Chica de Artó

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Artó

viernes, 15 de agosto de 2014

El dolor de los demás



Susan Sontag una escritora formidable, pensadora brillante, hablaba mucho antes de la era de las redes sociales del significado opuesto que puede tener una imagen, la misma imagen, para distintas personas.

Lo que para algunos puede ser la foto de una tragedia, para otros es un emblema de la más pura alegría. 
Porque para unos un muerto es una pérdida atroz y para otros cuenta como victoria.
Frente a un río de teorías que hablan de si es bueno o malo “mostrar” y cruzar una sinuosa línea ética para exhibir ciertas cosas, es habitual encontrar que muchos se cubren con la manta de una muy cuestionable libertad de expresión para enseñar al público escenas terribles, cadáveres de niños y trozos de personas esparcidos entre escombros;  y yo creo que esto está mal, pero muy, muy mal.
¿Has visto alguna vez en algún medio de comunicación con licencia para emitir, una sola imagen de algunos de los miles de muertos que hubo en el atentado de las Torres Gemelas?. La respuesta es simple si dejamos al margen las cloacas y lo clandestino. No se difundieron imágenes de aquella terrible tragedia, no se mostraron al mundo esos muertos más que en brillantes ataúdes cubiertos por impecables banderas, y muy brevemente y desde lejos.
¿Por qué? ¿Acaso porque no había trocitos de gente por ahí para enseñar? ¿O porque a la gente que saltaba por las ventanas no se les pudo hacer buenas tomas? No, no se vio nada de eso, por respeto a los propios muertos, a sus familias y porque mostrarlo no ayuda a entender nada, sino sólo a alimentar un morbo salvaje.
¿Por qué en cambio no paramos de ver niños palestinos, sirios, o de algunas zonas de África muertos o medio muertos mirando a cámara?
Porque el dolor y el respeto ante la muerte, la enfermedad o la guerra  no es igual para todos.
No faltará el que diga que se muestran para ejemplificar, para revelar al mundo una realidad tal cual es. Pero esta ley descarnada del ejemplo, o la premisa tan bien acuñada bajo el slogan de “está pasando, lo estás viendo” tiene límites morales (y profesionales) muy claros cuando se trata del primer mundo; unos límites que se borran por completo cuando se trata de los más desfavorecidos.
Ningún medio quiso comprar las imágenes de Lady Di ensangrentada entre los hierros retorcido del Mercedes estrellado bajo el puente de París. Se hicieron, se llegó a pactar una suma estratosférica por ellas, pero luego se pensó mejor y nadie quiso publicarlas. Y las mismas revistas que pujaron desesperadas por adquirirlas a pocos minutos del accidente, luego se apresuraron a negar “públicamente” cualquier vinculación con aquellos fotógrafos carroñeros que habían incurrido en tan repudiable acto.
Yo no digo que las revistas del corazón o la televisión en general tengan que ser un gran ejemplo para la sociedad, pero para bien o para mal son muy influyentes, y es indignante ver cómo actúan con tanta prudencia con algunos y tan brutales que son con los que no tienen poder.
Repele ver cómo rellenan sus noticiarios con “lo que la gente quiere ver” sin tomarse la molestia ni de disimular un poco su grotesca estrategia.
Me revuelve el estómago cuando llenan la pantalla con escenas absolutamente obscenas  de guerra, hambre o enfermos terminales, apelando a la emoción y la "verdad". Juegan con la inmediatez a su favor para ejercer una repugnante manipulación sentimental que les permita aumentar el número de espectadores, aunque para eso tengan que preguntarle a una madre –por supuesto pobre y desprotegida– con su hijo sin vida en los brazos ¿qué siente, señora?.
Pues tal vez sienta algo parecido a lo que sintió el príncipe Guillermo de Inglaterra, pero claro,  eso no lo sabremos nunca.

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