Desde el avión |
El enfrentamiento con lo que es tu origen puede resultar un
poco violento según como se haga la entrada. Si vienes desde otro país al tuyo
(mi caso justo ahora) el choque resulta aún más desconcertante, porque llevas
un montón de tiempo sintiendo que estás en el margen y que debes venir en
avión hasta el centro para poder
ejercer de “guinda de pastel”; y resulta que el añorado pastel no es tan rico
ni tan cremoso como parecía desde lejos.
Fenómeno que también aplica a circunstancias más personales
como cuando dejas de ser hija para ser madre, o hermana para ser prima lejana,
o amiga que ahora es foto, etc.
Pero hoy voy a referirme a esta llegada a mi ciudad natal y
al reencuentro con lo que en rigor es mío y que me ha dado algo más que un
pasaporte.
Todos sabemos lo fortuito que es el lugar en el que nacemos,
la familia que te toca y la mayoría de las circunstancias en las que apareciste sin
que nadie te preguntara nunca nada. No obstante, esto determina toda tu vida.
Acto seguido empieza un intenso e infructuoso proceso de
comparaciones que, afortunadamente, pasa rápido para dar lugar a la aceptación
simpática de las dinámicas imperantes. Es difícil no ponerse a criticar y
resaltar con ímpetu las malas costumbres de los tuyos donde mentir bien es la
madre de todas la virtudes y ser antipático es sinónimo de elegancia. Pero no
quiero detenerme en esto, porque seguramente no diré nada que no hayan dicho ya
miles de exiliados/retornados, sino en el hecho extraño de necesitar proceso
de adaptación para volver a sentir que formas parte de un sistema de donde
nunca nadie te ha dejado salir porque allí dónde vas te preguntan de dónde eres
(y no para dónde vas que sería mucho más interesante).
El origen es el gran tema porque, guste o no, es lo que da
acento a la voz, tono a tu risa, color a tu forma de mirar, manera a tu andar,
cadencia a tus palabras y volumen a tu pasión. Odio el asunto de las
nacionalidades, no padezco nada parecido a un sentimiento patriótico. No tengo
especial predilección por las comidas con forma de empanada y nunca he añorado
nada que sea propio de mi país más que a personas.
Pero, es innegable también que como en casa, en ningún
sitio. Quiero decir, que cuando estás en tu pueblo, es mucho más fácil existir,
y sobre todo reinar.
Aquí te piropean, te envidian, te observan como si vinieras
cayendo del cielo, aunque sea con rabia o un poquito de asco.
Alexis Sánchez |
Deberíamos poder despojarnos de este asunto de la denominación
de origen, pero me parece a mí que, tal
cual los vinos, cada día importa más, y por eso mismo la etiqueta se hace cada
vez más grande y específica y será esta información lo que determine si,
finalmente, te compran o no. Porque ¿a qué venimos? A vender, más que a
regalar.
Y ahí estaba yo, en la manga del avión junto al ídolo de
masas Alexis Sánchez que venía para defender la camiseta y yo que venía a mojar
la camiseta, pero ambos, en busca de lo mismo: que nos reconozcan la sangre, el
sudor y las lágrimas como en ninguna otra parte (guardando las distancias,
claro).
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