Chica de Artó

Chica de Artó
Artó

miércoles, 12 de febrero de 2014

Mordiscos de amor


Burning Love
Cuando una historia de amor termina puede ser una lenta disolución, pero casi siempre se trata de un estallido mortal que arrasa con todo tipo de buenas intenciones para dejar, en el mejor de los casos, un rescoldo que permanece ardiendo un rato gracias a la furia, el rencor o el despecho.
Se dice que no hay finales buenos. Y no los hay cuando lo que hubo fue un viaje hacia al centro de la pasión donde te dejaste caer llevada por los ensordecedores latidos del deseo que fecundó en amor y acabó en espanto.
Lo que viene después, cuando uno de los dos interrumpe el abrazo que parecía eterno, es llanto a grito pelado o, si somos más de interior, gemidos ahogados ante el cruel desaire que nos hace ver de golpe lo peor del amante ideal.
Alguien, siempre uno y no los dos, queda tirado a la intemperie del desprecio.
Un empujón sentimental inesperado nos puede dejar contra las cuerdas, aturdidas de celos o desdicha durante más de "diecinueve días y quinientas noches",  sin poder vislumbrar siquiera dónde ha ido a parar nuestra elegante entereza.
Foto: Alexis Fuentes V.
Desde que somos niñas se nos anima a creer que el amor surge espontáneamente, sobre todo en primavera, porque las estrellas se alinean, la magia inunda el aire y una flecha invisible disparada por un enano cabezón nos arroja a los labios de un desconocido que nos estaba esperando.
En la vida real, la mayor parte de las veces el “amor” nace como resultado de una  provocación. Un pronunciado escote, un roce intencional en la barra del bar, alboroto de hormonas que se han agitado gracias a un par de copas llenas de soledad decoradas con una verde rodajita de desesperación.  Se quiere siempre vestir a los principios con toques de pureza divina, pero todos sabemos cómo empieza la historia original: mordiendo la fruta del pecado.  
Yo no he sido nunca muy romántica en el sentido “dulce”, y tal vez por eso me apasionan mucho más las rupturas que el origen de los enamoramientos.  Amores fundidos, besos enterrados y pasiones quemadas. 
De hecho siento que guardo mis historias de amor según cómo hayan acabado. Atesoro, ahora con la distancia y el olvido puntual, mucho más aquellos epílogos urdidos con emoción, cierto estruendo y algunos granitos de dolor.
Después de todo son ellos los que forman mi prontuario amoroso. Los incompletos, los traicioneros, los que ocurrieron a destiempo, los desastrosos, los amores cobardes y los que negaré por siempre. Evocarlos reconforta, una vez superados, claro, porque confirman que hemos vivido el deseo, que nos han querido, que hemos querido y que por tanto somos adorables; y el que en su momento dijo que no, se lo perdió.
La felicidad está muy bien, pero tanta risa ya sabemos donde abunda... Además, sin quiebres no hay historia buena.  Un corazón impoluto, sería como si la manzana de Apple no tuviera mordisco. Qué pobre se nos quedaría el cajón de los recuerdos sin manchas ni cicatrices, no puede faltar un poco de pena, dos o tres fracasos, alguna vergüenza y un simpático ridículo.
Alguna vez, mientras las familias duermen, y yo me arrepiento de haber dejado de fumar, me canto a mí misma canciones de amor que sacuden la memoria y sonrío al comprobar que he crecido y la prueba está en que con lágrimas ardientes he visto trenes que se van, pero ahora sé que detrás viene otro.

No hay comentarios:

Publicar un comentario