Chica de Artó

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Artó

jueves, 15 de mayo de 2014

Triángulos y espirales



La mayoría de las personas admite conocer a alguien que ha sido infiel o que lo está siendo en este momento. Todos decimos tener “aquella amiga” que practica el peligroso juego de la seducción fuera de la pareja. Nunca o casi nunca uno reconoce ser el protagonista de una historia de infidelidad, excepto si somos víctimas, desde ahí sí que podemos hablar fuerte y claro sobre el tema, pero jamás como verdugos.

Es un asunto muy complicado porque es doloroso para la mayoría de las personas, excepto para algunos parisinos y los Clinton…

No sé si la infidelidad es la mayor prueba del cinismo en que nos movemos, pero es una muy buena. Desde casi todo punto de vista sirve para ilustrar la hipocresía; ya sea cometiéndola, negándola u horrorizándose ente ella.

Es sabido, por ejemplo, que en decenas de miles de oficinas, hay líos entre compañeros de trabajo. Desde un respetable ministerio público hasta una elegante boutique de diseño, en todas partes de cuecen habas. Sin embargo cuando alguien cae, porque lo pillan, es un escándalo.

El problema entonces es que te descubran. Si no te descubren, parece no ser un problema. Ni moral, ni estratégico, ni práctico, ni psicológico. Mientras nadie descorra el tupido velo, no hay crimen.

Puesto que la mayoría de las parejas basan su unión en la exclusividad o en la apariencia de ella, la discreción, el secreto, el disimulo y la contención son regla de oro en esto de “aventurarse”. Tanto para el que engaña como para el que hace la vista gorda (que también se da, y mucho) se trata, en buena medida, de establecer ciertos límites que –y aquí es donde está el problema–  a luz de las velas de la pasión se borran a veces; muchas veces.

Los affaires se pueden considerar deporte de alto riesgo porque los sentimientos no son la cosa más estable del mundo y aunque el origen de una pasión pueda ser insignificante, sus efectos llegan a ser espectaculares.

¿Es sólo cuestión de sexo?. Seguramente para muchos sí, pero para otros, es algo que te saque de la planicie del amor a diario; a veces es más por la caza que por la presa. Es por reanimar tu propio erotismo asomándote al abismo. Ya lo dijo Freud, muerte y eros…

Es una niñería pretender mantener la pasión amorosa siempre exaltada en una pareja. Habrá que buscar más razones si lo que se quiere es durar. No podemos pretender ser para siempre y siempre lo más importante para el otro, lo más querido, lo más deseado. Hay que reconocer también que no somos tan encantadores como creemos y que el amor que nos profesamos a nosotros mismos a veces supera al que somos capaces de dar.  Pero sí podemos intentar estar contentos de estar juntos.

Es cierto que una infidelidad puede ser la más amarga de las traiciones y para muchas parejas significa el fin. Y para otras, también. Al menos el fin de la relación tal y cómo se vivía hasta ese momento.

Hay algunos que vuelven a empezar a partir de la ruptura. Queman el campo y sobre la tierra ennegrecida construyen otra historia, pero eso requiere un temple y un saber que es sólo para  los que morirán creyendo en el amour fou, ese amor loco que es vértigo y estrago, azaroso y convulso y que es, sobre todo, amor en fuga.

Foto: Truffaut, J. Bisset y Jean-Pierre Léaud

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