Chica de Artó

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Artó

lunes, 23 de mayo de 2016

Tú por mí


Hace casi un año murió mi amiga Fran de un cáncer que la devoró sin piedad. 
Sin la menor piedad.
Su muerte me provocó una profunda angustia. Lloré como hace años no lloraba. Me sentí perdida y oprimida por el espanto que significaba su cruel final. Otra vez el plan supremo se me hacía intolerable.
Me sentí tocada y en mi aflicción conseguí, sin hacer ningún esfuerzo, sentir en mi piel su dolor. Pude construir detalladas imágenes mentales de su falta de aliento. Asistí sin ir, al  instante en que sabía que se moría mientras sus hijos la miraban desde los ojos que ella misma les había dado.
Aún puedo sentir la pena, igual que entonces, sin que me cueste nada.
Dicen que la base de esta sociedad es la empatía. La utilizada, recurrida, apelada y solicitada empatía. Ponerse en el lugar del otro ¿Es un principio básico, no? Sí, claro ¿Lo hace mucha gente? ¡Oh no! (Al menos no como estaba previsto).
Esta es la sociedad más individualista jamás conocida. Es así, no estará muy bien, no será tan buena idea, pero es así.
¿De qué empatía me hablan cuando me hablan de empatía? Estoy convencida que se trata de frases con ocultos y más bien siniestros objetivos, tipo: “El trabajo dignifica”. Ya te digo yo, que hay trabajos que hacen justo  lo contrario y que la dichosa empatía, hoy por hoy, no existe más que como estrategia de manipulación.
Nadie se pone en los zapatos de otro, la mayor parte de las veces por asco, y porque todo lo que esté fuera de nuestra burbujita, construida con tanto esfuerzo, nos importa una mierda.
Como noticia algo nos  puede resultar más o menos cercano y nos parece mal, incluso terrible… como noticia. Debería ser de otra forma, pero la realidad es que todos estamos ocupados y la indiferencia es avasalladora.
No se piensa en el verano cuando cae la nieve, no hay cambio de  nuestra conducta, no se produce empatía hasta que el muerto es propio o los disparos pasan muy, muy cerca.
Me dolió el cáncer de mi amiga porque su vida y la mía se parecían. Su edad era la mía, sus posibilidades eran como las mías, su cuerpo era como el mío, sus hijos, su voz y sus manos podrían haber sido las mías. Podría haber sido yo. Su enfermedad podría haber sido mía. Y podría.
Un empate más que empatía ¿no?
Envié flores blancas al funeral de la Fran y no pude hacer nada, porque nadie puede hacer nada, cuando la vida se vuelve amorfa e impenetrable por dura, por terca, porque no le importas. Y desde su inmensidad, te lo niega todo. Se impone ante tu ruego, ante la desesperación y te dice: no; inconmovible y pérfida. La vida - no la muerte-,  no escucha lo que tienes para decir, no le perturba tu miedo porque ni siquiera te ve temblar; y te cierra la razón de un golpe certero.
De nada sirve llorar y no se puede dejar de hacerlo. Las lágrimas son incontenibles, terriblemente líquidas, inútiles en su rabia, caen en su forma más aguda  y afilada, tan desesperadas que funden la carne, pero no pueden contra la muerte que vive siempre eterna en nuestra sangre fría.

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