Chica de Artó

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Artó

martes, 24 de septiembre de 2013

Mi vida sin mí


Foto: Alexis Fuentes Valdivieso

Resulta que tengo que irme de mi vida por unos días y me siento terriblemente afligida. Voy y vuelvo, pero lo que me cuesta asumir esta lejanía, permitírmela, me hace cuestionar todas mis dotes para existir como mujer con voluntad propia, “moderna”, defensora de su espacio y sus derechos ganados a punta de entrega.
La dificultad para tomar decisiones, casi siempre, estriba entre un exceso de ingenuidad, falta de confianza y creer que somos indispensables y es, en mi opinión, esto último lo que más nos complica. Sobre todo a nosotras que, aún hoy, vivimos bajo la mirada de una sociedad extremadamente exigente y que espera que podamos con todo, siempre.
Y encima, vamos y creamos nuestro micromundo donde nos situamos como núcleo, alrededor del cual gira todo lo que hemos colocado ahí para dar sentido a la vida: hijos, trabajos, casa, gatos, dinero, plantas, cuadros, libros, discos, zapatos, ropa bonita, el bienestar general… todo. Cada uno ordena su vida como estima adecuado, pero siempre nos ubicamos en el centro con la convicción de que sin nuestra labor, presencia y acción precisa, nada funcionaría.

martes, 17 de septiembre de 2013

El ser y la nada

Foto: Cristian Duque García

Hace tres noches se oía un tremendo barullo en la escalera, carreras, gritos de “rápido, rápido”… Sólo alcancé a ver que se llevaban al señor del estacionamiento en camilla y decían algo de que no movía las piernas.
Un hombre que siempre, siempre, siempre, estaba sentado, mirando entrar y salir a medio barrio. El estacionamiento es un negocio familiar, y él uno de los hijos del dueño que nunca hizo nada más, según dicen.
Es un hombre bastante gordo, así que bajarlo no fue fácil para los dos camilleros que ponían todo su empeño en no resbalar, chocaban con los muros y la barandilla, y la manta que le habían puesto no evitó que todos viéramos demasiada piel. Me entré antes de que llegaran abajo un poco impresionada, más que nada, por lo grotesco de la escena.
Don Pedro vive solo, pero tiene un hijo que entra y sale de vez en cuando. Desde la ventana de mi cocina se ve su balcón porque además vive justo encima del parking, y algún domingo o festivo mientras hago el desayuno puedo verlo ahí, también sentado, nunca con una revista, nunca con un periódico deportivo o una radio, siempre medio tumbado aparentemente tomando el sol. Alguna vez tuvo un perro que no sé si huyó o murió.
Al día siguiente me subo al ascensor y ahí está el hijo de Don Pedro, y como ya sabemos que hace un poco de frío y a veces calor, le pregunté: “- ¿Y qué tal tu padre?” - “Kapút”, me dijo. Aún faltaban tres pisos hasta la salida, pero no pude decirle nada más. No me impresionó tanto que se hubiera muerto el señor del estacionamiento como que su hijo me dijera “Kapút”. Tal vez el chico tenga muy buenas razones para expresarse así. Es cierto que, a veces, muere alguien y se respira mejor, pero su terrible indiferencia me abofeteó.

martes, 10 de septiembre de 2013

No más de 30


 Foto: Cristian Duque García
La primera vez que fui a New York me di cuenta que venía cinco años tarde en esto de vivir. Me alojé en un albergue juvenil porque era muy joven y estaba iniciando mi versión personal de “On the road” (J. Kerouac).
Ya el primer día, hablando frente a la máquina de Coca-Cola, con el resto de los huéspedes que se movían por el viejo edificio de Amsterdam St. me di cuenta de que, no obstante mi corta edad, yo tenía 5 años más que casi todos, y por tanto, 5 años que me llevaban de ventaja en la gran aventura de descubrir el mundo.
“Todo a su tiempo” nos decían nuestros padres cuando queríamos maquillarnos o salir a una fiesta de noche, haciendo todo lo posible por retrasar nuestro salto de niña a mujer.  Y no sé si hacían bien o mal porque en realidad no es demasiado importante ponerse o no ponerse rimel, lo que sí es importante es darle buena forma a ese deseo por experimentar y descubrir que, más o menos, tenemos todos.
En algunos, esta curiosidad nunca pasa de meterse humos pa’dentro, pero hay otros que el "despertar" lo quieren hacer cambiando de lugar, moviéndose un poco para ver lo nunca visto, y en el caso de las chicas la resistencia del medio se hace mucho más pronunciada porque las mujeres no pueden ir solas por ahí… Pueden, pueden y deben.
Yo estoy totalmente en contra de arriesgar la vida, pero también estoy totalmente en contra de vivir demasiado apegada a la norma y, siendo espabilada y cautelosa, se pueden hacer cosas nuevas sin terminar ni el hospital ni el cementerio.
Hay viajes interiores, dicen… No tengo ni idea, lo que sí tengo claro, y quisiera gritarlo a voz en cuello, es que los tiempos no son tan laxos como se cree y que eso de todo a su tiempo es justo así, pero al contrario.

martes, 3 de septiembre de 2013

De gorrión a pantera


Te habrá pasado más de una vez que alguien te acusa, te recrimina apuntándote con el dedo haber cambiado, o se burla porque has dejado de hacer algo que antes era muy tuyo, o que fueras de una manera y ahora seas de otra totalmente distinta.
A mí esto me molesta horrores, porque sí, he cambiado y no ha sido fácil.
“Cambiar” a pesar de que debería ser básico en todo homo sapiens, no lo es tanto y por eso, creo yo, puede resultar molesto.
La vida debería cambiarte si eres más o menos permeable porque lo que nos ocurre tiene efectos que van dando forma a nuestra experiencia y la manera en que miramos el mundo. Pasamos de estar enamorados al agobio total, de tener a no tener, de estar en familia a estar solos y en familia otra vez, se nos muere el gato, la abuela y nacen hijos o no, pero pasan muchas cosas que si no te hacen cambiar mal vamos, digo yo.
No obstante, conozco gente que presume de haber sido siempre igual. Personas que se enorgullecen de tener el carácter de madera. Es una opción, pero a mí no me parece lo más sensato; lo estático en general me pone muy nerviosa.