¿Será verdad que clasificamos y ordenamos a las personas que
participan en nuestra vida como si fueran figuritas de porcelana?
Suponiendo que sea así, acaba de caerse desde lo más alto de
mi estantería imaginaria (o mapa mental) un imponente elefante de cristal, que
aunque feo, siempre fue importante y su presencia ahí arriba formaba parte de
mi visión del mundo. De pronto, una frase lanzada al viento y pum, pa’bajo, se
hizo pedacitos.
Dejando ya la metáfora y para que nos entendamos, me pasa
que las palabras funcionan en mí con el peso más rotundo que se pueda imaginar.
No se me ocurre otro elemento más influyente en mi visión de la vida entera que
las palabras y creo que es, en buena medida, lo que ordena y ubica en un lugar
determinado a las personas que forman mi vida.
Me olvido de muchas cosas y, seguramente, presté poca
atención a las matemáticas y demás cosas fundamentales de la vida, pero ciertas
frases que me decían o que escuché por casualidad, se me grabaron a fuego. Las
buenas y las malas.
Entre las buenas y liderando mi estantería personal, mi señora Abuela con: “Los últimos serán los primeros”, a mí me daba una rabia horrible,
porque no creía que eso fuera cierto y me sonaba tanto a triste consuelo que
era como hundirme más en la derrota al escucharla. Pero ahora… ¡ ahora me encanta!, me
encanta pensar que puede ser verdad, y en que encierra mucha sabiduría mirar
desde lejos a los ganadores del momento.
No sé si esto será común. Desde mi experiencia modesta, y
con una muestra pequeña de población observada, puedo decir que la gente
escucha pero no retiene, vive sin guardarse casi nada que no sea cuantificable
en la moneda local y por tanto las palabras, como siempre se ha dicho, se las
lleva el viento… será por eso que muchos se repiten sin cesar.
Pero no deja de girar en mi la cabeza el hecho de que
alguien me diga algo y eso signifique la diferencia entre el respeto absoluto y
la descalificación inmediata. Hacia arriba o hacia abajo por lo que (me) dicen.
No digo que esto sea relevante para el otro, no. De hecho es algo que no
expreso, va por dentro… como mi locura.
No suelo hablar de las veces en que me han dicho que no,
pero para ilustrar con algo concreto (y real) les diré que hubo una vez un chico
(luego arrepentido, valga decir) que me dijo al romper conmigo: “siempre
serás un bonito recuerdo”; me mató. Hubiese
preferido un elaborado insulto o
el socorrido “puta”, incluso un atronador “ya no te quiero”, pero eso de
un bonito recuerdo, me demolió,
lo pienso y reconozco que aún me golpea. No se me ocurre nada peor para
fulminar a alguien, te baja de la estantería de un paraguazo porque te borra
del presente. Al menos yo lo sentí así y por eso nunca lo perdoné. Ja.
Y luego pienso en personas horribles que me han hecho cosas
malintencionadas, en personas que, sin decirme nunca nada muy sonoro, me han
tratado mal, me han mentido, han hecho cosas para humillarme, no falta la
pequeña traición y esas fechorías que suelen hacernos familiares y amigos
cercanos y a mí, en realidad, plim. Quiero decir que, por lo que sea, no me
importa ir alguna vez a tomar el té a su casa y poner cara de que estoy muy a
gusto en su compañía. Será porque no dijeron nunca nada significativo o
interesante.
Lo mismo te digo que al revés también funciona, por suerte,
de pronto alguien me sorprende con una palabra oportuna en un silencio agónico,
con un apoyo inusitado, con un ánimo ingenioso o una caricia en frase
espontánea y lo pongo a brillar en la oscuridad, el hueco dejado por el
horrible elefante de cristal que se vino abajo es rápidamente ocupado por una
extraordinaria y nueva forma que domina con su belleza el panorama y todas mis
figuritas humanas bailan al son de las palabras bien dichas y se me alegra la
existencia.
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