Chica de Artó

Chica de Artó
Artó

jueves, 31 de julio de 2014

Las buenas prácticas


Los secretos para estar sano, ser feliz y... sus efectos secundarios.


Sentada en el borde de la silla por una lumbalgia que me llenaba los ojos de lágrimas, escuchaba a la doctora indicarme cómo tomar una serie de medicamentos mientras los apuntaba en clave sobre la receta de papel. En un tono a medio camino entre el consejo y la reprimenda remarcaba lo que  debía y no debía hacer durante los siguientes días. Me dio la impresión de que uno se fastidia la espalda por idiota.

Y mientras ella hablaba hilando una lista de cosas imposibles de hacer para los seres humanos de a pie, iba yo buscando en mi cabeza la versión “realista” de cada uno de sus mandatos.
No levante peso, descanse mucho, baños largos de agua caliente, no se ponga nerviosa, no use el computador, en cuanto pueda vaya a nadar. Y por ahora, intente relajarse dando paseos con zapatillas… por Central Park le faltó decir.

Es como cuando el peluquero te dice que tienes que dejar de maltratar tu pelo, que hay que ponerse mascarilla, cremas, aceites, cepillarlo y remata: déjalo secar al aire. Y yo me pregunto ¿a cuántas mujeres de más de 30 años habrá visto este hombre ducharse y salir a la calle a que el viento les seque el pelo antes de entrar en la oficina?

Tan lejos de la realidad están los consejos, las noticias, las recomendaciones para estar sano y ser feliz…

jueves, 24 de julio de 2014

Silencio por amor



Una noche de invierno particularmente fría tuve que salir al balcón a colgar la ropa. Pasé por delante de mi media naranja con la palangana cargada y me perdí de su vista al cruzar el ventanal que dejé intencionadamente un poco abierto.

Estaba ahí, en esa encomiable labor de estirar, sacudir y tender la ropa de todos cuando de pronto se cierra la puerta para dejarme completamente aislada ahí fuera, medio a oscuras. Sola.

No había sido el viento. Él decidió cerrar porque entraba un molesto aire helado. 
Miré los bultos mojados a mis pies en busca de ropa suya, y de no haber sido todo sábanas y toallas, se las hubiese tirado balcón abajo.

Entro en casa hecha una furia, conteniendo las palabras malsonantes, hago todo el ruido posible con vasos, cubiertos y cajones, y me callo. No hablo. No pienso hablar nunca más. No diré ni una sola palabra y con mi mutismo provocaré una hecatombe a mi alrededor. Ya verás.

jueves, 17 de julio de 2014

Versión masculina



Un día un músico que me gustaba hizo una canción muy divertida que no decía nada. La letra era sólo una exclamación malsonante repetida todo el rato. En un momento explicó que la hizo porque había escuchado la conversación de dos hombres donde uno  contaba su dolorosa ruptura y el otro sólo le decía: “ch bah, puta la güeá” (algo como: ¡qué mierda! o ¡qué mala pata!). O sea, nada.


Cuando un hombre que ronda los 40 años dice que no está preparado para tener una relación (sentimental) sus amigos le dicen “sí, claro, por supuesto”, y le ayudan a buscar argumentos sencillos y reconfortantes sobre cómo tendría que ser la mujer “adecuada”. Le ríen las bromas y se esmeran en abrillantarle la soledad con expresiones de júbilo y sana envidia por la “libertad” de que disfruta como “soltero”.

En serio. Lo escuché, lo he visto, y más de una vez.

Mirando en silencio, porque estaba ahí de colada, asistí a un momento masculino, desde el fuera de cuadro. Pero aunque hubiese querido decir algo, no habría sido posible, cierto asombro y la desventaja no sólo numérica, sino de conceptos comunes me dejaba totalmente impedida para participar.

jueves, 10 de julio de 2014

Santas inocentes



No sé exactamente en qué minuto de la vida nos empezamos a meter en esto del sacrificio. Debe ser como casi todo, un proceso. Traemos la marca de agua, la herencia de nuestra  santa madre y de todas las santas que se han cruzado en nuestra vida para demostrar que la fortaleza de una mujer no tiene límite. Porque cuando pareciera que se ha llegado a lo máximo, que no podemos más, alguien nos llama, y vamos.
La coronación en esto de darlo todo hasta la extenuación nos llega con la maternidad, y se va extendiendo y abarcando al resto de la casa.
De pronto nos empezamos a comer el huevo frito que se reventó, la tostada que se quemó, los restos de otros platos ahora forman el nuestro. Es uno de los síntomas que nos confirma que vamos recto y rápido por la avenida de las santas inocentes.
Somos las primeras en levantarnos, las últimas en acostarnos y entremedio, todo para que el sistema se fortalezca con nuestra energía.

jueves, 3 de julio de 2014

Campo de batalla



Hace un montón de tiempo fui a ver una exposición sobre grandes escritores y lo primero que vi, fue un texto que decía: “La soledad en pareja es el infierno consentido” (de M. Houellebecq).  Seguí el recorrido intuyendo que era una gran frase, pero la verdad, no la entendí.
Porque hay cosas que no se comprenden hasta que se viven. Intenta tú explicar la maternidad, la tristeza infinita de una muerte, la agonía de no tener, el miedo… Bueno, claro que se pueden contar, pero en carne viva es otro asunto.
Que tampoco tiene nada de malo porque francamente hay muchas cosas a las que no quisiera ni acercarme y encantada de que me las cuenten, pero debo reconocer que, a veces, son ellas las que se nos vienen encima.
Como esto de la pareja y de sentir que se rompe todo, que no hay nadie, que te has equivocado y que el silencio anterior al despertador o el ruido doméstico te parten por la mitad.
Sé que todas las que vivan en pareja sabrán de qué hablo cuando digo que hay días en que firmarías la ruptura sin importar cuánto pudiera costarnos. Por lo general no son cosas que se admitan de buenas a primeras, pero como mínimo un par de días al mes (y a veces a la semana) no quiero a mi marido y no entiendo cómo he llegado hasta donde estoy ni cómo he podido enredarme tanto en algo que no me explico cómo va a llegar a mañana.