Me declaro oficialmente fuera de las pistas (al día de hoy).
No es una declaración de intenciones, es la mera constatación de un hecho.
Estoy fuera de juego. No ha sido deliberado ni obedece a una estrategia,
tampoco es la conversión de mala en buena ni nada que se le parezca. Es algo que
ocurre (aunque no quieras) porque llega un momento en que simplemente no entras
en el juego de la seducción permanente porque sabes cómo empieza y también cómo
termina, la emoción se ha quedado por el camino. No estoy diciendo, insisto, que me haya convertido en una señora respetable, sino simplemente en que si he
de jugar lo haré en otra liga.
¿Te digo una cosa? ¡Es infinitamente más fácil vivir así! Es glorioso poder hablar con cualquier hombre (o lo que quieras) sin que te
importe lo más mínimo resultarle agradable. El trabajo se hace mucho más
expedito, cualquier trámite mucho más sencillo, los movimientos más complejos
se agilizan y todos tus deseos se acercan a las manos porque vas a por ellos,
sin darle ni una sola vuelta.
Eso debe darme un aire despreocupado que me aleja
definitivamente de algunos depredadores, pero que me hace atractiva para otros (sí,
lo sé, me quiero mucho).
Pienso que puede haber sido mi actitud tan ajena a la
conquista lo que cautivó a ese chico tan joven y por cuya declaración de “amor”
me vi completamente aturdida durante unos veinte segundos. Tan poético él, tan
profesional yo.
Ni el menor coqueteo le había hecho yo (bueno, no más de lo
que soy en general, siempre); cuando empezó a suspirar apesadumbrado por el
vacío existencial que oprimía su corazón, lo supe enseguida, para cuando llegó
el poema y la flor yo ya tenía cara de haber visto la película.
Me dicen que es muy halagador que un chico 15 años más
joven se sienta atraído por mí. No sé bien por qué, pero me pasó justo lo
contrario. Me sentí insultada ante su actuación de “niño que enloqueció de
amor”, ante su falta de contención para gritarme su deseo y tejerlo con esa
pasión cándida e impúdica del que nada tiene y quiere entregarse arrojándose al
vacío frente a ti para demostrarte la intensidad de lo que siente.
Más que otra cosa, te voy a decir que fue un momento
incómodo, hasta cuando supe su edad, entonces pasó a ser un momento humillante.
No había nadie mirando ni escuchando, incluso puede que esto no haya pasado,
pero créeme, me sentí insultada por cada uno de sus versos. No es su culpa. Es
que aquella situación absurda de amor a propósito de nada, me obligó a ponerme
en mi sitio que, claramente, no era cerca de él, sino lejos, muy, muy lejos de
ahí.
Metí el libro y la flor en el fondo de mi bolso, ante sus
ojos vivarachos y expectantes y me fui dándole la mejor explicación del mundo
para no quedarme: “No quiero”.
Que nadie piense que le rompí el corazón… él hizo su
“performance” y siguió caminando con la recomendación de dejar a la vida
crecer, y aquí no ha pasado nada.
Pero yo, yo me quedé mirando la dedicatoria, sumida en la
desazón más injusta… Sí, es algo aparentemente lindo, pero en el fondo
marca la distancia, te obliga a actuar como “la” adulta del cuadro, y te pone a
ejercer de musa de su puta madre que no seré ¡faltaría más! que esto no es
primera vez que me pasa, hijo mío; ya me cantaron “Flaca” y más cosas, ¿o qué se ha pensado? ¡¿Que nunca nadie me
dijo “te quiero, te amo, te adoro, vida mía” rimándolo con cielo y estrella?!
No es el primer poema usado que me regalan, tengo cajitas llenas… y ahora ya no
paso por ahí. Básicamente, porque sería hacer el ridículo siendo él un poeta en
ciernes y yo toda una maldita.
No hay comentarios:
Publicar un comentario