Mercado Central de Santiago |
Ahora no tanto, pero “gente de esfuerzo” era una expresión
muy común para referirse a los pobres. La usaban sobre todo, otros pobres.
Durante mucho tiempo no supe bien qué quería decir, supuse
que era una manera algo más respetuosa para referirse a los que no tienen
dinero.
Pero luego me di cuenta de todo lo que significa y la enorme
verdad y dureza que encierra ese esfuerzo, para esa gente, que no soy yo, que
no eres tú.
Desde niña me tocó transitar mucho por la zona del Mercado
Central, de la Estación de trenes que no
llegué a ver nunca con trenes, y que como
casi todos los barrios con terminales del mundo, es un lugar popular, lleno de gente caminando
rápido, sudando en verano y soplando vapor en invierno, trabajando con esmero
para vender sus productos en jornadas sin fin.
Puente |
Es una zona desordenada, llena de plásticos, humos, cartones, basura, comida hirviendo, borrachos durmiendo sin un zapato, mujeres que llevan el delantal de cocina siempre puesto y las manos cargadas, mujeres que van con mucha prisa y con tres o cuatro niños que las siguen sin rechistar bajo un sol abrasador a una hora inexplicable. Hombres que se ríen fuerte y llevan camisas que les aprietan de la barriga. Hombres con el pelo negro y bien mojado haga frío o calor.
A mucha gente le da miedo pasear por esa parte de Santiago
con tan poco arbolito, sin jardines… es peligroso, dicen. Me parece lejos lo
mejor de Chile, me conmueve hasta lo más hondo la rotunda autenticidad, la
belleza rota que encierra tanta gente de sonrisa imperfecta y vital.
Pasé por ahí hace unos días y estoy segura que los malos
me conocen, o reconocen. No me da miedo. Sólo veo gente que trabaja sin cesar,
que no se detiene nunca y que sin embargo nace ahí y termina ahí, a orillas del
río marrón cada vez más escuálido y mugriento.
Qué mal repartida está la fortuna, la suerte y la plata,
digo. No se puede trabajar tanto, es difícil imaginar que vivir cueste más y dé
tan poco.
¿A dónde va a parar todo ese trabajo, toda esa superación de
la dificultad, todas esas horas cargando niños, bolsas, carros y sacos? ¿Adónde
va ese esfuerzo?
Hay un Chile de campos de golf, precioso. De un verde tan bien
cortado que muchos comparan con Suiza. A mí también me parece un poco Suiza,
pero no por su parecido con el paisaje, sino más bien por todas las triquiñuelas
bancarias y cotidianos abusos que hay detrás.
Para jardines y valles o centros comerciales de brillante
acabado ya están ahí los originales gringos. Es como ese grupo de “niños bien”
que, al revés, han hecho de la cultura “huachaca” su negocio personal. No saben
bien de qué se trata, se limitan a utilizar su estética para seguir ganando
plata a costa de la gente que históricamente les ha servido, continuando así con su tradición familiar.
Es difícil no sentir un pelín de asco y preocupación al ver que
hay una parte de este país que, no obstante los miles de edificios que se
construyen por minuto y lo mucho que se extienden las áreas de negocios,
permanece inalterable en su carencia. Sin embargo, tal vez sea esa misma
carencia la que lo salve de caer en la vulgaridad de ser una falsificación
integral.
Y ahí voy de nuevo, sin nada parecido a miedo por el Mercado
y sus alrededores, entre los puestos improvisados y los tradicionales, los
vendedores de casi todo gritan la oferta del día; el polvo y los olores
colorean el aire. Antes no, pero ahora me emociona estar aquí, entre la fruta
esplendorosa y lo que se pudrió.
Las calles de Santiago que me llaman a volver y donde hay lo
que no he visto en ninguna otra parte, está en la zona “peligrosa”, en las
aceras con el pavimento roto de tanto que camina su gente.
Mavi es hermoso lo que cuentas, es real que esa zona entre la Estación Mapocho y el Mercado Central ha quedado intacta por las características de su gente, y a mi también me sorprende que esa zona haya cambiado tan poco durante todos estos años, sigue siendo una zona considerada peligrosa, pero tambien es una zona acusadora como un dedo indice que dice que no somos tan jaguares de américa ni tenemos una economía tan arrasante...al menos no para todos. En lo único que difiero contigo es en la Estación Mapocho, es que yo muchas veces la vi con sus trenes gordos y viejos con gente tranquila viajando a diferentes puntos del país, lo digo porque mi mamá trabajaba en el jardín infantil de ferrocarriles del Estado y yo fuí a ese jardín desde los 4 meses hasta los 5 años, fue una etapa hermosa, además de poder estar con mi mamá cerquita, era todos los días sentir que ibamos a viajar a alguna parte, pasabamos los molinetes sin boleto, yo me sentía dueña de todo y en las vacaciones obvio que ibamos a los refugios que ferrocarriles tenia en varios lugares de Chile, como Pucón, Papudo, Viña; nos ibamos en esos trenes, lentos humeantes muy pero muy lindos. Besos espero verte pronto, tu amiga Claudia Burgos
ResponderEliminarClaudita; una pena no habernos podido escapar a comer un buen caldillo al Mercado... Para la otra.
ResponderEliminarNo sabía que te gustaba tanto la Estación Mapocho, a mí también. Lo que pasa es que pasé tantas horas trabajando en ella ahora que la tengo que dejar de ver un rato para volver a quererla, jaja.
Gracias por estar ahí, pendiente de la columna. Un abrazo!