Chica de Artó

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Artó

jueves, 10 de julio de 2014

Santas inocentes



No sé exactamente en qué minuto de la vida nos empezamos a meter en esto del sacrificio. Debe ser como casi todo, un proceso. Traemos la marca de agua, la herencia de nuestra  santa madre y de todas las santas que se han cruzado en nuestra vida para demostrar que la fortaleza de una mujer no tiene límite. Porque cuando pareciera que se ha llegado a lo máximo, que no podemos más, alguien nos llama, y vamos.
La coronación en esto de darlo todo hasta la extenuación nos llega con la maternidad, y se va extendiendo y abarcando al resto de la casa.
De pronto nos empezamos a comer el huevo frito que se reventó, la tostada que se quemó, los restos de otros platos ahora forman el nuestro. Es uno de los síntomas que nos confirma que vamos recto y rápido por la avenida de las santas inocentes.
Somos las primeras en levantarnos, las últimas en acostarnos y entremedio, todo para que el sistema se fortalezca con nuestra energía.
No hay enfermedad que nos meta en la cama, nos hay regla ni lumbago que nos tumbe.
Si falta un vaso en la mesa, cuando ya estamos todos sentados, siempre es el nuestro.
Para nosotras el postre se derritió, la Coca-cola se queda sin gas, no hay hielo y ya no queda pan.
¿Pero qué pasa? ¿Por qué ahora te vas de compras y vuelves con calzoncillos, calcetines, camisetas y unas botitas preciosas del número 23 y con nada para ti?.
Yo no sé cómo me metí en este negocio de parar balas con el pecho.
Algo nos pasa a las mujeres, que no les pasa a los hombres, y que nos hace casi disfrutar con el esfuerzo llevado a la cumbre.
Dormir con un ojo abierto y otro cerrado, suplicando manta, siempre en estado de alerta y una especie de adrenalina que nos invade cuando la espalda y los pies extenuados hacen de nuestra labor diaria un homenaje a la resistencia.
Todo por amor.
Me parece a mí que aquí es donde se nos confunden los conceptos y se cruzan las señales que nos hacían ir mucho más encaminadas, respetando nuestros deseos y con la voluntad más enarbolada.
Es el amor malentendido que nos hace bajar la guardia, parece que nos mareamos de tanto afecto y acabamos perdidas en el pantano de la abnegación.
Debe ser la historia que nos tiene metida en la sangre la idea de que al cielo se llega previa penitencia; y que donde hay amor hay dolor, tan bueno para hacer canciones, pero tan malo para vivir el día a día.
Creo que si hay algo que puede salvarnos a todas, al mundo entero, sería la justa repartición (de la riqueza y el esfuerzo, de todo). Le veo muchas más posibilidades que a la flagelación.
Y como ya sabemos que las cosas no están naturalmente dispuestas para la equidad, no hace falta que vayamos nosotras solitas a ponernos como piedra de tope para continuar con la "ley del embudo".
Hay que hacer algo para exorcizar a la sor Martirio que llevamos dentro, no para instalar a una loca hedonista, pero sí para dejar un espacio a nuestra comodidad, un lugar para nosotras donde morder un trozo de vida más dulce.

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