Chica de Artó

Chica de Artó
Artó

domingo, 22 de enero de 2017

Dos preguntas, un destino.


Tengo dos preguntas girando en mi cabeza, una por un lado y la otra por otro, desde hace muchos días.
Parece que cada una fuera por separado, pero lo cierto es que me he dado cuenta de que están mucho más unidas de lo que me gustaría.

1)¿Hasta dónde somos capaces de llegar por no estar solas? Y 
2)¿Qué precio tiene tratar siempre de hacer lo correcto?

Me parece que hacemos un esfuerzo titánico por hacer lo correcto. Unos más que otros, claro. Pero más allá de que el mundo es lo que  es, con la injusticia asombrosamente bien repartida, veo a diario a muchas personas dejarse la piel por hacer “lo correcto”. 

Ojo, que no me refiero a hacer el bien en plan Gandhi, sino a hacer lo que se espera de nosotras, a cuidar de nuestros padres, a proteger a nuestros hijos, a cumplir con nuestras obligaciones, a ser responsables, a no dejarnos llevar por el lado oscuro de la noche, etc.

Vivimos aferrados a la idea de que hacer lo que "nos toca", es lo mejor y que cumpliendo con ello alcanzaremos, sí o sí, el bienestar; seremos bendecidos y podremos dormir convencidos de que estamos a salvo del “karma”.


¿Y qué pasa cuando no hacemos lo correcto? ¿Cuando no cumplimos las promesas, cuando no tenemos la prioridades ordenaditas o cuando hacemos algo que es impensable?.
¡Que puede que acabemos solas!. 

¡Sola por mala! ¡Sola por zorra! ¡Sola por idiota!

He escuchado esto tan repetidamente que me ha dado por ponerle atención.

Desde muchos frentes nos bombardean con la sentencia de que si no te comportas te caerá encima el castigo más temido: acabar tus días sola. 

¡Joder qué miedo! Y lo digo en serio. Me parece temible, visto así.

Mi hermana siempre dice: “yo sé que no me casaré nunca, no tendré hijos y no me importa nada estar sola”. Eso también lo dije yo en su momento, y te lo crees, básicamente, porque aún te limpias el culo tú sola y eso de “acabar tus días” te parece que está más lejos que la luna. 

Pero ahora, cuando pienso que el precio de hacer lo que me dé la gana podría ser terminar hablando con las palomas del parque, pues lo reconozco, me entra un mini pánico. 

Y como a mí, se ve que a muchas personas. Y por eso estamos dale que te pego haciendo mérito a diario y aguantando lo inaguantable con tal de ir por la senda del buen comportamiento que, se ve, es la ruta más directa para abrazar la vida en comunión con otros. Esos otros que te acompañarán hasta la tumba.

La concurrencia al hospital cuando estemos en las últimas queda garantizada así.

Ahora, hasta que llegue ese momento (que llegará) no estoy segura de que sea tan buen negocio. Me preocupa ¡y mucho! que no lo sea.

Vivo en permanente negociación conmigo misma, zigzagueando entre aplausos y abucheos, entre felicitación y condena, entre la indiferencia y el ansiado cariño. Y aunque reconozco abiertamente que no me gustaría llegar al final del camino sin nadie a mi lado, no me veo capaz de tragar sapos durante años para que alguien se siente conmigo a ver la tele.
Otras cosas no, pero eso ya lo puedo hacer yo sola.  

No hay comentarios:

Publicar un comentario