"El Silencio" (Bergman) |
Hay momentos en la vida en que se alborota tanto tu mundo
interior como lo que te rodea. Algún hecho, algo, viene y te sacude a lo bestia. No tiene porqué ser algo
malo, me refiero a esas cosas que pasan y alteran el orden de los factores y,
por tanto, al producto (tú).
Cuando ese evento es algo individual, algo que te afecta a
ti principalmente y sólo por añadidura a otros, es mucho más complicado que
cuando entra una ola por la ventana y se lleva todo por delante, porque estos
acontecimientos propios nos crean una crisis donde el nudo rodea sólo tu
cuello. El intríngulis es todo para ti.
No sé si te ha pasado, pero hablo de cosas como llevar (o
no) un embarazo adelante, una declaración de amor que te desarma, una
invitación a emprender un insólito proyecto (que se parece mucho a un sueño que
tuviste una vez), una persona que irrumpe en tu vida y en dos días se
transforma en algo monumental, una necesidad acallada que estalla…
Acontecimientos que te enfrentan de cara con algo que no estaba pensado, pero
que ahora está ahí y hay que integrarlo.
¿Con quién hablas de esto? ¿Quién podría ayudarte a manejar
la situación? ¿Dónde están la luz roja, verde o amarilla para indicarte por
donde puedes seguir? Es probable que si ya no vives con tus padres, nadie haga
nada y tu asunto sea asunto tuyo.
¡Mierda!
Al principio es desolador, pero luego y echándole valor al
caldo, puede que sea mejor así, que nadie te diga si te estás equivocando o
acertando porque, la verdad, de las personas que nos rodean, muy pocas suelen
poseer el talento y la distancia necesarios para ser un impulso y no un
manantial de “advertencias” disfrazadas de cautela que, en realidad, son
atentados contra la fortaleza.
Sería estupendo poder llamar a alguien y que nos dijese: “¡Dale!” O un claro y enfático: “No, ni se te
ocurra”. Y que así fuera. Lo que hace falta en realidad es que se abra el cielo
y nos dé una señal inequívoca.
¿Te imaginas que viene Dios y te dice: “Chica, haz un arca y
mete a los animales dentro porque se viene un diluvio que ya verás tú”. Y viene
el diluvio y tú te coronas como la más lista del mundo. Sería… maravilloso.
Yo no he tenido la suerte de que un rayo de luz me inunde
desde las alturas, pero cuento con un par de esas personas en mi vida que, cuando
me hace falta, me dicen: “Atrévete y haz eso que parece tan raro y arriesgado,
pero si lo quieres, adelante”.
La cuestión es que para que ese “apoyo” no sea un empujón al
precipicio debe venir de alguien que 1: Te conozca, 2: Te quiera (mucho), 3:
Sea sensato y 4: Venga de vuelta.
Ahí es cuando se produce el Silencio. Sí, un silencio
mayúsculo, el “Silencio de Dios”. Un momento en el que quedas fuera de todo
alcance, en el que puedes despojarte de las alertas de peligro, de los afectos,
de lo que dice la norma, de toda opinión ajena, tu oportunidad para librarte de
los miedos de la infancia… Y tanto si eres creyente como de las que tiene que
ver para creer, sentirás el silencio supremo.
Y entonces haremos lo único que podemos hacer; hablarnos
frente al espejo para oír, al fin,
lo correcto; que no es más
que lo que podamos decirnos con toda nuestra fe.
¿Es garantía de acierto? Para nada, pero es garantía de que
la experiencia será tuya y te hará más grande y real, tanto si sale de perlas
como si te deja cicatriz.
Me llego al alma.
ResponderEliminarMe vi en un hospital decidiendo si queria seguir viviendo, y en esa oportunidad Dios se quededo en silencio... pero solo fue un momento
V.C.J
Mamá...
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