Burning Love |
Se dice que no hay finales buenos. Y no los hay cuando lo
que hubo fue un viaje hacia al centro de la pasión donde te dejaste caer
llevada por los ensordecedores latidos del deseo que fecundó en amor y acabó en
espanto.
Lo que viene después, cuando uno de los dos interrumpe el
abrazo que parecía eterno, es llanto a grito pelado o, si somos más de
interior, gemidos ahogados ante el cruel desaire que nos hace ver de golpe lo
peor del amante ideal.
Alguien, siempre uno y no los dos, queda tirado a la
intemperie del desprecio.
Un empujón sentimental inesperado nos puede dejar contra las
cuerdas, aturdidas de celos o desdicha durante más de "diecinueve días y quinientas noches",
sin poder vislumbrar siquiera dónde ha ido a parar nuestra elegante entereza.
Foto: Alexis Fuentes V. |
En la vida real, la mayor parte de las veces el “amor” nace
como resultado de una provocación. Un
pronunciado escote, un roce intencional en la barra del bar, alboroto de
hormonas que se han agitado gracias a un par de copas llenas de soledad
decoradas con una verde rodajita de desesperación. Se quiere siempre vestir a los principios con
toques de pureza divina, pero todos sabemos cómo empieza la historia original:
mordiendo la fruta del pecado.
Yo no he sido nunca muy romántica en el sentido “dulce”, y
tal vez por eso me apasionan mucho más las rupturas que el origen de los
enamoramientos. Amores fundidos, besos
enterrados y pasiones quemadas.
De hecho siento que guardo mis historias de amor según cómo hayan acabado. Atesoro, ahora con la distancia y el olvido puntual, mucho más aquellos epílogos urdidos con emoción, cierto estruendo y algunos granitos de dolor.
De hecho siento que guardo mis historias de amor según cómo hayan acabado. Atesoro, ahora con la distancia y el olvido puntual, mucho más aquellos epílogos urdidos con emoción, cierto estruendo y algunos granitos de dolor.
Después de todo son ellos los que forman mi prontuario
amoroso. Los incompletos, los traicioneros, los que ocurrieron a destiempo, los
desastrosos, los amores cobardes y los que negaré por siempre. Evocarlos
reconforta, una vez superados, claro, porque confirman que hemos vivido el
deseo, que nos han querido, que hemos querido y que por tanto somos adorables;
y el que en su momento dijo que no, se lo perdió.
La felicidad está muy bien, pero tanta risa ya sabemos donde
abunda... Además, sin quiebres no hay historia buena. Un corazón impoluto, sería como si la manzana
de Apple no tuviera mordisco. Qué pobre se nos quedaría el cajón de los recuerdos
sin manchas ni cicatrices, no puede faltar un poco de pena, dos o tres
fracasos, alguna vergüenza y un simpático ridículo.
Alguna vez, mientras las familias duermen, y yo me arrepiento
de haber dejado de fumar, me canto a mí misma canciones de amor que sacuden la
memoria y sonrío al comprobar que he crecido y la prueba está en que con
lágrimas ardientes he visto trenes que se van, pero ahora sé que detrás viene
otro.
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