Casi
nunca hablo públicamente de sexo porque en realidad está bastante tratado el
asunto. Y, la verdad, llega una edad en que ya se da por entendido todo aquello
que fascina comentar a los 20.
Pero
últimamente he tenido un par de conversaciones bastante intensas sobre
relaciones “amorosas” donde ha sido imposible no tocar el rol que juega el sexo
en ellas.
Por
desalentador que suene, para mí, el sexo como acto, entiéndase follar, es decir el coito y sus
derivados, no ha tenido nunca demasiada importancia. No es que no me guste o no
lo haya hecho con ilusión. Para nada.
Pero
yo me refiero al sexo como valor.
Cuando
fui virgen, nunca le atribuí la menor cualidad y, por tanto, tampoco significó
nada el dejar de serlo (sigo creyendo exactamente lo mismo). Y por lo mismo
tampoco creo que sea el Gran pecado.
Lo que
fueron, y significan hoy mis ex, se aleja diametralmente del sexo “cometido”.
Pocas,
muy pocas veces podría decir que fue un “fogonazo” hormonal lo que me llevó al
sexo. La mayor parte de las veces me he movido debido a la emoción, la
curiosidad, el poder, el encanto o la ternura.
Y
desde entonces me he metido en la cama por razones muy distintas cada vez, y lo
que conservo de cada experiencia no tiene nada que ver con el sexo en sí.
De
cara al público por supuesto que queda mucho mejor decir que cuando conocí a
tal o cual persona la pasión más pura y
dura fue irrefrenable, y bueno, las chispas del encuentro se veían desde el
país vecino.
Pero por muchos arrebatos que haya habido. Y los he tenido
bastante cinematográficos… me atrevo a decir que hay mucho de actuación en
ello. Mucho ruido y pocas nueces ¿me explico?.
Entiendo
que el sexo, como fuente de placer, sea elevado y ensalzado como eje de muchas
de las relaciones humanas. Pero no comparto el lugar primordial y determinante
que se le atribuye como si fuera lo que da sentido y trascendencia al encuentro
entre dos (o más) personas.
No
me malentiendan. Me parece magnífico y su práctica definitivamente puede ser
muy reconfortante y embriagadora. Y en la vida de pareja tiene una función
bastante destacada. Como tantas otras cosas.
El
sexo es relevante en la vida humana; la buena alimentación también lo es. Y
hacer pipí cuando ya no se puede aguantar más no sólo es necesario, sino que da
un gustito tremendo.
Pero creo que un polvo puede no tener la menor trasdencia o, al revés, marcar un antes y un después, y en ambos casos, el peso se lo otorgan elementos ajenos al sexo mismo. Como: el momento de tu vida en que ocurrió, la historia que le precedía o lo que vino justo después...
Para
mí, más de una vez el sexo ha sido el medio para… Impresionar, atraer,
conquistar, enamorar y no para satisfacer nada muy biológico, sino más bien algo
psicológico. Afectivo para ser honesta.
Yo
tengo una amiga que tuvo siete orgasmos en una silla de playa. Vale, eso es
memorable, pero salvo raras excepciones. Uno no va por ahí atesorando orgasmos.
Se guardan momentos, piropos y declaraciones, actos de valentía; se recuerdan incluso
algunas risas, y los besos. ¡Los besos
siempre!.
Pero
si reducimos nuestras relaciones amorosas al sexo, y a su vez, el sexo a
orgasmos por día (por poner una medida cualquiera) a mí, personalmente, me
quedaría un descalabro de amantes muy mal ordenados.
Porque
finalmente, lo que queda, si lo hubo, es el afecto o el olvido que, a veces, se siente tan intensamente como un gemido en la mitad de la noche.
Aaaaaahhhh los arrebatos cinematograficos. Quedé un poco caliente pensando en orgasmos memorables :) x
ResponderEliminarY los memorables no son los cinematográficos por supuesto
EliminarJajaja, entiendo cada una de tus palabras, Ximenita. Intuyo que no estás muy de acuerdo con lo que escribo... es que en este espacio es difícil explicar lo que sólo con una buena copa de vino en mano podríamos concluir tú y yo.
EliminarMe alegra haberte calentado. A estas alturas me resulta todo un halago, jaja.
El erotismo es otra cosa, yo sólo alego por la vital trascendia con la que se tiñe a veces un simple polvo.
Desde luego si no fuera por mi prontuario amoroso, yo no sería yo y me faltaría media vida...
Un abrazo, amiga.