Ciclos, vueltas, rotaciones, giros… Un día algo está en un sitio y al cabo de unas cuántas lluvias ocupa el lugar contrario. Esa
persona a la que amábamos con locura ahora es un desconocido al que preferimos
no nombrar. Las vueltas de la vida marean y a veces, no se puede con las
náuseas.
A propósito del diversamente celebrado Día de la Madre, leí
y escuché varias veces aquello del amor incondicional. Cierto,
absolutamente cierto. Y también tropecé con cientos de alabanzas, manifestaciones
de cariño y muestras de admiración y gratitud. Y leí que las madres hacen cosas
por amor, sacrificios, y no esperan nada a cambio (imagínate aquí unos ojos muy
abiertos).
En el jardín de las madres no quiero entrar hoy porque para
eso hay que estar muy bien equipado; es como adentrarse en la selva Amazónica y, lo más probable, es que termine por perderme. Pero, desde ese bosque
voy a irme por un sendero señalado como “lo hice por amor”. Amor de verdad,
amor profundo, amor al prójimo, compromiso de amor, amor de amores, todo por él. Para entendernos: cuando hacemos algo
por otro.
Qué cosa tan ambigua, tan poco definida, tan envenenada y
resbaladiza. Hacer algo por otra persona, hacer algo por amor a otro.
Yo me pregunto cuándo eso está bien hecho y cuándo es un
error como una montaña, o más bien, como una duna. Cuándo hacer algo por otro
no es un poco engaño o traición.
Insisto, vamos a dejar fuera a los hijos y sus madres.
Todo fue por amor, se lamentan muchos al comprobar que la performance, por muy bien intencionada no era tanto acción como
actuación y terminó por ser un hoyo.
El amor hacia otro y el querer que ese otro nos quiera nos
hace, muchas, muchas, muchas veces ir a contracorriente y doblegarnos en nombre
de ese amor que, por descontado, es algo bueno. Que nadie piense que me refiero
a actos de sumisión o similares.
Estoy pensando, por ejemplo, en irse a vivir a esa preciosa casa en la punta de la
nada, desde la cual él disfruta impresionado de las noche estelar, y donde hay
un maravilloso y reparador silencio que a ti te resulta aterrador. Esto, que es
una tontería, lo quiero utilizar como ilustración para acercarme a lo esencial.
A ese ir dejando fuera, no sólo lo que es muy importante para nosotros, sino
aquello que nos define, porque el equilibrio del amor así lo requiere. Dejar de
trabajar, dejar de cantar, dejar de leer, dejar de pintar, dejar de bailar, de
comulgar, dejar de estar a solas…
También están los grandes propósitos, dejarlo todo, irse a
otro continente, irse al sur del sur, cambiar lo que tienes por lo que vendrá,
dejar tu vida para ocupar la de otro. Eso es como hacer un tejado con paja.
Afírmate cuando venga el viento.
Yo he hecho, y mejor dicho, cometido estas fantásticas
proezas. Sí, he hecho cosas que necesitaba para ser feliz. Pero la felicidad es
giroscópica, tiene fuerza centrífuga, se polariza. No es una columna romana, no
es un pilar de mármol.
Sabiendo esto, habría que procurar no ejercer de Gandhi sin
haber estado un solo día en la India,
porque vivir fuera de uno mismo es
como aguantar la respiración. El acto de amor para que no termine en fugaz amapola tendría que ser acometido en un campo de batalla que nos resulte lo más propio
posible, si no el viento. El viento que nos hace perder los papeles.
Siempre me exiges replantiarme, me gusta mucho
ResponderEliminarV.C.J
Me alegra contribuir a tu replanteamiento. Es muy positivo, además de entretenido ir armando y rearmando la carga por el camino.
EliminarEs un desafío que, por pequeño que resulte, te llena de vida.
Nada como el amor de mami y el propio jajajaja que se quite todo lo demás...
ResponderEliminarLomy
Estoy de acuerdo! No hay como el amor de mamá!
Eliminar¿Pero te imaginas que bastara? ¿Te imaginas que nos bastáramos?
A probar, a probar y a hacer lo posible para que sea intenso y divertido, pero sin dejar de ser nosotras mismas porque si no, no habrá valido la pena.