Yo en apariciones de muertos que tocan el piano o mueven las cortinas durante la noche no creo, pero en ciertos fantasmas sí.
Hace años que no vivo en la ciudad en la que nací y crecí, pero voy cada vez que puedo a ver a mi familia. Mi madre vive en la misma casa, así que cuando llego al barrio los vecinos me saludan con cariño y a pesar de que todo ha cambiado una barbaridad muchos son los que siguen por ahí, muchos.
Mi hermano tenía que traer un pastel para celebrar la dicha de estar todos reunidos por fin en la misma mesa, pero no lo trajo, así que tuve que partir rápidamente a comprar al supermercado para evitar disgustos y no empezar tan temprano con la rueda de reproches.
Estaba ahí, eligiendo entre chocolate y fresa o crema y piña cuando empecé a notar una presencia extraña. Algo se movía como un espectro entremedio de las lechugas, se asomaba y se ocultaba con unos movimientos rarísimos, muy llamativos. Me decidí por la de piña, que no le gusta a nadie más que a mi madre, pero cuando ella está contenta todo es mucho más fácil, así que piña para todos.
La fila para pagar era demasiado larga y todos me esperaban para celebrar mi llegada, encima como en los supermercados de barrio no gastan en aire acondicionado el agobio era total.