Chica de Artó

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Artó

lunes, 4 de marzo de 2013

A propósito de "Amor".


Después de ver la película de Michael Haneke, “Amor”, salí perpleja del cine.
A partir de ahí, vino la tormenta interior y un remolino de recuerdos, fantasmas, visiones y augurios que me tiraron de golpe sobre el sillón de las incertidumbres.
Dicen que de joven era usted hermosa” le dicen a Marguerite Duras en el comienzo de “El Amante”.
Esta es una verdad como una torre de oficinas: la juventud es hermosa y la vejez es fea.
Cuando pienso en la vejez pienso, por razones diferentes -casi opuestas-, en mi abuela Julia y en mi abuelo Eduardo, y también en mi otra abuela (coincidencia) Margarita.
Margarita murió de un infarto mucho antes de ser vieja. No la merecían los que la tenían. De eso estoy segura.
Así que son los recuerdos de mi abuela Julia los que me gritan las reflexiones.                                     Me doy cuenta ahora, y no antes, de que ella era vieja, y sufría todos y cada uno de los embistes de la condición. Pero cuando yo era pequeña y me metía en su cama no tenía ni la menor conciencia de que mi abuela fuera vieja. Para mí era bella, olía de maravilla y sus besos eran premios.  Yo quería ser como ella, y todavía quiero.
Mi abuelo, por otra parte, hablaba de la vejez, supongo que como parte de su pasión por educarme siempre y en todos y cada uno de los momentos que existen. Decía cosas feas. Decía que a los viejos no los quiere nadie... formando parte de su vida.  Decía cosas chocantes, como que los viejos huelen mal y a la gente joven le dan asco. A mí me dolían los oídos cuando hablaba así, a pesar de que entendía (o eso creía yo) que hablaba de “otros”.
Mi abuela Julia murió sin causarme jamás nada parecido a lo que mi abuelo describe, y ahora él es el viejo de la familia.
La vejez es durísima, es gris, solitaria, triste, muchas veces inclemente, dolorosa en lo interno y en lo externo.  Devastadora, oscura e inevitable.

Según postula Haneke, el amor es lo único que la hace “vivible”. Creo que tiene mucha razón.  Hace falta el amor de alguien que te quiera y al que te una historia, conciencia, culpa, devoción y gratitud.
Intuyo que ese “Amor” puede tener variadas formas. Puede ser un marido, una esposa, un amante, hijos, hermanos, sobrinos de sangre. Puede. Pero conozco a muchos viejos, con familias numerosas que han muerto en el absoluto abandono.
Intento diluir el espanto, y se me ocurren otras maneras, otros mecanismos, fórmulas o estrategias para que la vejez no nos devore sin más.
 Marguerite (siempre Marguerite) dice: “las escritura nos salvará” ¡Oh sí!
El arte como forma de vida. La creación. La Obra.
Para el resto de los mortales, puede ser el dinero, que es una muy buena opción y que si guarnece al amor, mejor que mejor. Con un servicio doméstico bien pagado la vergüenza disminuye considerablemente. Creo. 
¿Pero sin afecto no hay nada? ¿O hay la más vil de las miserias?
Pienso en mi vejez porque no quiero ni pensar en la de mis padres. Prefiero la mía como idea y me obligo a verme vieja.
No consigo ver la luz. No tengo ni idea de si hay algo que se pueda hacer para conservar la dignidad hasta el fin de los días. Tiendo a creer que he de invertir, mientras pueda, en las personas que están conmigo. Por miedo si quieres, por miedo a Dios si me apuras un poco más, y albergo la secreta esperanza de que los míos también tengan miedo cuando yo sea vieja.
Tengo que escribir el libro y  plantar el dichoso árbol que dará la sombra bajo la cual me sentarán un día sin preguntarme nada; si hay suerte. 
Ces’t tout dijo Marguerite Duras que murió con todo el amor que pudo beber y pagar.

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