Chica de Artó

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Artó

martes, 24 de septiembre de 2013

Mi vida sin mí


Foto: Alexis Fuentes Valdivieso

Resulta que tengo que irme de mi vida por unos días y me siento terriblemente afligida. Voy y vuelvo, pero lo que me cuesta asumir esta lejanía, permitírmela, me hace cuestionar todas mis dotes para existir como mujer con voluntad propia, “moderna”, defensora de su espacio y sus derechos ganados a punta de entrega.
La dificultad para tomar decisiones, casi siempre, estriba entre un exceso de ingenuidad, falta de confianza y creer que somos indispensables y es, en mi opinión, esto último lo que más nos complica. Sobre todo a nosotras que, aún hoy, vivimos bajo la mirada de una sociedad extremadamente exigente y que espera que podamos con todo, siempre.
Y encima, vamos y creamos nuestro micromundo donde nos situamos como núcleo, alrededor del cual gira todo lo que hemos colocado ahí para dar sentido a la vida: hijos, trabajos, casa, gatos, dinero, plantas, cuadros, libros, discos, zapatos, ropa bonita, el bienestar general… todo. Cada uno ordena su vida como estima adecuado, pero siempre nos ubicamos en el centro con la convicción de que sin nuestra labor, presencia y acción precisa, nada funcionaría.
Nos gusta creer que sin nuestro extraordinario esfuerzo todo se vendría abajo. Pues no es cierto. La vida cotidiana es imparable, ni cuando se hunden los cruceros, ni cuando Fukushima, ni con armas químicas cayendo sobre las personas, ni por las niñas secuestradas en el sótano del vecino… por nada se dejan de vender helados o servir cafés, la televisión siempre emite la reacción sentida del político y el concurso de la tarde, la banda sigue tocando.
Queremos pensar que somos determinantes en la vida de otros, que somos parte clave de algún sistema, hacemos todo lo posible por tener una historia donde todo el peso dramático caiga sobre nosotros… Y eso nos llena de orgullo y satisfacción, pero también nos pesa, nos recorta libertad, nos oprime un poco y nos puede llegar a dejar sometidas a la voluntad de los monstruos que creamos.
Creo que las madres son fundamentales para los hijos, creo en asumir con responsabilidad la vida laboral o el proyecto personal, también creo que hay que vivir en un lugar limpio, ordenado y, de ser posible, bonito, pero siento que si decidimos hacernos las “fundamentales” estaremos cometiendo el error de dejar de vivir nuestra vida como opción para asumirla como condena.
Porque tanto protagonismo, tanto estar en todo, tantos roles cumplidos impecablemente, tienen su precio y, según he podido ver, la ganancia es incierta.
Pensar que sin nosotras los hijos se desnutrirían, la casa se incendiaría, el trabajo sería un caos y que al gato se lo comería un perro es, por decir lo menos, un acto de candidez.
Muchas veces me siento rodeada. Siento que son tantas las solicitudes de tiempo, cariño, organización, apoyo y paciencia… que no hay instancia para que yo pueda levantar mi dedito y pedir turno; y ni pensar en hacer algo que implique descuidar el castillo. A veces es verdad que estamos solas frente al peligro, pero otras es simplemente que no dejamos que los demás ejerzan su rol. Si hay alguien a tu lado habría que dejar que actúe también, compartir el escenario tiene sus ventajas, no sólo es más entretenido, es justo y necesario (como dice la plegaria).
También es cierto que somos importante para quien nos quiere y que la familia no sería lo mismo sin nosotras. Nuestro toque es único y hace que el niño vaya mucho más mono cuando lo vistes tú, que si no fuera por ti, faltaría jabón en el baño, la comida sería más grasienta y no habría tantos cojines de colores, las horas del día resultarían menos graciosas, los besos no serían tan rojos y los afectos serían desteñidos, pero… aunque las cosas, alguna vez, no se hagan con tu estilo inconfundible, se harán, y la música seguirá sonando aunque no seas tú la que toca el bombo. O eso espero.

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