Hubo un tiempo en que los hombres se comportaban como hombres.
Se ajustaban a su rol de protector, proveedor, valiente y seductor. Tenían
la voz más grave que las mujeres y NO se ponían calcetines con margaritas.
Llegaban a casa y hablaban cosas de hombres… de fútbol, de los arreglos que
había que hacer en el baño, de dinero, el clima, e incluso, hacían callar a los
niños.
Hoy… hoy llevan camisas que parecen blusas, añoran tener una freidora
ecológica, les tienen miedo a los niños y toman el café descafeinado y con
stevia.
Se han vuelto poco viriles.
Sí, lo veo a diario y por todas partes.
Se alzará alguna voz para decirme ¡Pero Victoria, por Dios! ¡Estás anclada
en los estereotipos!
Lo estoy. No sé tú, pero yo vivo en un mundo con los estereotipos bien
anclados y muy, pero que muy vigentes.
Dicen que los roles han “evolucionado”.
No creo que hayan evolucionado nada de nada, nada. Ellos (los hombres)
siguen siendo lo primero en su vida, y
gozan de los mismos privilegios (y otros nuevos) con los que la historia los ha
bendecido.
Que las cosas han cambiado, sí, eso sí. Han cambiado y, como no podía ser
de otra manera, el cambio les viene ni que pintado a ellos. A nosotras, otra
vez, no.
¿A mí que ventajas me ofrece que ahora un hombre sepa la diferencia entre
un champú y un acondicionador; o que lleve gafas de señora, o que sepa hacer
sushi sin gluten?
Los miro con sus pantalones cropped
y esos fulares que son para estrangularlos, con unos perros o gatos que caben
en una mano, caminando en busca del último local de flex food y sólo pienso una
cosa: poco viril.
Si conoces a un tío en un bar hay que esperar como cuatro o cinco citas
para saber si sale contigo porque quiere una relación o es que quiere ser como
tú.
Y no es sólo cuestión de apariencia.
Son como ardillas asustadas que no
quieren comprometerse, que no se dan cuenta de la edad que tienen, que se
cansan y desisten saltando de una relación a otra sin pausa porque no soportan estar solos.
Siguen viviendo siempre a la sombra de una
mujer. Ya sea su madre, su pareja o una hermana, pero siempre entre las faldas
de alguien a quien poder culpar de todos sus males o para que los salve de la
perdición, según sea la necesidad.
Se viven días de exacerbación feminista… dicen. Yo los vivo como esos días
en que todo el mundo quería salvar a las ballenas. O como cuando todos éramos África
y “We are de world, we are de children…”.
¿Ha mejorado la situación para nosotras? Yo creo que no. Ni para las
ballenas y de África mejor no hablar.
Que levante la mano la que crea que existe la “conciliación familiar”. Tengo
más fe en el horóscopo chino.
Pero hay que ver lo positivo: ahora ellos tienen una vida sexual eterna gracias al Viagra, se han abierto a nuevas
cosmologías, practican yoga, han incorporado sin resquemores los colores
pasteles, hablan con total desinhibición de sus sentimientos (millones de
sentimientos) y toman zumos depurativos a todas horas.
Muchos hombres han
logrado traspasar esas odiosas barreras que nos separan. Llevándolos a un lugar
mucho mejor, más libre de estereotipos, más sano, más fácil aún ¿A nosotras
dónde nos dejan todos esos maravillosos cambios? Donde mismo.
Pero estoy tan contenta porque ahora los tenemos mucho más cerca. Haciendo
nada y siempre firmes con sus cosas de hombres, sus espacios, sus derechos, su
fuerza vertical y creyendo que el porno es sexy, pero más cerca, y parecidos.
#pocoviril #iguales #soloapariencia #nadacambiasolosetransforma
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