Mi madre decía que las coincidencias no existen. No daba más explicaciones y uno tenía que interpretarlo como podía. Pero lo decía con tanta firmeza que no dejaba lugar a dudas.
Desde que no está no paro de sentir que tenía razón y que
todo pasa por “algo”.
Las personas que se cruzan en nuestro camino, por mucho que
nos pese, siempre dejan una huella, y nuestro interactuar con ellas desencadena cosas que para bien o para mal despiertan sentimientos, nos
enfrentan con una debilidad o nos
descoloca y nos pone a prueba.
Cuando algo sale mal la angustia puede hacernos perder la
templanza más férrea, el foco vital o incluso el amor propio, pero si
conseguimos respirar hasta alcanzar la calma, habrá servido para ejercitar el autocontrol y sacarle brillo
a nuestra nobleza.
La necesidad de encontrarle sentido a lo que nos ocurre nos
lleva a caer en la superstición, pero no estoy segura de que sea algo mágico, sino
el hecho de que los sucesos que forman
nuestra vida están conectados porque las personas estamos conectadas, más allá
de toda indiferencia.
Ahí está el realismo mágico, pero también está el hecho de
que cuando algo nos pasa, si nos damos el trabajo de reflexionar sobre eso, es
muy probable que acabemos por descartar el puro azar para enfrentarnos con un
motivo, con una conclusión que puede ser una enseñanza o simplemente la manera
de entender cómo hemos llegado hasta aquí.
Un recorrido necesario.
Me niego a ser un dado que gira y cae sin que eso signifique nada.
Me niego a ser un dado que gira y cae sin que eso signifique nada.
Creo que sin los episodios feos, que tanto me han dolido, ahora
no sería consciente de mi valor. Haberlos pasado me hace saber que pude, que
logré superarlos y aunque sea con más de una cicatriz, aquí estoy. Entendiendo poco a poco que
puedo contener el llanto, tragarme el espanto y dejarlos salir a mi manera. Son la prueba de que he sorteado la pena para volver a
encontrarme con la alegría.
Qué sería de nosotras sin ese rechazo que tanto daño nos
hizo y que nos sacó lágrima tras lágrima.
No parece mucho, pero gracias a eso seguro que logramos
definir un poco mejor nuestros límites y modular el carácter y ahora sabemos
más sobre la fugacidad de una emoción.
Recientemente, cuando dejé de golpearme contra el muro de lo
que yo quería sin tener en cuenta nada más y sólo empeñada en transformar el
mundo para que tuviera la forma de corazón que yo esperaba, me vi obligada –es
cierto que no fue decisión mía– pero una vez obligada a mirar la realidad,
empujada a aceptar las cosas como son, vuelvo a mi centro para ser yo. A gatas,
pero vuelvo porque no me puedo abandonar a mí misma. Eso no.
Claro que me habría gustado que las cosas fueran diferentes
y que por ejemplo él me hubiese querido con la pasión que yo esperaba; pero
tengo confianza en que puede que sea mejor así. Tal vez yo haya sido una
razón para que él entendiera mejor su propia historia, porque tampoco todo es para
nuestro bien; no estamos solos. Una vez es por ti, otra será por mí.
En el medio, no se ve, no se entiende, pero si miro hacia
atrás veo que su desprecio me hace ver los desprecios que yo he cometido y me
crezco en la fragilidad de entender que aunque pierda en un momento, la
experiencia es una ganancia.
Porque además siempre queda algo. Una foto roja, una canción o saber porqué las nubes se ven blancas desde su ventana…
Porque además siempre queda algo. Una foto roja, una canción o saber porqué las nubes se ven blancas desde su ventana…
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