Tengo dos preguntas girando en mi cabeza, una por un lado y
la otra por otro, desde hace muchos días.
Parece que cada una fuera por separado, pero lo cierto es que me he dado cuenta de que
están mucho más unidas de lo que me gustaría.
1)¿Hasta dónde somos capaces de llegar por no estar solas? Y
2)¿Qué precio tiene tratar siempre de hacer lo correcto?
Me parece que hacemos un esfuerzo titánico por hacer lo
correcto. Unos más que otros, claro. Pero más allá de que el mundo es lo
que es, con la injusticia asombrosamente
bien repartida, veo a diario a muchas personas dejarse la piel por hacer “lo
correcto”.
Ojo, que no me refiero a hacer el bien en plan Gandhi, sino
a hacer lo que se espera de nosotras, a cuidar de nuestros padres, a proteger a
nuestros hijos, a cumplir con nuestras obligaciones, a ser responsables, a no
dejarnos llevar por el lado oscuro de la noche, etc.
Vivimos aferrados a la idea de que hacer lo que "nos toca", es lo mejor y que cumpliendo con ello alcanzaremos, sí o sí, el bienestar; seremos bendecidos y podremos dormir convencidos de que estamos a salvo del
“karma”.
¿Y qué pasa cuando no hacemos lo correcto? ¿Cuando no
cumplimos las promesas, cuando no tenemos la prioridades ordenaditas o cuando
hacemos algo que es impensable?.
¡Que puede que acabemos solas!.
¡Sola por mala! ¡Sola por zorra! ¡Sola por idiota!
He escuchado esto tan repetidamente que me ha dado por ponerle
atención.
Desde muchos frentes nos bombardean con la sentencia de que
si no te comportas te caerá encima el castigo más temido: acabar tus días sola.
¡Joder qué miedo! Y lo digo en serio. Me parece temible,
visto así.
Mi hermana siempre dice: “yo sé que no me casaré nunca, no
tendré hijos y no me importa nada estar sola”. Eso también lo dije yo en su
momento, y te lo crees, básicamente, porque aún te limpias el culo tú sola y
eso de “acabar tus días” te parece que está más lejos que la luna.
Pero ahora, cuando pienso que el precio de hacer lo que me dé
la gana podría ser terminar hablando con las palomas del parque, pues lo
reconozco, me entra un mini pánico.
Y como a mí, se ve que a muchas personas. Y por eso estamos
dale que te pego haciendo mérito a diario y aguantando lo inaguantable con tal
de ir por la senda del buen comportamiento que, se ve, es la ruta más directa
para abrazar la vida en comunión con otros. Esos otros que te acompañarán hasta
la tumba.
La concurrencia al hospital cuando estemos en las últimas
queda garantizada así.
Ahora, hasta que llegue ese momento (que llegará) no estoy
segura de que sea tan buen negocio. Me preocupa ¡y mucho! que no lo sea.
Vivo en permanente negociación conmigo misma, zigzagueando
entre aplausos y abucheos, entre felicitación y condena, entre la indiferencia
y el ansiado cariño. Y aunque reconozco abiertamente que no me gustaría llegar
al final del camino sin nadie a mi lado, no me veo capaz de tragar sapos durante años para
que alguien se siente conmigo a ver la tele.
Otras cosas no, pero eso ya lo puedo hacer yo sola.
No hay comentarios:
Publicar un comentario