Lo que para uno es un nueve para el otro es un seis.
Hablaba ayer con unas mujeres a las que quiero mucho, y a
las que además, me une la sangre. Una de ellas no podía entender el
comportamiento descariñado de alguien muy importante en su vida . “¿Cómo es
posible que sea así conmigo?”, decía, refiriéndose a que una de sus hijas no es
todo lo afectuosa y atenta que ella espera.
Yo, con toda la sutileza que soy capaz de tener (que a veces
no es mucha) le intenté plantear que, tal vez, había algo… cierto rencor
antiguo que aún está ahí clavado y que le impedía a su hija ser más amorosa.
“Tal vez faltaste cuando ella te necesitó”, le dije. Y hasta me permití citar
hechos concretos por los que, tal vez, su hija podría ser un poco fría. Pero
ella mencionó otros y acabó segura de que la indiferencia de su hija nace de un
corazón frío y celoso que se alimenta de cierto gusto por el conflicto.
¿Y te
digo algo? Acabé encontrándole bastante
razón.
Me resulta sorprendente comprobar que la moneda siempre
tiene dos caras. Siempre. Que siempre es posible ver una situación como un
abismo o una montaña según quién lo mire. Lo que para uno es un respetuoso
silencio para el otro es un doloroso desinterés. ¿Cuántas veces ese tan bien
intencionado consejo llega como la más irritante intromisión? Y si se trata de explicar partes de la historia
familiar… bueno, ahí ya… todo es posible.
Por eso el acuerdo en muchas ocasiones resulta imposible y
lo único que nos permite avanzar es la aceptación. Un camino que es mucho más
expedito y liberador, pero nada fácil de encontrar.
Llegar a aceptar las cosas como son (o como fueron) para
poder seguir viviendo nuestra propia vida, sin querer volver al origen del mal
para librar una incierta batalla es muy, muy difícil.
Creemos muchas veces que la solución a una rabia, una pena o
una decepción que se volvió rencor está en aglutinar la ira para crear con ella
una roca que podamos dejar caer con furia sobre la persona que la causó. Y por
lo que yo he podido ver, se puede hacer, pero podrías ir por lana y salir
trasquilado.
No sé cuánta satisfacción podría darnos humillar o herir de
vuelta a otra persona a la que, en realidad, deseamos querer.
Para colmo, está la cuestión del tiempo. Hay momentos para
solucionar y hechos que caducan. No se puede ir a pedir cuentas por algo que
nos pasó en el año 86. Ya no es posible no más.
Crecer es, nos guste o no, es asumir nuestros actos y dejar
de buscar culpa en otras personas.
No se trata de negar nada, es sólo decidir si queremos caer
en el pozo del rencor donde es altamente posible que acabemos hundidas en la
amargura o si quieres ir por el camino del querer a pesar de todo, entendiendo
que puede que te falte información o ver el asunto desde el otro lado, y así
salir fortalecida de esta carrera con obstáculos que es la vida de la mujer Grande.
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