suene lo que tú quieras, donde no importe el peinado ni el maquillaje, un delicioso momento para pisar hojas, intentar beber lluvia, o para enterrar las manos en la arena mojada sin pensar en las uñas, un momento para dar un buen salto en el barro o para no estar y que se moje lo que se moje. Cuestan tanto que a veces preferimos renunciar a ellos. Tener un momento para alguna actividad a solas requiere toda una estrategia previa de entretenimiento colectivo, satisfacción generalizada, prescindir de horas de sueño y renuncias varias.
Virginia Woolf decía para que una mujer pueda “hacer algo” (crear algo) debe tener un cuarto propio. La teoría que ella planteaba es más compleja, pero dejémoslo en que se trata de tener un espacio donde sólo puedas estar tú y nadie pueda entrar. ¿Para qué? Ni para esconderse ni para escapar, es para poder hacer (lo que sea) libre de la mirada de otros, para sentir que eres individuo, que tienes una vida tuya y que lo bueno y lo malo de tus pensamientos, acciones y sensaciones son tuyos.

martes, 13 de agosto de 2013

No todo lo que brilla es oro

Por esas cosas de la vida fui a parar a un lugar que se llama Montreux, cerca de Ginebra, en Suiza. Si googleas, seguramente te saldrá como el pueblo en el que se hace un festival de jazz y donde se fue a morir Freddie Mercury.
Quien dice pueblo para referirse a este lugar se equivocará rotundamente porque en realidad es una especie de Jardín del Edén. Un espacio perfecto, lleno de beautiful people donde ni la naturaleza es natural, salen florecitas hasta de los inodoros. Todo ha sido puesto buscando la perfección, el orden y la opulencia.
Me pregunto yo, qué habrá visto Mercury en este lugar que le pareció adecuado para dejar en él su último aliento. Bueno, aparentemente, es un lugar de reposo cuya vista al quieto lago te entrega calma y bienestar. Así que me lo imagino mirando al infinito desde una magnífica terraza hacia el agua que todo lo aclara, que todo lo purifica, mientras su cuerpo se descomponía poco a poco.
A mí me hizo pensar en lo que cuesta conseguir la imagen dulce y limpia de un lugar así, en toda la falsedad que en realidad hay en lo idílico.

martes, 6 de agosto de 2013

Gracias por la sangre


Siguiendo con mis notas para leer antes de que se muera la gente que me importa, voy a por el otro factor participante en mi creación, mi padre.
Sé que no llorará, así que puedo ahorrarme la advertencia (ja).
A mi padre no voy a hablarle desde el vínculo parental porque, siendo clara, he de decir que su fuerte nunca ha sido la gestión familiar.
Para mí, mi papá fue durante muchos años una figura imaginada a base de lo que me contaba mi Abuela (su madre) y todas esas cosas extrañas y medio mágicas que me decía mi madre. Entre las dos combatían los insultos que lanzaba mi Abuelo (su padre) para referirse a él.

Arrebatos de pasión


“Soy tan sensible a la belleza, por eso pierdo la cabeza con tanta facilidad…”, dice la canción de mi siempre acertado Calamaro.
Ahí está Bertolucci (Italia 1940), enverdecido, y no de esperanza exactamente, sino de deseo; y tan salido con la belleza de la joven actriz Tea Falco (Catania 1986) que le ha hecho una película entera, mala, pero película al fin (“Io e Te”).
Yo no lo condeno, porque es así, hay cosas a las que somos sensibles que nos fascinan y nos hacen ir corriendo a tocarlas a costa de lo que sea, aunque quemen o terminen por hacernos llorar.

martes, 23 de julio de 2013

Suspicious minds


Habría que hacer un gran esfuerzo para proteger la inocencia de todo el que esté a nuestro alcance y, especialmente, la propia. Preservar ese estado del alma que nos hace buenos, curiosos y libres, sobre todo libres. Libres de todo mal, libres de cargas, pecados, culpas, malas intenciones y responsabilidades.
Desgraciadamente hay personas, niños que, demasiado pronto, la pierden. Se ven expuestos a situaciones violentas, terribles, vejatorias que aunque no las entienden, y tal vez ni siquiera las dimensionen en su espanto, les arrebata  la mirada limpia y pura propia de su condición de inocente que nada ha hecho y que nada debería temer.
Todos, algunos de manera muy sutil y paulatina,  y otros de golpe, dejamos atrás esta condición humana preciosa para dar paso a un caminar complejo y mucho más temeroso y rotundo.
Los que no logran atrapar aunque sea una pequeña porción de candor se convierten en personas asfixiadas por la desconfianza y viven en un estado de permanente suspicacia. La verdad, es difícil mantener cierta candidez porque ser adulto es durísimo, sobre todo, porque estás casi siempre desamparado, y sin amparo, entregarse al mundo es muy poco recomendable.
Tal vez, el impacto más grande, o la revelación más impresionante que he tenido al madurar ha sido darme cuenta que estoy sola frente al mundo. Yo diría que ese fue el momento en que perdí la virginidad, o la inocencia. Me di cuenta, casi de golpe, y me sorprendí enormemente al comprobar que ya no hay consejo que valga, no hay apoyo y no hay espacio para errores sin consecuencias, que la vida de mujer grande es sola, que ser adulto es acepar que vas sin amarre y que eso de “nacemos solos y morimos solos”, que tanto dicen en las malas series, y que no significó nunca nada, va cobrando sentido y verdad por feo que suene.
No es falta de cariño, no es que no le importes a nadie…Tal vez, incluso, sea justo lo contrario. A la gente que le importas y que te quiere, en buena medida la sostienes tú, y al que no contienes tú, dejó de protegerte porque te has hecho mayor.
Reconozco que me ha costado encajar este aspecto de hacerse adulto. Más que arrugas, pecas, pieles y canas, he notado como aparecen y no dejan de sucederse las situaciones en las que todo es cosa mía, decisiones  y sus consecuencias, todas para mí. Lluvia de tormentos.
Tus padres están ahí, te quieren, te preguntan cómo estás, te dan algún que otro consejo, pero por la mañana has de tomar tú solo al día por los cuernos.
Hay personas a las que esto no les sucede y no les va a ocurrir nunca, ya sea porque les arropa una importante herencia ($€) y/o porque nunca se darán cuenta de nada.
Sé que en esto de madurar vengo algo tarde porque no me refiero a tener sentido común, que es algo de lo que, más o menos, soy portadora desde hace un rato ya, sino a madurar en serio. A entender tu vida como propia y a asumirla entera, sin reparos o reparto de culpas. Se siente entonces cierta orfandad, una desnudez que te deja expuesta al mundo sin abrigo, sin el manto protector que cuando eras adolescente te causaba agobio y que ahora, ya sin él, te sitúa en el punto cero, es decir, a partir de ti.  
Lo bueno es que los logros se hacen por fin propios, hay que dar menos gracias y los aplausos, aunque ya no sean tan sonoros y te los tengas que dar tu mismo, son inequívocamente tuyos.
Yo, desde que me hice mujer, me felicito por lo menos una vez por semana. 

martes, 16 de julio de 2013

Pozo ciego


Fui a ver la película sobre Hanna Arendt y me quedé con los pensamientos arremolinados. La película no es muy buena, pero esa no es la cuestión. Me invitó a pensar en su figura y a revisar algunos de sus magníficos postulados.
Si miro los periódicos y noticiarios de hoy mismo, veo que siguen sin querer  llamar a las cosas por su nombre y la repetición termina por banalizar el mal. En honor a lo que decía la magnífica señora Arendt (ella lo achacaba a la incapacidad del malhechor para decidir sobre el daño que ejecutaba) se banaliza hasta el más espantoso de los actos.
Un “tipo” quema a sus hijos pequeños en una hoguera meticulosamente preparada y de esto de hace un espectáculo público donde lo relevante es desentrañar las “razones” que pudieron llevar al individuo a cometer este acto atroz. Esto presume que se debería poder determinar un argumento que permita entender y aceptar lo ocurrido (?). 
Se decide por unanimidad, desde la plebe y en el juzgado, que esto es un caso de violencia machista porque el objetivo era causarle daño a la esposa que había decidido separarse.
Yo, puedo estar equivocada, con toda probabilidad, pero veo que esto no tiene nada que ver con un asunto de hombres contra mujeres, tal y cómo se ha planteado.
Se trata de una atrocidad y puede que no sea más que la consecuencia de lo que engendra el machismo y que debería dejar de ser tratado (¡por Dios!) como un asunto de géneros porque NO tiene nada que ver con eso. Por esa regla de tres el asesino tendría que haber acabado con la vida sólo de la hija y dejar vivo al hijo o haber hecho mirar a la esposa mientras lo hacía o… Puag.
Habría que dejar de detenernos en el acto violento, en la acción, para poder ver el fenómeno, el tremendo pozo que es el machismo y lo que de ahí sale.
Muchos hombres son las primeras víctimas porque crecen atemorizados por un padre que maltrata a su madre, a la que ellos quieren, lo cual sólo les provoca dolor, pena y angustia hasta que se convierten en otro hombre machista y maltratador.
No creo que esté bien seguir diciendo que hay que poner de un lado a las mujeres víctimas y de otro a los hombres victimarios, no creo que esté bien plantear el problema como si de dos bandos se tratase. Es demasiado primario. Se trata justamente de acabar con las separaciones por género, se trata de buscar la igualdad, y no sé cómo se puede llegar a ella desde la división.
El mensaje que se transmite al hablar de machismo de esta manera omite el origen del mal y eso es tapar el sol con un dedo, y un error por supuesto. Es como cuando se habla del “problema de la inmigración” sin mencionar lo mal repartida que está la cosa. Es absurdo.
Un hombre que le pega a una mujer es malo, entonces ¿el que no le pega es bueno? Yo digo que habría que partir un poquito desde más arriba la conversación. O sea, desde la base.
Hombres y mujeres deben respetarse cualquiera sea su condición, nacionalidad, color de pelo, opción sexual, tendencia política, etc. ¿Me explico? Y, el machismo en particular, hay que tratarlo mucho antes del golpe,  hay que establecer su intolerancia dentro de la sociedad y a nivel interplanetario si me apuras, en todas sus formas y, desde la raíz, que es el mal entendido de poner a una persona por encima de otra, en este caso, por su género. Hay que igualar el suelo para que germinen individuos naturalmente justos.

martes, 9 de julio de 2013

Incendiaria


Juro decir la verdad, toda la verdad y nada más que la verdad… en este artículo.
No puedo entender, y no porque yo sea subnormal, sino porque no tiene ninguna lógica, cómo es que temas tan íntimos y unipersonales como el aborto, el matrimonio (homosexual o de a tres) y el consumo de drogas (blandas, duras y las que quieras) son asuntos que se tratan como potenciales explosivos de alto alcance en algunas sociedades donde se insiste en tratar a sus ciudadanos como lelos a los que hay que indicarles siempre, en todo momento, y hasta con respecto a su cama, lo que tienen que hacer.
Un día, estaba yo parada en un semáforo esperando la luz verde para cruzar, pero como no venía nada inesquivable crucé en rojo. Salió disparada detrás de mi una vieja a la que casi atropella una moto, y la señora la emprendió contra mí. Yo tenía prisa, pero me devolví. No porque yo sea muy valiente para cuestiones de enfrentamientos callejeros, sino porque me revienta la gente que siempre le echa la culpa a otros de sus actos fallidos.
El de la moto puteó a la vieja y la vieja a mí.
-       Mire señora, no tengo porqué aceptar sus insultos ¿qué se ha pensado?
-       Usted, ha cruzado en rojo ¡estúpida! Se da el gusto de decirme.
-       ¡Claro que he cruzado en rojo! ¡y podría cruzar en rojo y en pelotas y eso a usted qué le importa! ¿Quién la manda a seguirme? ¿Acaso soy yo su madre? ¡No! Usted es la estúpida si va por ahí haciendo lo que hacen los desconocidos. Tiene suerte de no haber muerto antes con lo tonta que es.
-       En este país, me dice la muy rematada, eso no se hace.

Ya no me devolví porque con lo del país me mató y es verdad que está mal cruzar la calle en rojo ¡pero yo no la empujé a ella! Explicarlo es complicado y hay personas con las que no se puede no más. Y yo, de verdad, tenía muy poco tiempo. En general tengo muy poco tiempo para los bobos. Procuro, en la medida de lo posible, que salte el contestador para que dejen un mensaje.
¿Cómo, de qué manera, te puede cambiar a ti la vida si tu vecino del cuarto es un gay que comparte piso con una lesbiana que se ha hecho seis abortos y los fines de semana fuman marihuana? No me digas cosas como el ruido o el humo. Me refiero a que, dentro de las normas de convivencia habituales, no tenemos nada que ver ni qué decir respecto a lo que hagan otros con su vida. Cada uno con lo suyo. Ocúpa-te de ti. Asumamos nuestra vida, eduquemos a nuestros hijos, arreglemos o desarreglemos nuestros matrimonios… come sano o hínchate a McDonald’s, tú verás.
Creo profundamente, desde el fondo de mi corazón y hasta la superficie de mi piel, que cada uno puede hacer lo que quiera con su cuerpo entero, con su vida, con su amor, esté donde esté y mientras sea su voluntad y no afecte a un otro que no quiera.
Hay muchos lugares del mundo donde esto está claro y forma parte de los básicos del ciudadano. Donde a nadie se le ocurría ni mencionar o discutir con quién se puede casar otro. Que se case el que quiera, con quién quiera y fume lo que quiera. Y si eso le lleva a la muerte (como ocurre con miles de mujeres que mueren a manos de sus maridos) que no sea por falta de libertad.
El aborto no es comparable a la eutanasia, pero ambas son decisiones personales, que no afectan ni cambian el rumbo del que no está directamente implicado.
Pero hay otros países donde se ningunea a las mujeres, a los homosexuales, a los viejos y a los niños nacidos.
No voy a poner como ejemplo a los millones de niños que muren de hambre porque no es necesario. Yo, aquí, ahora,  veo, a diario, cómo un montón de niños se pasan horas y horas desatendidos, enchufados a video juegos espantosos. Y esto es malo. Lo dice la ciencia. Tendrán en el futuro daños científicamente cuantificables; y a mí no se me ocurría ir a sus casas a decirle a sus padres lo mal que lo están haciendo.
En un país desarrollado, que lo es, como EE.UU. hasta hace muy poco era ilegal casarse con una persona de otra raza (me duelen los dedos al escribir esta palabra) y ahora sale Obama y dice: Love is love y el resto del mundo contesta: ooooohhh ¿En serio?


martes, 2 de julio de 2013

Motivos personales


Alguien me decía el otro día que hay quiebres en nuestras vidas, hechos que nos cambian el rumbo y a veces, en el momento, no los detectamos con la profundidad o persistencia que alcanzarán.
La mayoría pone marcas a propósito de nacimientos, matrimonios o defunciones. Yo también tengo de eso, pero se me ocurren más criterios de capitulación.
Hace unos días fui a ver “Antes de Anochecer” (R. Linklater) la última entrega de una trilogía que comenzó en 1995 con “Antes de Amanecer” y que constituye, sin duda, un capítulo de mi vida. Ha llovido un poco desde entonces, pero recuerdo bien que salí del cine loca de emoción deseando, intentando, que aquella historia de amor fuera la mía.
Y empecé a pensar en los nombres de esos quiebres que han dividido mi trayectoria en capítulos. Más que una trilogía, lo mío tendría que ser una serie, porque si yo te contara todo lo que he hecho para vestir mi vida…
Es interesante recordar ahora lo intencionado, mi afán, por armar un argumento vital con elementos lo más emocionantes posible. Claro que ha habido azar, pero también empeño. Que nadie piense que esto va por el lado de lo accidental o las coincidencias. Yo he opuesto toda la resistencia posible a lo que algunos se obstinan en llamar destino.
Ha habido muertes y uniones significativas (y más), pero también otro tipo de cosas son las que han alterado el protocolo. Me acuerdo, por ejemplo, cuando leí “Mujeres” de Bukowski, tenía como 13 años ¡Madre mía lo que fue eso! Un mundo prohibido, vulgar, miserable, que me encantó.  Le siguieron otros autores inapropiados, algunos desvíos del camino y más de un desvarío.
Hubo quebranto, pero yo no quería saber nada de penas, corazones rotos y lágrimas negras. Así que procuré no prestar demasiada atención a ese tipo de escenas, lo que no resultaba nada fácil porque en esa época yo vivía en la primera parte de la “Divina Comedia”.
Algunas situaciones de fuerte tensión sembraron una alerta incandescente que titilaba acuciante en mi interior; no llegó a ser una voz en mi cabeza, pero casi: “Otra cosa, mariposa” me susurraba a mí misma.
No se trata de huir o abandonar, sino de evitar lo que se viene encima. De esquivar ese devenir impuesto como consecuencia de actos que no son tuyos.
El primer crac, quizás el más sonoro, fue el asomo europeo. Un gran quiebre. Yo no lo sabía en ese momento, pero ahora lo veo claro.
¿Cómo iba a poder quedarme impávida luego de haber visto a la Gioconda o de haber desayunado en la Plaza real? Volví con las fotos y esos odiosos “bonitos recuerdos”. Demasiado por detrás y tan poco por delante me puso suspicaz.
Alimenté la inquietud, la mala conducta, con películas, lecturas y 
un montón de conversaciones con mi amiga Ximena que venía de otro planeta, y a la que yo observaba estupefacta cantar, tocar la guitarra y fumar con elegancia. Nos pintábamos los labios y nos creíamos musas, divas que escribían versos salvajes como Anaïs o Marguerite.
Luego me compré miles de zapatos, pero la voz no se callaba. Había ido tanto al cine, tanta Nouvelle Vague, que, claro, a la primera provocación no pude resistir la tentación de ir a buscar esa aventura extranjera que le diera cuerpo al deseo, que concentrara mis impulsos y me llevara hacia la vida inesperada con final abierto. 

martes, 25 de junio de 2013

Honestidad brutal.


Hay muchas cosas que son verdaderas trampas mortales y que dinamitan una relación. Amorosa o no.
Una de ellas es la confianza. Ese concepto tan amplio y anhelado y que, muchas veces, supone la consolidación de una relación.
Los padres quieren que sus hijos les tengan confianza. Las parejas, al comenzar, establecen la confianza como cimiento sobre el que construir la vida juntos. Los amigos se abrazan y besan porque hay confianza.
Aquí, donde vivo ahora, se dice que “la confianza da asco” y, claro, de entrada es un poco violento. Pero, con la experiencia y las perlas que se dejan caer en nombre de la apelada confianza yo estoy totalmente de acuerdo en que, muchas veces, da bastante repelús.
Hace años me vi en la situación de tener que responder a una pregunta con la verdad (¡Qué momento más incómodo!) No podía mentir o decirla a medias porque, básicamente, me habían pillado. Inventar algo era posible, claro, pero llegados a ese punto… me pareció innecesario. A veces el cariño te obliga a dejar que la confianza se vaya río abajo. Salí caminando en medio de la noche aún destilando cierto veneno y a cuestas con mi fracaso.
A partir de ahí decidí que para que las cosas de las relaciones se mantengan sanas hay que cubrirlas con un sutil, pero firme,  halo de misterio, donde la confianza se ha de entender como el respeto hacia la vida privada del otro y no como un acto translúcido de confesiones y revelaciones que dejan al descubierto la piel herida de quien nos quiere y no nuestra propia hipocresía, debilidad o impudicia.
En pareja es fundamental guardar distancia en algunos temas, pero también, y si me apuras, se hace muy  necesario que haya cajones con llave, para la familia y los amigos del alma.
A mí me cuesta no decir lo que pienso, me cuesta horrores a veces. Me contengo porque no confío en que la otra persona pueda salir indemne o seguir luego mirándome como si nada. 
Para que ese otro siga considerándome no debo excederme confiando en que puede soportarme.
Para bien o para mal, las palabras han sido radicales en mi vida. Olvido fechas, los lugares exactos de acontecimientos relevantes, se me arremolinan todo tipo de recuerdos vitales, pero las palabras que me han dicho personas que me importan se han quedado conmigo. Las buenas y las malas.
En mi familia no es un acontecimiento inhabitual que alguien te lance un tremendo párrafo sobre lo que piensa de ti. Suele ser un elaborado insulto.
Yo, que tengo ciertos puntos de fuga en el carácter, también he atravesado por la mitad a más de alguien.
Muchas veces me he quedado como estatua de sal pesando en cómo seguir a partir de ahí. Con los iris como dos puntitos, en silencio, miro sin ver por dónde se puede continuar comiendo o abrazando a esa persona con la que has intercambiado corrosivas emociones en frases volcánicas que, libres de rabia, albergan aún demasiada verdad. A veces, simplemente, no se puede continuar. 
¿Cómo pude decirle esa noche lo que había pasado? ¿Cómo fue que hice estallar por los aires su amor por mí? Demasiada confianza en mí misma, creo. 


  

martes, 18 de junio de 2013

Contra la tosquedad.


Crecemos, por lo menos yo, entre y a pesar de tantas barreras. Ideológicas, mentales, culturales, morales, económicas.
Crecí, por ejemplo, en un entorno machista, por no hablar de conflictos varios y, además, pobre. Una pobreza que lo abarcaba casi todo. Porque, para el que no lo sepa, la pobreza es extensiva y opresiva. No es sólo que siempre te falte algo o casi todo, es que, encima, conlleva el alejamiento total de un mundo estupendo, pero que es muy caro.
Y como ser pobre es difícil y arduo (una situación compleja donde las haya) a muchos los transforma en supervivientes y eso deviene en gestos poco amables. Básicamente, porque no le deben nada a nadie y eso, de alguna manera, te da licencia para poner los codos sobre la mesa.
Porque por mucho que el amor y lo intangible sea satisfactorio y lindo, hay tantas cosas bellas y deliciosas que se han de pagar con Master Card.
Lo bueno de haber sido pobre es que puedo hablar de ello con total propiedad. No fui pobre de documental africano, pero había mucha escasez. 
Sería falso decir que sólo había pobreza y pobres a mi alrededor. Tenía acceso a formas de vida mejor, pero yo, la mayor parte de mi infancia la retengo como pobre. Y como es mi infancia y sólo yo sé lo que pasó, puedo decir, sin mentir, que fue así; y agrego: es mucho mejor tener que no tener (dinero y más cosas).
Lo más curioso del entorno en el que crecí es que era particularmente variopinto, cuando la pobreza suele ser chata, uniforme, aburrida y, por lo mismo, embrutecedora.
No puedo hablar ahora de mis familiares directos porque… Imagínate el lío, pero dentro de mi ámbito diario, no obstante las miserias, había gente divertida, loca, extravagante, mezquinos, ambiciosos, mentirosos compulsivos, borrachos, y un par de buenas personas.  
Crecer con poco te define, te condiciona porque te haces a partir de los límites entre los que te tocó vivir.  La marcas que delimitan tu espacio vital son profundas. No se puede hablar de trazado porque esas líneas son canales que circuncidan tus posibilidades. 
Se supera, se avanza, se sale sin grandes marcas de amargura, pero te alejan para siempre de ciertas maneras que nunca te serán propias.
Se provocan extrañas vergüenzas, algunas heredadas, varias adquiridas y otras impuestas. Te vuelves árido, incluso cruel, cuando sientes que la vida te debe.
No es que ahora yo sea un modelo de finura semejante a una  orquídea, pero el ser una niña contemplativa me abrió una puerta que permaneció cerrada para otros, incluso cuando consiguieron, por fin, el dinero.
La pobreza no logró hacerme bruta. No porque yo sea extraordinaria, sino porque había junto a mí, pocas pero excepcionales personas que eran sensibles y delicadas.  No les daba todo igual.  Se afanaban por mantener las formas, las maneras, los detalles, y eso que la lucha diaria era por cubrir, a duras penas, el fondo.
Sin tener una gran educación, eran capaces de admirar un bordado, apreciar el tacto de una tela, caminar erguidas sobre un único pero precioso par de zapatos. Para las que era fundamental llevar lápiz de labios aunque hubiese que sacarlo con un palito desde el fondo del envase. Que ponían flores en el comedor donde la comida siempre era poca, que usaban el pañuelo planchado y perfumado, que se vestían con cuidado para ocasiones medio imaginarias, con príncipes inventados.
Su influencia temprana, fue como una vacuna ante toda la mezquindad, agresividad y brutalidad propia de un entorno pobre. La delicadeza y el delirio de algunas de ellas me protegió y consiguió librarme de una tosca cicatriz.  

martes, 11 de junio de 2013

Hasta que te encuentre.


Antes de perseguir un deseo, claramente, hay que elaborarlo. Encontrar, de entre todas las cosas que conoces o sospechas que existen en el mundo, una para perseguir. Esto, que parece sencillo, es toda una rareza y, sobre todo, un desafío a la dificultad.
Admiro a todo aquel que va a por lo que quiere, porque es excepcional, un ser fuera de lo común.
La mayor parte de las personas queremos (aparte de a nuestras siempre respetadas familias), cosas que, como son inertes y sólidas, se podrán aprehender o no, dependiendo de nuestra capacidad y/o fortuna; y he aquí donde quiero detenerme porque es lo que marca la diferencia.
Si alguien quiere tener una casa con vista al mar en la que las cortinas combinen con los sillones tiene muchas más posibilidades de llegar a la meta. Están también esos que quieren desafiar a la naturaleza llegando a cumbres de montañas, batir records de velocidad o tirarse a un precipicio con alas de plástico. Muchos de ellos, ya se sabe, mueren en el intento. Les ponen una placa en su pueblo porque, por lo general, no se encuentran ni los cuerpos. Son valientes.
El que me despierta más admiración, en todo caso, no es el que desafía a la muerte, sino aquel que, en la vida cotidiana va decidido hacia lo que desea.
Puede ser… un invento revolucionario, el reconocimiento mundial hacia un talento, la construcción de una gran obra, la perfección en algo que soporte el papel, el sonido jamás escuchado, tantas cosas, y el amor. 
Todos estos deseos tienen en común que hay que ir trabajando al encuentro, y también, que su consecución no depende únicamente de nosotros ¡Me cachis!
Muchos de esos perseguidores incansables, parten sin saber que la fortuna es la que determinará el destino, pero muy pronto, por el camino, se dan cuenta de que, o se alinean las estrellas o naranjas de la China. Y lo admirable, y lo que a partir de entonces los transforma en excepcionales, es que siguen en la misma dirección. Imperturbables en el deseo. No tozudos, nada tiene que ver con la detestable terquedad. Está mucho más relacionado con la imaginación, con la ilusión y la certeza. Lo que se quiere es eso o nada. No se conforman con la buena salud, con el buen hacer ni con la pensión.
Admiro al que no pierde de vista su flecha aunque todas las demás indiquen la dirección contraria. Esa fuerza, tan asociada a la juventud, la veo esplendorosa, sin menguar con el tiempo, en aquel que pudo descubrir lo que quería y no deja de irle detrás.
Por el contrario, veo al que no pudo imaginar nada, diluirse de tedio entre los minutos de un reloj atronador.
Hace unos días vi a uno de esos seres que saben lo que buscan, encontrarlo. Vi el cumplimiento de su deseo y me llené de encanto. No porque yo sea buena (que también), sino porque su felicidad llena de razón mi admiración. La coincidencia de lo buscado y lo encontrado, afortunadamente, se produjo.
A los seis años se empezó a gestar en mí, el primer deseo. Como no venía nada parecido, corrí detrás, pagando todo lo que hay que pagar por ello. Casi veinte años después, lo conseguí. 
Inmediatamente, surgió otro deseo, aún más grande, pero ni las estrellas ni nada se alineaba. Un día lo escribí en un trozo de papel y lo colgué en un árbol de granadas.
Un magnífico día de invierno se cumplió el deseo. Pero no tengo miedo, porque ya tengo papel en el que escribir más.

martes, 4 de junio de 2013

Bluff


Vengo y estoy en una sociedad donde la mentira está institucionalizada y forma parte no sólo de la idiosincrasia, sino que es un valor añadido a la hora de gestionar la vida cotidiana y ya no digamos la profesional.
La verdad no nos agrada. La encajamos mal y la asociamos muy rápidamente con falta de consideración hacia nuestros sentimientos. Nos gusta que nos engañen. Y yo digo que, hasta cierto punto, está bien el engaño, pero cuando hay un acuerdo tácito para que así sea. Cuando el engaño no es mentira.
La mentira pura y dura es fácil de ver, se huele, se ve venir y, casi siempre, es imposible de tragar, pero está tan acomodada, está tan bien puesta, en lugares tan importantes. Viene desde tan arriba y llega tan hondo que quién va a moverla de ahí. Nadie.
Me acabo de comprar una camiseta para este verano, que no me causa más que asquito, y en la etiqueta pone: “100% Bio algodón, certificado como bio cotton, sin fertilizantes ni pesticidas, respetuoso con el medio ambiente y con nuestro Planeta” (en 17 idiomas, en serio). Es una etiqueta enorme que obviamente tuve que cortar y que  no puedo dejar de mirar con espanto. Estas letras verde esperanza en cartón reciclado. Tan mona y bien diseñada.
Cuando se derrumbó el edificio en Bangladesh con cientos de personas dentro que cosían las camisetas de algodón bio, se habló un poco de que, tal vez, no son tan buenas las condiciones de las personas que hacen nuestra ropa, que son un poquito esclavos. Y, en alguna parte de la prensa escrita (no en TV ¡oh no!), se mencionó al pasar, que había niños descalzos trabajando en fábricas que no se vinieron abajo porque son agujeros. Niños, mujeres y hombres; personas que trabajan hundidas en la miseria, explotadas por otras personas, cosiendo día y noche etiquetas respetuosas con el medioambiente. Eso sí, el algodón no tiene pesticidas, así que todos tranquilos.
Hay cursos para enseñarnos a mentir mejor porque tenemos que aprender a mentir bien, con aspavientos, énfasis y seriedad. Estudiar mucho para crear buenas y grandes mentiras que nos lleven a conseguir nuestros objetivos. Cualquiera que sean.
Un día asistí a uno de esos cursos de coaching que, en resumen, venía a decir que lo más importante de una empresa es el “capital humano”; las personas, dijo en tono de iluminación el que hablaba para el asombro de los oyentes. Acto seguido, nos explicó cómo hacer que ese capital humano trabajara más por menos: mintiéndoles, claro.
Veo esas etiquetas bio por todas partes. En plátanos, cebollas, jugos. También lavadoras y coches eco, empresas con sello de sostenible y de RSC (responsabilidad social corporativa). Todo mentira.
Hemos pasado de embellecer nuestras palabras apelando al afecto, a las normas de buena conducta, al amor al prójimo, para dar espacio a mentiras que ya no vienen sólo desde el mercado y la política, está dentro de nuestros estómagos y en contacto con la piel.
La Coca-cola hace la felicidad, eso es verdad. Esto ya no se discute porque, claramente, es así. En este momento la mentira ha salido de la cadena de producción. Ahora es partícula elemental de nuestro pensar y proceder. No me extrañaría que se acabara por determinar que el bosón de Higgs es una mentira (Ja).
Hemos elevado la mentira. Primero la pusimos entre nuestros valores, la acomodamos en el centro de la moral llamándola ilusión y ahora ya cotiza por encima de nosotros, las personas.  

martes, 28 de mayo de 2013

Principios y finales


“Ancha es la puerta, pasajero avanza...” dice el texto labrado en la cúpula del cementerio al que voy desde que tengo memoria.
No había Navidad, principio de junio, primero de octubre, primero de noviembre y tantos días de diciembre que no fuera con un ramo de claveles a encontrar mi lugar ante la piedra fría.
No sé cuántas personas entran a un cementerio cuando van a conocer una ciudad, pero yo suelo hacerlo. La primera vez fue en Paris, y luego seguí con la práctica hasta Berlín y su abrumador cementerio judío.
Los cementerios son lugares sobrecogedores por distintas razones. Por su antigüedad, por su carácter, por lo que significan, por su belleza  o porque albergan los restos de personas que alguien aún ama.
Para mí son indispensables. No podría entender mi causa sin una tumba. Cuando nací ya había un muerto que tenía mis dos apellidos, los mismos.
Para las personas que hemos perdido personas a las que queremos el cementerio es lo que nos permite seguir hablando de ellas en presente: voy a ver a mi hermano, voy a ver a la abuela, a la yaya.
Si hay algo que extraño y que me hace falta más de una vez al año es ir al cementerio. Es una tradición en la que fui criada, y así como descarté otras, esta la honro porque me llena de sentido.
Sé que mis muertos están ahí. Lo que fueron no, no están mis abuelas o mi hermano, pero están los muertos. Eso que no sé qué es, porque en rigor ya no es. Pero es el origen, es la causa, es la herencia, y es lo que me hace ser yo de esta manera, con esta historia, con esta forma. Me siento reconfortada por conexión cuando voy a la tumba de mis muertos. Con flores o sin ellas, es el lugar desde el cual vivo su muerte; alguna vez con pena, muchas otras serena y consciente… Me siento extrañamente esencial yendo al cementerio.
De pie, frente a frente con el silencio, leo una y otra vez los nombres, las fechas, miro la piedra inscrita y siento que si hay un lugar al que pertenezco es este.
Me habla la sangre que se ha ido cuando miro las lápidas, se iluminan los colores de recuerdos apagados; recorro las formas de esas letras que son apellidos, pero que son lazos anudados en cadena, son vivencias transmitidas y continuadas por el deber que nos impone el cariño, la gratitud, y el respeto por la historia compartida a través del tiempo; y esculpida en narices, bocas, talentos, defectos, dedos torcidos. Una historia recibida para seguir escribiéndola.
Cuando veo sus tumbas, veo algo que es mío como no podría explicar nada más con más fuerza de propiedad, de pertenencia.
No defiendo territorios ni banderas, pero siento que si hay un lugar en el que se me despierta el apego y el patriotismo es ante la tumba de mis muertos.
Agua y viento se vuelven quietos en el cementerio y esa silenciosa quietud,  que no da respuestas, pero tampoco deja lugar a dudas, tan blanca y lisa, me acompaña por entre otras tumbas, hasta llegar a la mía para cumplir con la misión de vivir.
Camino atenta al crujir de los pasos en la tierra, a esa mezcla de verde y gris que es toda nuestra existencia; la mía, y la de los que se han ido a quedar en este lugar que es memoria y marca. Que es de dónde vengo y hacia dónde voy, yo y los que haga yo, para quedarse junto a mi ceniza bajo la palabra definitiva.