Chica de Artó

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Artó

jueves, 17 de julio de 2014

Versión masculina



Un día un músico que me gustaba hizo una canción muy divertida que no decía nada. La letra era sólo una exclamación malsonante repetida todo el rato. En un momento explicó que la hizo porque había escuchado la conversación de dos hombres donde uno  contaba su dolorosa ruptura y el otro sólo le decía: “ch bah, puta la güeá” (algo como: ¡qué mierda! o ¡qué mala pata!). O sea, nada.


Cuando un hombre que ronda los 40 años dice que no está preparado para tener una relación (sentimental) sus amigos le dicen “sí, claro, por supuesto”, y le ayudan a buscar argumentos sencillos y reconfortantes sobre cómo tendría que ser la mujer “adecuada”. Le ríen las bromas y se esmeran en abrillantarle la soledad con expresiones de júbilo y sana envidia por la “libertad” de que disfruta como “soltero”.

En serio. Lo escuché, lo he visto, y más de una vez.

Mirando en silencio, porque estaba ahí de colada, asistí a un momento masculino, desde el fuera de cuadro. Pero aunque hubiese querido decir algo, no habría sido posible, cierto asombro y la desventaja no sólo numérica, sino de conceptos comunes me dejaba totalmente impedida para participar.

Además, ellos tan grandes y  tan apiñados, en una especie de hermandad con código propio, inhiben, te lo prometo.

Fulanito contaba su pequeña historia en tono de falsa modestia (que a mí me parecía claramente la más profunda tristeza), y explicaba –un poco entrecortado– que no era capaz de continuar con una mujer que no es lo que él quiere… y el momento que tampoco es bueno porque … Y todos en un acuerdo automático, unánime y sonoro se ponen al lado del camarada. Ni una sola pregunta, cero interés en saber qué pasó o por qué. Nadie insinuó nada referente a que le acababan de dar la patada.

Me encantó ver cómo se consuelan sin buscar razones, sin hacer complicados análisis, sin intentar sacar ninguna moraleja.

No dudan, van directo al convencimiento de que ha sido lo mejor ¡y salud!

¡Ay los hombres! tan libres de culpas, qué avezados son en el arte de sobrevivir.

Se montan un equipo de fútbol, un club para andar en moto, un grupo de música o hacen ronda alrededor de una botella, da igual. Tienen una facilidad asombrosa para juntarse y animarse, mentirse, callarse y lo que haga falta para conservar al team contento e inalterable.

Yo me imaginaba a un grupo de amigas donde a una, con 40 años, se le ocurriera decir en voz alta que está soltera porque aún no está preparada para asumir una pareja. En el mejor de los casos, las miradas de “¿qué le pasa a esta?”  la atravesarían sin disimulo ni contemplación.

Cuando alguna de mis amigas ha dicho alguna cosilla desacertada o con cierto aliento inverosímil, no hay demora en “ayudarla” a rectificar  para que mire de cara lo que hay. Porque es misión de una amiga decir “la verdad”. Si el pantalón le queda mal o lleva demasiado maquillaje, o le sobran algunos kilos, una amiga siente el “deber” de ser sincera y decírselo.

Las mujeres caminamos con los pies tan bien puestos sobre la tierra que, aunque duela, las cosas por su nombre. Sobre todo si es por el bien de otra.

No estaría mal probar un poco de esta “solidaridad” masculina y apoyar más con menos afán de explicarnos la realidad.

Después de todo una putada es una putada y la primera en saber la profundidad del daño es uno. No siempre hace falta que venga alguien a decirnos cuánto duele, que lo estamos haciendo mal o de quién es la culpa.

Unas copas y un buen baile al son de una rítmica canción sin letra podría ser  más que suficiente… A ellos les funciona.

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