Un día un músico que me gustaba hizo una canción muy
divertida que no decía nada. La letra era sólo una exclamación malsonante
repetida todo el rato. En un momento explicó que la hizo porque había escuchado
la conversación de dos hombres donde uno
contaba su dolorosa ruptura y el otro sólo le decía: “ch bah, puta la güeá” (algo como: ¡qué mierda! o ¡qué mala pata!). O sea, nada.
Cuando un hombre que ronda los 40 años dice que no está
preparado para tener una relación (sentimental) sus amigos le dicen “sí, claro,
por supuesto”, y le ayudan a buscar argumentos sencillos y reconfortantes sobre
cómo tendría que ser la mujer “adecuada”. Le ríen las bromas y se esmeran en
abrillantarle la soledad con expresiones de júbilo y sana envidia por la
“libertad” de que disfruta como “soltero”.
En serio. Lo escuché, lo he visto, y más de una vez.
Mirando en silencio, porque estaba ahí de colada, asistí a
un momento masculino, desde el fuera de cuadro. Pero aunque hubiese querido
decir algo, no habría sido posible, cierto asombro y la desventaja no sólo
numérica, sino de conceptos comunes me dejaba totalmente impedida para
participar.
Además, ellos tan grandes y
tan apiñados, en una especie de hermandad con código propio, inhiben, te
lo prometo.
Fulanito contaba su pequeña historia en tono de falsa
modestia (que a mí me parecía claramente la más profunda tristeza), y explicaba
–un poco entrecortado– que no era capaz de continuar con una mujer que no es lo que él quiere… y el momento que tampoco es bueno porque … Y todos en un
acuerdo automático, unánime y sonoro se ponen al lado del camarada. Ni una sola
pregunta, cero interés en saber qué pasó o por qué. Nadie insinuó nada
referente a que le acababan de dar la patada.
Me encantó ver cómo se consuelan sin buscar razones, sin
hacer complicados análisis, sin intentar sacar ninguna moraleja.
No dudan, van directo al convencimiento de que ha sido lo
mejor ¡y salud!
¡Ay los hombres! tan libres de culpas, qué avezados son en
el arte de sobrevivir.
Se montan un equipo de fútbol, un club para andar en moto,
un grupo de música o hacen ronda alrededor de una botella, da igual. Tienen una
facilidad asombrosa para juntarse y animarse, mentirse, callarse y lo que haga
falta para conservar al team contento e inalterable.
Yo me imaginaba a un grupo de amigas donde a una, con 40
años, se le ocurriera decir en voz alta que está soltera porque aún no está preparada
para asumir una pareja. En el mejor de los casos, las miradas de “¿qué le pasa
a esta?” la atravesarían sin disimulo ni
contemplación.
Cuando alguna de mis amigas ha dicho alguna cosilla
desacertada o con cierto aliento inverosímil, no hay demora en “ayudarla” a
rectificar para que mire de cara lo que
hay. Porque es misión de una amiga decir “la verdad”. Si el pantalón le queda
mal o lleva demasiado maquillaje, o le sobran algunos kilos, una amiga siente
el “deber” de ser sincera y decírselo.
Las mujeres caminamos con los pies tan bien puestos sobre la
tierra que, aunque duela, las cosas por su nombre. Sobre todo si es por el bien
de otra.
No estaría mal probar un poco de esta “solidaridad”
masculina y apoyar más con menos afán de explicarnos la realidad.
Después de todo una putada es una putada y la primera en
saber la profundidad del daño es uno. No siempre hace falta que venga alguien a
decirnos cuánto duele, que lo estamos haciendo mal o de quién es la culpa.
Unas copas y un buen baile al son de una rítmica canción sin
letra podría ser más que suficiente… A
ellos les funciona.
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