Por esas cosas de la vida y que no viene a cuento explicar,
últimamente me ha tocado salir bastante por la noche. Volver a salir en plan
social, digamos.
Debo confesar que había pasado un tiempo desde mi abandono
de las pistas nocturnas.
Para mi sorpresa hay algunas cosas que han cambiado un poco,
sobre todo lo que tiene que ver con los móviles, las aplicaciones para ligar y
etc. Pero lo que no ha cambiado nada es el interés de toda la vida, ese que se
persigue desde el origen de los tiempos: la conquista.
Todos y todas nos parapetamos con lo que haga falta para ver
si ganamos algo en el juego de la seducción nocturna. Miradas llenas de rímel y
chicos con las frases ingeniosas bien aprendidas se lanzan a la nuit con el afán de recoger, por lo
menos, unos cuantos piropos y alguna proposición.
Es muy divertido observar a un sin fin de estereotipos
intentando encontrar su par. El musculoso busca a la flaca tetona, el de cara
difícil a la chica divertida, el gordito que se apunta a lo que venga, el pijo
que busca pija, la mujer madura que se cuida y no renuncia a dar con uno al que
aún le quede pelo… Ahí están todos, estamos todos. Los de siempre, los mismos.
Pero quiero hablarles de un tipo de hombre con el que yo,
hasta ahora, no me había encontrado a pesar de contar ya con denominación de
origen y que me ha dejado perpleja. Los teen-adults.
Se trata de hombres grandes, de más de 30 (incluso de más de
35 o 40) que viven, se comportan y se creen adolescentes. Hombres con
zapatillas sin atar, pantalones caídos, pendientes y/o tatuajes, camisetas
negras o camisas vintage (por no
decir directamente viejas) que están en una situación que ellos venden como
transitoria, pero que en realidad es una especie de purgatorio vital en el que
se han quedado a vivir sin reconocer ni por asomo que su edad no conjuga con su
estilo y que están pegados. Hombres adultos y no jovencitos que no van a
ninguna parte aunque se piensen a sí mismos como una “promesa”. Una eterna
promesa.
El que estudió diseño y que a excepción de una web que hizo
un día no ha diseñado nada más que una manera de vivir sin cortinas porque no
puede comprarlas. Está la promesa del rock también; aquel que se dice músico,
pero que de 8 a 8 trabaja como camarero y toca una guitarra prestada mientras
se fuma el sagrado porro de la noche. También el cineasta que ahora aprieta el
“play” en ese garito de moda donde lanza unos videos que nadie mira mientras
jóvenes de verdad beben cerveza artesanal.
Y el que no podía faltar, el estudiante perpetuo. Un hombre
de 40 años que aún no termina la tesis, vive en un piso compartido, le “ayudan”
sus padres y cuyo escritorio es una tabla con cuatro ladrillos.
(Cuento aparte son los skaters, surferos y otros).
Ninguno de estos hombres tiene ni una cama ni vasos en
condiciones y, por descontado, no tienen dinero ni para hacer cantar a un
ciego. Porque lo poco que ganan en sus “curros temporales” (en el que están
desde hace más de ocho años) se lo gastan en mal comer, beber con los amigos y
en marihuana.
Hay que decir que algunos están muy buenos, pero ojo porque tienen veneno en la piel.
No se comprometen, básicamente porque no pueden y nadie sabe muy
bien cómo ni cuándo van a tener unos hijos que extrañamente parecen desear.
¿Y qué? dirán ustedes Pues que a mí me jode que a una mujer
que tiene 38 años y que no tiene hijos se le cuelgue de un plumazo la etiqueta
de “mujer sin hijos” (léase incompleta), que a una de 40 que está soltera se le
diga aquí y en la China popular “solterona”. Y que la que estudió pero está
cuidando a sus hijos no sea más que “una ama de casa aburrida” hasta que
demuestre lo contrario…
Pero ellos ahora resulta que no son ni barrigones, son “fofisanos” y nosotras gordas a secas, y para colmo ya no son fracasados
sino “viejovenes”.
¡Sí, hombre ¿y qué
más?!
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